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Reportaje:

Dylan también sonríe en Vigo

La organización y el lugar ensombrecieron el concierto

Hay músicos con buena reputación y antes de eso está Bob Dylan. ¿Cómo, si no, se puede salir airoso tras los sones de una orquesta de sandeces y sobreponerse al sonido de garaje de un pabellón? Que si no saluda, que si no mira al público, que si no se reconocen sus clásicos. Un músico de leyenda, "el poeta del rock", como lo presentó la voz en off que le dio paso anteayer en su concierto vigués, está por encima de todo eso.

Dos horas de música y 17 temas, dos de bis, sin apenas descanso, resumen la estadística de un recital diseñado para incondicionales, coleccionistas de emociones de todas las edades y familias enteras conmovidas entre las primeras filas.

Los demás disfrutaron con el mito, que no se dejó ver para los reporteros gráficos (se organizó un cacheo general en la entrada para detectar cámaras y flashes)ni en las anunciadas pantallas gigantes, que no llegaron a instalarse nunca. Sin proyecciones y con un escenario de muy poca altura, conseguir ver algo desde la parte posterior con 7.000 personas por el medio fue tarea imposible. Con Leopard-skin pill-box hat, Dylan salió puntualísimo al escenario del Instituto Feiral de Vigo (Ifevi), pasados unos minutos de las nueve y media de la noche, ajeno a que por aquel entonces un par de miles de personas seguían guardando cola en el exterior. A pesar de los autobuses gratuitos dispuestos por la Tenencia de Alcaldía, se repitió el atasco en la autopista.

Sólo la solvencia artística de lo que allí estaba ocurriendo templó el cabreo de los muchos que llegaron tarde. Eso sí, para escuchar bien en Ifevi hay que mantenerse muy centrado. En cuanto uno se sale de la concurrencia, le asaltan ruidos y rebotes desde todas partes. Mientras, alternando armónica y piano, el tío Bob iba templando su voz a medida que caía la noche, sin salirse de la pauta que entona en esta última gira y que narraron las crónicas de Zaragoza y Pamplona.

Se decantó por exhibir más largamente su faceta de bluesman, hacia donde llevó un insólito Hey Joe; reunió toda la potencia del rock para Thunder on the mountain y presentó Lay, lady, lay y Girl of the North Country en versión remozada y arropado por una banda excelente compuesta por el batería George Recile, el bajista Tony Garnier, Donnie Herron al banjo y contrabajo, y los guitarristas Stu Kimball y Denny Freeman.

Al final, con los sones de Like a rolling stone, el genio huraño se dirigió en inglés al respetable con un "Gracias, amigos" y presentó a sus músicos esbozando una sonrisa inesperada, como ocurrió en Zaragoza la noche de san Juan. Miles de teléfonos móviles recogieron el gesto cuando, junto a su banda, se situó al borde del escenario para saludar de frente al público en la despedida de un concierto que hubiese sido mágico en el Parque de Castrelos.

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