Un espectro llama a tu puerta
En la entrada de sus Diarios correspondiente al 22 de junio de 1978, Andy Warhol apunta: "Londres estaba tan divertido que tuve que irme". Bueno, a dos meses de la cita electoral para la que nos están preparando desde hace al menos otros seis, redescubro en mí un sentimiento parecido respecto a este país nuestro. Lo único que me alivia, por la tangente de lo exótico, es que mi venerado señor Pombo, a quien conocí hace mucho en casa de don Juan Benet (antes del célebre quilombo de la calle del Pisuerga), se presenta como número uno al Senado en la lista de UPD por Madrid. Ignoro lo que habrían opinado al respecto la tiburona Matilda Turpin o la bovariesca Celia Cecilia Villalobo -dos conspicuas hijas de este estupendo novelista que se enfrenta a sus personajes femeninos con la misma fascinación con que Cukor dirigía a sus actrices-, pero, si las listas estuvieran abiertas de par en par, yo lo votaría sin dudarlo, aunque acto seguido me arrojara por el viaducto. Claro que yo no soy un votante de fiar, sino un neurótico prepolítico y malcontento, de manera que si para entonces nadie me ha ofrecido una corresponsalía en Kilmarnock, que es donde se elabora el Johnnie Walker, me taparé la nariz y decidiré camino de las urnas. Mientras tanto, releo junto a la chimenea (apagada), repantingado en mi viejo sillón de orejas tapizado en gastada cretona, La pata del mono (1902), de W. W. Jacobs, uno de los relatos de terror más universalmente conocidos. Como quizás recuerde alguno de mis improbables lectores, se trata de una variación del fecundo motivo literario de los tres deseos. Resumo y simplifico: un padre recibe una pata de mono que tiene la propiedad de hacer realidad tres (y sólo tres) deseos de su propietario. El primero, solicitado sólo por verificar las propiedades del talismán, es que le sean concedidas 200 libras. La demanda se cumple, pero a costa de la muerte accidental del hijo: la compañía de seguros entrega a los devastados padres una indemnización por dicho importe. El segundo deseo lo formula a regañadientes, días después del entierro y presionado por el dolor insoportable de la madre: que vuelva a la vida el hijo, que resucite. Cierta noche la pareja de ancianos se despierta a causa de reiterados aldabonazos en la puerta de la casa. Aterrorizado por lo que pudieran encontrarse si la abren, el padre formula in extremis el último deseo y detiene el horror. Volviendo a lo nuestro: ignoro cuál fue el primer deseo que el señor Rajoy formuló a su pata de mono, pero sospecho que el segundo se cumplió el supermartes pepero con el "salomónico gesto" inducido por Aguirre ("la cólera de Dios", llamó Herzog al conquistador don Lope de Aguirre). Ahora sólo le queda un deseo. Y, visto lo visto, dudo que lo emplee para conjurar el espectro del último ex presidente, que aguarda al otro lado de la puerta. El mismo señor Aznar a quien, por cierto, el señor Pombo identificó en un artículo de 1989 (recogido en Alrededores, Anagrama) con el tropo de la epanalepsis, que consiste en la repetición, en un enunciado, de una expresión o palabra con el fin de resaltar su contenido.
La crítica sigue siendo (en el mejor de los casos) un conjunto de voces que claman con afonía en el cada vez más líquido océano mediático en que nos bañamos
Baratillos
Me sepulta una montaña de novedades que crece cada semana empecinadamente indiferente a los rumores de crisis. Si en 2006 se produjeron 188,8 títulos cada día (211,8 según la Agencia del ISBN, aún no privatizada) para el 2007 no se esperan menos, lo que algunos siguen considerando signo inequívoco de la salud del sector. Tengo mis dudas al respecto, pero como el negocio sigue, o estoy equivocado o la magia existe. En todo caso, me bloqueo ante la abundancia: como si la inflación libresca me produjera una especie de deprimente estanflación del ánimo. De modo semejante a lo que ocurre en el arte contemporáneo, que, según explica Jean Clair (en De Inmundo, Arena Libros), se rinde fascinado ante lo que en otro tiempo era considerado sórdido o abyecto, también en el mundo editorial no todo el monte es etcétera. Nunca como ahora se ha hecho tan necesario orientar al lector, que es, ante todo, un consumidor. De ahí la responsabilidad de la crítica que, sin embargo, sigue siendo (en el mejor de los casos) un conjunto de voces que claman con afonía en el cada vez más líquido (en el sentido de Bauman) océano mediático en que nos bañamos. Pensé en ello ante uno de esos baratillos de libros que organizan esos grandes almacenes en época de rebajas. La mesa, en la que se amontonaban docenas de novelas "de intriga histórica" de las que han champiñonado en el largo rebufo davinciano, se me antojaba una grotesca Vanitas sin nobleza. Algunos de esos libros, por cierto, fueron publicados en junio de 2007, lo que podría desafiar lo estipulado en la Ley del Libro acerca de los descuentos. Ya ven. Rebajas y vanidades.
J. C. Oates
En la nómina de autores extranjeros traducidos existen pocos con una trayectoria editorial tan enrevesada como Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938), cuyos libros "disponibles" se encuentran en los catálogos de más de una docena de sellos españoles. Claro que la autora no ha parado de publicar desde que era una veinteañera: a una media de dos o tres libros anuales, la mayoría novelas, su producción resulta asombrosa, sobre todo si tenemos en cuenta que, además de narradora, ensayista, poeta, articulista, dramaturga, conferenciante y editora de revistas literarias minoritarias, Oates se ocupa desde hace muchos años de un prestigioso departamento de escritura creativa en Princeton. Eterna candidata al Pulitzer y al Nobel, en el conjunto de su obra, en la que alternan los más variados géneros, temáticas y estilos, hay sin duda ganga literaria, pero también se encuentran joyas que merecen mejor tratamiento editorial. Hace tres o cuatro años, Lumen (Random House) publicó Qué fue de los Mulvaney, una buena novela "de familia" que pasó sin demasiada pena ni gloria, y con la que la editorial que dirige Silvia Querini se proponía iniciar una biblioteca de la autora. El año pasado se publicó en Estados Unidos otra excelente novela familiar (con nazis y judíos de por medio), The gravedigger's daughter (La hija del enterrador), que estos últimos días ha sido elegida finalista del prestigioso National Books Critics Circle Awards (algo así como el Premio de la Crítica, pero con más medios, prestigio y difusión). En su meteórico cameo por Alfaguara, la editora Valerie Miles consiguió los derechos de su publicación en español, así como los de los Diarios de la autora, que también están seleccionados para el premio antedicho en el apartado de "Memorias". Ojalá se decidan a publicarlos pronto. A su edad y con su trayectoria, Oates se tiene bien merecido un descanso editorial en español. -
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