Ejemplo de superación
Sergio García supera las reticencias de los técnicos y convence a Luis por su doble función de delantero e interior
Su alimentación era mala: demasiado pan, abundantes salsas y Coca-Cola. El curso, además, había sido desastroso, porque apenas jugaba (19 partidos), menos marcaba (4 goles) y la relación con el técnico, Víctor Muñoz, era justita. Sergio García (Barcelona, 1983), delantero del Zaragoza, engordó tres kilos y perdió parte de su fútbol. De eso hace tres años. "Hasta aquí hemos llegado. La próxima temporada me saldré", advirtió a sus compañeros. Entonces llegó Víctor Fernández al banquillo. "Se le reguló la alimentación, alcanzó el peso ideal y recobró la chispa", reconoce el técnico, despedido a mediados de este año, desde su casa de Peñíscola. Dos años más tarde, Sergi -como le llaman cariñosamente algunos del vestuario- se ha convertido en el ojito derecho de La Romareda y en una de las sorpresas de la lista de Luis Aragonés para la próxima Eurocopa. Aunque apenas ha podido celebrar la convocatoria: el Zaragoza se juega hoy en Mallorca su permanencia en Primera. Sergio García, sin embargo, no se rinde.
"Da igual donde juegue. Puede resolver un partido solo", dicen en el Zaragoza
Con 14 años se llevó un varapalo tremendo. El técnico de los cadetes del Barça le dijo que no valía para el club azulgrana. "Tranquilo papá. Volveré", dijo al tiempo que se le escapaba alguna lágrima. Tras dos años en la Damm y 50 goles en el último ejercicio, regresó. "Él es así", reconoce su padre, Sergio, que acude a todos los entrenamientos de su hijo y que llegó a jugar en el filial del Barça con la generación de los Carrasco, Fradera, Pedraza y demás. Así, de la mano de Rijkaard, alcanzó el primer equipo del Barça. De su debut ante el Sevilla, en septiembre de 2003, se guarda dos recuerdos: la camiseta que cuelga en el bar de su abuelo, donde la familia se reúne para seguir los partidos del nieto; y que Ronaldinho le llamara hermano cuando le pedía la pelota. Pero Kluivert y Saviola le cerraron el hueco y se buscó las castañas en el Levante. Tras un año brillante, le fichó el Zaragoza, donde tardó una temporada en entonarse.
En La Romareda, sin embargo, siempre le achacaban su falta de definición. "Me agobia, míster", le decía a Víctor Fernández. Éste replicaba: "No te preocupes; el gol llega solo". Y cerró el año con seis dianas. Este curso, además, quedó liberado de esta función porque fue reconvertido a interior. "Da igual donde juegue. Puede resolver un partido él solito", desvelan desde el vestuario. "Es vertical, rápido, resistente, veloz y con desborde, de desmarques incisivos y generosos. Y se desenvuelve con igual acierto en el área, su parcela preferida, y por el ala", apunta Víctor Fernández. Así lo entiende Luis Aragonés: "Ha jugado muy bien el tramo final de la temporada. A pesar de que no había venido nunca con nosotros, nos viene muy bien para la derecha porque necesitamos un hombre en ese puesto".
Sergio García, bautizado en su casa como bicho -porque era movidito cuando era pequeño-, criado en las casas baratas del barrio del Buen Pastor, periférico de Barcelona, y amante de la música flamenca y de los coches rápidos -tiene un BMW-, ya ha llegado a la selección absoluta. En principio, no parece que vaya a jugar mucho. Pero él, por si acaso, y como siempre, no se rinde.
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