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Reportaje:

Nunca llegaremos a Ítaca

El cierre de un teatro evidencia la mala situación de la escena alternativa

Patricia Ortega Dolz

Es mucho más que el cierre de una sala de teatro alternativo. Es un síntoma más, según los gestores de estos espacios, de una enfermedad degenerativa que tiene Madrid: una gestión cultural decidida a fabricar sus talentos ante su incapacidad para reconocer el que ya existe. "No creo que el cierre sea un fracaso de la sala, más bien se trata de una muerte lenta, lógica desde el olvido, desde el silencio..., sólo interesa lo que se puede usar y tirar, los beneficios rápidos y todo lo que se salga de ahí es condenado al fracaso. Pero ¿quiénes están realmente fracasando? ¿Qué habría sido de Pina Bausch o Bob Wilson si hubieran tenido la mala suerte de nacer en Madrid?", dice Juan Úbeda, director de El Canto de la Cabra y presidente de la Red de Salas Alternativas de Madrid, que aúna a nueve de estos espacios, más de la mitad de las salas de este tipo (las que programan producciones de pequeño formato, experimentales y de investigación y tienen un aforo que ronda las 100 butacas) que hay en Madrid.

"¿Qué habría sido de Bob Wilson si hubiera nacido en Madrid?", dice un director teatral

Ítaca suena a la antigua Grecia. Y por eso suena a un teatro crítico y catártico, a atravesar al público hasta curar dolores del alma tan antiguos como ese nombre. Así es como se planteó su proyecto hace cinco años el director teatral Pepe Ortega. Ítaca parecía una salida: "Como compañía -Solo y Cía-, pese al gran éxito de la obra Wagadú, no tuvimos apoyos para sacar otro trabajo, y creímos que la única forma de sobrevivir era tener un espacio", cuenta.

Desde entonces, él y su equipo (14 personas) han vivido su travesía del desierto. Invirtiendo en esta sala de la calle de Canarias lo que tenían (y lo que no): 350.000 euros. Alquiler de local, insonorización, gradas plegables, presentación y propuestas de proyectos de toda índole (también educativos), solicitudes de las ayudas de la Administración... "Las ayudas casi nunca llegaban porque necesitábamos una licencia de funcionamiento que nunca concedían". Cosa creíble después de que la Operación Guateque en el Ayuntamiento descubriese una corrupción histórica en la concesión de licencias. En todo el año pasado consiguieron 30.000 euros en subvenciones pero no del Ayuntamiento, un 10% de su presupuesto. El resto tenía que salir de la taquilla y de la distribución, que no resultaba fácil mover pese a las excelentes críticas, el reconocimiento del Festival de Almagro y su aclamación en París.

Y una cosa llevó a la otra. Pepe ya no sabe lo qué es un día libre. Escribe las obras, dirige, realiza el montaje, hace de técnico de sonido, conduce la furgoneta... "No podemos más ni moral ni económicamente", dice. La crónica de una muerte anunciada, pero no sólo para él: "Esto sólo es un eslabón de un círculo que gira sin parar cada vez más alejado y ajeno de los espacios y de lo que en ellos sucede: si no hay inversión en publicidad no hay información, y sin información no hay repercusión, y sin repercusión no hay ayudas, y sin ayudas no hay publicidad...", dice Úbeda. Ítaca cierra a final de mes, pero no les echa el público.

Pepe Ortega, fotografiado en el escenario de la sala Ítaca, que ha dirigido hasta hoy.
Pepe Ortega, fotografiado en el escenario de la sala Ítaca, que ha dirigido hasta hoy.ÁLVARO GARCÍA
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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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