Madrid castigado
Suresnes no contaría tanto en la memoria histórica de los socialistas de no haber sido el escenario de un congreso fundamental para ellos en 1974. Y no creo que los socialistas de Suresnes hicieran nada por provocar aquel congreso, mientras que a los populares madrileños de ahora, sobre todo a su presidenta y su alcalde, no se les puede negar el interés que han puesto en que su asamblea de junio sea una celebración de cambio.
No es lo de menos el escenario de un congreso que se promete histórico, como el que ahora prepara el PP. Así que haberle negado a Madrid el privilegio de vincular su nombre para siempre al espíritu de ese encuentro, y que después de él pueda hablarse del espíritu de Madrid, fue posible tomarlo como un desaire a la capital del Reino y a su Comunidad. Y, además, perpetrado por el cabeza de lista de los populares en esta circunscripción, mediante lo que no parecía precisamente un acto de gratitud hacia sus más directos votantes.
Un desaire a la capital y a su Comunidad... por el cabeza de lista del PP en esta circunscripción
Por eso, el mismo día en que Mariano Rajoy anunciaba que se irá en junio a Valencia con su congreso, paseaba uno por el viejo Madrid con la tentación de preguntar a los pacíficos transeúntes si tenían noticia del desaire, cómo lo valoraban y a qué creían que podía deberse el castigo. Pero la placidez ambiental de aquella sobremesa luminosa no permitía percibir indicios de inquietud en una ciudad que ha sufrido con entereza la pérdida en su carrera por llegar a ser el escenario de unos Juegos Olímpicos. Madrid es poco dada al victimismo y en consecuencia pasa de resentimientos. Y habiendo sido ya escenario de tantos acontecimientos históricos de diverso calado se resiste a competir por uno más, aunque se anuncie atractivo e incluso imprevisible.
Pero Rajoy no se decidió por Valencia porque antaño fuera capital de la República y quiera redimirla ahora de esa etiqueta. Ni por lo que se pensó de pronto: agradecer al president valenciano, Francisco Camps, el apoyo que le ha prestado y le presta. Ni, por supuesto, para hacerle pagar a nuestra presidenta lo que se tuvo por chantaje en hora difícil, que es lo que le habrá desmentido Rajoy en el escenario de Zalacaín. De modo que lo que tuve claro que determinó la elección valenciana de Rajoy fue el acreditado prestigio como organizadoras de eventos múltiples, sin reparar en gastos, de las autoridades valencianas.
Sin embargo, vino el líder del PP a desmentirme con su actuación de la pasada semana en defensa de los paraísos periféricos y en contra de la bulla capitalina: estaba disgustado con Madrid y quiso manifestarlo sin ambigüedades. Si se va a la capital de la traca y el estruendo de la pólvora es porque el ruido inmediato de Madrid, ciudad escandalosa, impide que llegue hasta nosotros el sonido de la España de las provincias, una y recoleta, cuyo rompeolas es Madrid, según su particular lectura de Machado. De haber citado bien a Machado, lo que sería Madrid no es rompeolas de España, sino de todas las Españas, entre otras cosas porque mal se pueden romper olas si es sólo una la que llega a esta playa. Ahora bien, si ya se sabe lo poco que gusta Rajoy de las Españas diversas, y se sospecha además que Machado no debe ser para él un autor de cabecera, es difícil saber por dónde se ha de tomar la cita inexacta. Tal vez se quejaba simplemente de que a Madrid no lleguen ya las olas provinciales como otrora, quería rebajar los humos a aquellos madrileños que, enervados en su propio ruido, creen que España acaba en la plaza de Castilla o expresaba un deseo de sosiego para Madrid que le permita percibir "el sonido limpio y claro que nos llega de fuera". Lástima que, a la misma hora en que hablaba de ese sonido "limpio y claro", poniendo a Murcia como ejemplo, detuvieran a un alcalde murciano de su partido, otro, por presunta corrupción.
A pesar de todo, Madrid, queriendo explicarse este desaire, interpreta en disculpa de Rajoy que dice Madrid y dice Aguirre, sin que le sea dado disociar presidenta y territorio en sus pesadillas partidarias. Y, visto así, el madrileño aplica su indulgencia. Se siente excluido de la bronca que pudo haberle echado Rajoy por no escuchar al provinciano virtuoso, sabe que no es suyo el ruido que repudia el líder y comprende, perdonándolo, que busque la calma en otra parte. Pero le recuerda que el nombre de Esperanza del laberinto de sus sueños se le da en Madrid también a un barrio de trabajadores y a una estación del metro. Más que nada por si acaba perdiendo la esperanza y acusa a Madrid de ser culpable de su extravío.
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