Koeman tiene números de colista

Si uno se propone destruir un equipo en dos meses, que pregunte por Koeman: tiene el manual de instrucciones. Se carga a tres jugadores históricos, dos de ellos líderes durante años del vestuario (Albelda y Cañizares); ficha a un par de jóvenes (Banega y Maduro) sin experiencia en una Liga de alto nivel; y va minando día a día la confianza de los que quedan con poco tacto psicológico y un laberinto táctico. Lo agita y obtiene este Valencia con números de descenso.

No ha ganado en los últimos nueve partidos y Koeman sólo ha sumado seis puntos, menos que el colista, el Levante, en diez jornadas. Menos que todos. El Valencia sería el último de la tabla. Con el beneplácito de la grada, que, ensoberbecida por los éxitos pasados, ayudó a que echaran a Quique Flores porque no lo consideraba digno de su grandeza. Y ahora calla. O grita tímidamente un "¡Koeman, vete ya!" tan falso que se acabó enseguida. Falso porque todos saben que Koeman es una víctima más del desaguisado de la política deportiva del presidente Soler, ausente una vez más y de rositas, sin un grito en contra desde la grada. Ello, pese a que fue él quien instigó la depuración de tres de sus enemigos del vestuario. Con el actual resultado: se ha quedado sin líderes, sin nadie que tire de los demás cuando vienen mal dadas. Como ayer, cuando se adelantó el Almería de Emery, tan motivado para lograr que su humilde equipo, respaldado por un presupuesto de 21 millones, desbancara al gigante de 164 millones repleto de estrellas caídas.

Este Valencia tiene todos los defectos del de Quique (creatividad bajo mínimos) y ninguna de sus virtudes (fortaleza mental y pegada). Maduro y Marchena fueron redundantes en el centro del campo. El joven mediocentro holandés pretende ser un clon de Albelda, pero sin la jerarquía del valenciano. Koeman ordenó pagar 18 millones por el argentino Banega y ahora no se atreve a darle la manija. Joaquín se encoge. Y Vicente, que venía fino, se contagió del muermo. Lo mismo que Silva.

La peor parte se la lleva Villa. Está en el medio del río. Apenado por la marginación de los defenestrados y amigos, con quienes compartía la crítica a la cúpula del club; atrapado por las lisonjas de Koeman, que le da la titularidad aun sin estar mereciéndola. La consecuencia es esa falta de frescura que transmite, acentuada porque el equipo no tiene más soluciones que darle a él la pelota en buenas condiciones o en las peores.

Felipe Melo remató a gol a cámara lenta. Una, dos veces. La defensa se había quedado paralizada, como en una pesadilla. No podía ni gritar. El Almería jugó como se esperaba: armoniosamente. Koeman logró lo que parecía imposible: empeorarlo todo en el descanso. Más confusión, más desconfianza. El Almería se soltó y practicó un rondo. Emery dio paso a Crusat y Uche para sentenciar. El Valencia era ya un cadáver andante camino del infierno. Y Koeman ya había sido superado hasta por su colega del Levante, De Biasi.