Sabio y generoso
Llegó desde Galicia con barba blanca y boina negra -esa que ahora agita en la despedida hacia su particular cielo laico y republicano-, y se quedó entre nosotros para regalarnos una vida entera de amor por la buena pedagogía. [Gonzalo Anaya falleció ayer en Valencia a los 94 años] Quizá por eso ha vivido tanto, porque sabía que cada día vivido era un soplo de aliento, un golpe en el hombro para quienes a veces desesperamos de este país y este mundo. Estuvo siempre al lado de los niños y por eso se acercó solidario a cuantos padres y madres, maestros y maestras, le necesitaron. Su enorme generosidad nunca le dejó decir no así que pocos son los pueblos y escuelas que no conocieran su voz clara y potente, sus manos voladizas y sus ideas de progreso y esperanza que repartía entre múltiples ejemplos y una forma de decir que a todos llegaba y a nadie dejaba indiferente.
Recibió muchos premios, algunos tan queridos como el que le otorgaban los jóvenes y le entregaba el viejo profesor Tierno Galván en medio de un concierto de rock; o el de la Cartelera Turia, o la Medalla de la Universitat de València, o la distinción "mestre de mestres" que le otorgó el rector de la Universidad de Santiago de Compostela, o el reconocimiento de las Ampas asumiendo su nombre, como así lo hicieron también los Movimientos de Renovación Pedagógica, o el IES de Xirivella. Pero nunca le conocí una palabra de vanidad o inmodestia.
Debió vivir muy feliz porque jamás he visto a nadie tan rodeado de amor. Tuve la suerte de acompañarle en muchas caminatas y siempre andaba tropezando con abrazos y besos. Se resistía a que le reconociéramos como nuestro maestro -él decía que ayudaba a la gente a construir su propia autonomía y un saber de emancipación-, pero no hacía adoctrinamiento ni le gustaban los acólitos. Enseñaba con la palabra paseada, bien pensada, dulce, y acogía la palabra del otro con ternura y benevolencia. Y era tan sabio y tan buen educador que conseguía siempre que quien conversara con él se marchara a casa sintiéndose un poquito más listo, un poquito más sabio también.
Llegó a aquella desvencijada Escuela de Magisterio y dejó siempre la puerta del aula abierta. Y el aula se le llenaba a rebosar. A veces con jóvenes de otros lugares, de otras facultades, porque todos querían escucharle. Llegó, por cierto, en un momento en que estábamos intentando hacer el Pais Valencià y arrimó el hombro todo lo que pudo. Hizo también cine, y dejadme que recuerde, tan cerca todavía la muerte del querido Josep Vicent Marqués, aquel documental: ¿Levante Feliz? Pais Perplex!, un hermoso homenaje desde la escuela abierta a los esfuerzos por la reconstrucción cultural, social, ecológica y política de nuestro país.
Hoy es un día para detenernos en la pena y la despedida. Pero mañana celebraremos la enorme suerte de poder caminar y reconocer en cada paso las enormes y fructíferas huellas que nos dejó este amigo sabio y generoso.
Jaume Martínez Bonafé es profesor de Didáctica y Organización Escolar de la Universitat de València.
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