Una derecha airada
A un mes de las elecciones, el PP valenciano ha echado mano de su santabárbara verbal y convierte cada uno de sus mítines en festejos retóricos donde todo exceso tiene acomodo, y más si se trata de batir a la pieza principal, el presidente Rodríguez Zapatero, a quien estos días el mismísimo titular de la Generalitat, Francesc Camps, lo ha reputado de radical, fanático, ególatra y rompepatrias o similar. Si tan egregia y por lo general pacata personalidad como es el molt honorable abre así la veda del dicterio y del tantarantán será cosa de ver y oír la escalada que emprenden sus émulos partidarios a medida que la campaña se caliente, y no digamos si los pronósticos pintan mal para sus colores.
Tal desmelenamiento no es sorprendente, pues anunciado fue en su momento que los populares atacarían con todos sus recursos, no solo para revalidar las reiteradas victorias electorales sino también para ofrendar mayor caudal de votos si cabe a su líder estatal, lo que ha de parecernos inobjetable como propósito estratégico. Tanto más si este ambicioso plan e incluso la arrogancia de su tono sintonizan con el ánimo belicoso y el talante de la clientela conservadora, especialmente con su amplio segmento más carca, ese que todavía juzga usurpador el Gobierno de ZP, cree que los socialistas son izquierda roja y -lo que sería peor a su entender- laica, como reza la pastoral absurda y provocadora de algunos prelados. A fin de cuentas, la acentuada deriva derechista es una opción elegida por el PP regional, sensibilizado con el prolongado sesgo conservador de la sociedad indígena.
Pero esta sintonía, que puede explicar la exageración y hasta la mediocridad del discurso, no autoriza sin embargo la mentira amparada por el acompañamiento mediático del que se vale la derecha, su beneficiaria casi en exclusiva, y sin el casi en lo tocante a la servil TV autonómica, tan decisiva para ahormar una opinión. La mentira, decimos, de una supuesta discriminación que ZP -se diría que él personalmente, ni siquiera su Gobierno- inflige a los valencianos, a quienes, exceptuando el pan y la sal, se nos niega todo, empezando por el agua, que si del Ebro se trata, tampoco nos concedería el mismo Mariano Rajoy aunque en su mano estuviese. Un episodio, éste, que ha dejado con las posaderas al aire a nuestro presidente Camps por haber porfiado tanto en un proyecto de trasvase hace tiempo amortizado. Por mor de la coherencia y de la vergüenza torera ya debía de haber dimitido, pero, claro, una cosa es ser inconsecuente y muy otra demente.
El agua escasa, las carencias en la financiación de la sanidad, el desamparo económico en punto a los grandes eventos y otras mortificaciones infundadas han sido el caldo de cultivo de un victimismo oportunista y ridículo que ha de sonrojar incluso a los nacionalistas, los inventores del "hecho diferencial" y de la voluntad autonomista que ha venido a parar en esta epidemia reaccionaria que aflige al País Valenciano. Y todo ello, obviando la evidencia de las cifras reveladoras de que el Gobierno del PSOE ha doblado las inversiones públicas que se realizan en la Comunidad. En el colmo de la demagogia acusatoria, hasta la alcaldesa Rita Barberá ha sacando a colación el aumento de los precios, señalando la pintoresca subida del conejo, en cuyo mercado es sin duda una experta.
Tanta desmesura e iracundia de la derecha tienen una ventaja imprevista: marca las convenientes diferencias con una izquierda que parece encogida por la moderación que practica y que en muchas ocasiones puede confundirse con la orfandad de argumentos y la resignada actitud defensiva. Son dos tácticas distintas entre las que se ahonda la distancia y hasta la discrepancia, lo que puede galvanizar el proceso electoral y alentar la participación, movilizando esa reserva de votantes desalentados por las nulas expectativas del universo progresista valenciano, debidas tanto a sus crisis partidarias como a la debilidad de los carteles electorales. En esta ocasión no puede decirse que se hayan superado los conflictos internos, consustanciales con el desgaste que se padece en la oposición y con el patológico gusto por la discrepancia, pero en esta ocasión se presentan unas candidaturas solventes con pinta de vencedoras y, además, gravita el riesgo de que se lleve el gato al agua una derecha reaccionaria, mendaz y hasta xenófoba como nunca.
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