La economía y los garbanzos
Manuel Fraga puso de moda durante las legislaturas democráticas iniciales la contraposición ejemplarizante entre las inhumanas cifras macroeconómicas, manejadas por gobernantes encerrados en torres de marfil, y el precio de los garbanzos adquiridos por las amas de casa, auténtico fundamento de la llamada ciencia lúgubre. Esa doctrina de andar por casa, situada a medio camino entre el conservadurismo compasivo y la demagogia desenfrenada, se atreve incluso a denominar microeconomía a los estudios sobre el coste de la vida y los productos de alimentación. Con el paso del tiempo, la quintaesencia del polvoriento pensamiento económico defendido por la Alianza Popular de Fraga ha reaparecido con inusitada fuerza en los debates televisos y los mítines electorales de la mano de Rajoy.
La modificación de la dieta de los españoles y el aumento de su capacidad adquisitiva durante las últimas décadas han obligado seguramente al presidente del PP a incluir dentro de la vieja asignatura algunos nuevos capítulos dedicados al pollo, la leche y los huevos. En cualquier caso, Rajoy se esfuerza por imitar la llaneza campechana del castellano viejo de Larra utilizada por el presidente fundador de los populares para llamar al pan, pan, y al vino, vino: "Yo voy a hablar de lo que afecta fundamentalmente a los españoles y de cómo viven los españoles". En el debate televisado de anteanoche, no dudó en solidarizarse con la gente que no "puede llenar el carro de la compra" por culpa de una subida de precios desacompasada con el crecimiento paralelo de nóminas y pensiones. El líder del PP también se compadeció de los parados -"con sentimientos, con dramas, que tienen niños"- y de las familias que soportan el encarecimiento de las hipotecas: el corazón de Rajoy late en sintonía con "una mayoría de españoles que no lo pasan bien".
La empatía de Rajoy hacia la vieja tradición populista, sin embargo, es muy reciente. Desde luego no formaba parte de su equipaje sentimental cuando fue ministro de Aznar durante casi ocho años y congeló el sueldo de los funcionarios nada más llegar al poder. Como líder del principal partido de la oposición desde 2004, tampoco mostró demasiado interés por la economía de la vida cotidiana de los ciudadanos mientras la fase ascendente del ciclo henchía las velas. La primera pregunta de Rajoy al presidente del Gobierno sobre precios se demoró -según dijo en el debate Zapatero- hasta el 19 de diciembre de 2007.
Durante esa larga etapa de indiferencia económica, el PP dirigió su artillería pesada contra objetivos tan escasamente relacionados con la cesta de la compra, las hipotecas y el desempleo como las conversaciones del Gobierno con ETA, la tramitación del Estatuto de Cataluña, las supuestas conexiones de los socialistas con los perpetradores del atentado del 11-M, el matrimonio homosexual, el divorcio-exprés, la igualdad entre hombres y mujeres o la Ley de Memoria Histórica.
Pero las repercusiones sobre la globalizada economía mundial de las turbulencias causadas en Estados Unidos por las hipotecas subprime llegaron a España -como al resto de los países de la Unión Europea- a finales del pasado verano. Con buen olfato cinegético para ventear la presa, el PP descubrió rápidamente las posibilidades electoralistas ofrecidas por el deterioro de la situación económica: su nueva estrategia fue aislar herméticamente los efectos causados en España por la crisis internacional y culpar absurdamente al Gobierno de su desencadenamiento. Otros cotos disponibles para la caza del voto del miedo -el tratamiento xenófobo de la inmigración y de la inseguridad ciudadana- quedaron revaluados por el eventual desempleo de mano de obra extranjera no cualificada.
Los logros conseguidos a lo largo de la legislatura en materia de crecimiento económico, contención de la inflación, creación de puestos de trabajo, superávit fiscal y aumento de la productividad, que habían sido ignorados o mantenidos en la penumbra por los dirigentes populares hasta el verano de 2007, fueron caracterizados a partir de ese momento por Rajoy como la etapa final del ciclo virtuoso milagrosamente creado por Aznar en 1996 y destruido ahora por Zapatero.
Tras llegar al Gobierno en la primavera de 2004, los socialistas pensaron -según Rajoy- "qué bien se vive de la herencia y de la inercia, qué bien nos lo han dejado estos señores del PP y ahora vamos a no hacer nada". Forzado en el debate a explicar su espeso silencio sobre cuestiones económicas durante casi tres años y medio, el líder del PP dio al presidente del Gobierno una explicación conmovedoramente cínica: "No le había hablado antes de precios porque las cosas los primeros años fueron bien" gracias al legado recibido de Aznar. Pero probablemente ni siquiera la niña de Rajoy ("Está en mi cabeza, mueve mi sentimiento y mi corazón"), despertada anteanoche de su sueño para despedirse de la audiencia del debate, podría llegar a creerse las palabras de su bienhechor.
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