Una campeona con niñera
Davenport, ex 'número uno', viaja por todo el mundo con su hijo de siete meses y vence su tercer torneo desde que es madre
El chico tiene nombre de roquero: se llama Jagger. Quizás por eso su madre, Lindsay Davenport, cerró ayer un año y medio tan agitado como una canción de rock and roll: la ex número uno del mundo ha tenido tiempo de retirarse; de ser madre y sufrir "una importante operación de estómago" para dar a luz mediante cesárea; y de ganar desde su vuelta a las pistas, en agosto, tres torneos de cuatro disputados.
Davenport, de 31 años, tiene aterrorizado al mundo del tenis femenino. Vuelve a desprender las señales que la llevaron a ganar el oro en los Juegos de Atlanta 1996, el Abierto de Australia, el de Estados Unidos y Wimbledon. Viaja por el mundo con su hijo, su madre, una niñera y un compañero de entrenamientos. Y ayer avisó de que está preparada para el Abierto de Australia, que empieza el 14 de enero, venciendo en el torneo de Auckland a la francesa Rezai (6-2 y 6-2).
"Entiendo la culpabilidad de la madre trabajadora. Me siento mal al entrenar"
"Debemos tener cuidado. Su vuelta es irreal. Es un modelo", admite Hantuchova
"La vuelta de Davenport", dice Arantxa Sánchez Vicario, triple campeona de Roland Garros, "está siendo espectacular". "Sin embargo, como ex número uno del mundo que es, no me sorprende que esté de nuevo ahí entre las mejores del mundo".
La maternidad ha transformado a Davenport. Hubo un tiempo en el que pasó por competidora insensible. Cuando por los altavoces de la pista central del Abierto de Estados Unidos atacaba el California Girls, de los Beach Boys, lo hacía en honor de la californiana Davenport. Ella respondía con la expresividad de una piedra. Golpeando, machacona, hasta destrozar a sus rivales con su juego de carnicería, seco y sin sutilezas. Ya no. Ahora Davenport intercambia saludos melosos entre cambio y cambio con un niño, Jagger, y su niñera. Es portada de revistas para futuras madres. Lleva a su clan a todos los entrenamientos, en Bali, China o Nueva Zelanda. Y habla de los síndromes que acompañan a la maternidad.
"El reto para mí es equilibrarlo todo", reflexiona. "Entiendo totalmente la culpabilidad de la madre trabajadora. Si voy a entrenarme, me siento mal. He vuelto a jugar porque siento que sigo siendo muy buena en mi trabajo y que tener un hijo no significa que tengas que abandonar tu carrera". ¿Le sorprenden sus victorias? "Quizás el embarazo me dio poderes mágicos. Estoy en estado de shock, esto es demasiado. El niño ganó el título para mí en Bali. Lo voy a tener junto a mí cada vez que juegue".
La buena marcha de Davenport, su cuerpo insensible a los viejos dolores en sus dos piernas, recuperado para la alta competición por su tenacidad y los efectos del embarazo -más glóbulos rojos, más traslado de oxígeno y músculos más resistentes, por ejemplo- ha disparado la alarma de las comparaciones.
Hace un año, Serena Williams aguantó que le llamaran "gorda", que se criticara el volumen de sus posaderas y que se la diera por deportivamente muerta. No hubo referencias a su brillante historial competitivo. Hubo risas. Comparaciones maliciosas. Y una venganza firmada por una tenista que entró en el cuadro del Abierto de Australia sin ser cabeza de serie y acabó convertida en una justiciera: Serena, gritándole al mundo que estaba "loca", ganó el primer torneo del año. Ahora, Davenport se encuentra en la misma posición. Es la número 72. No será cabeza de serie. Y todas sus rivales temen a una madre.
"Es que Lindsay ha vuelto. Créanme, ha vuelto", se sinceró Daniela Hantuchova en Bali, convertida en la primera tenista a la que Davenport derrotaba en una final desde su vuelta. "Debemos tener cuidado. Ha sido una vuelta increíble, irreal. Creo que es un nuevo modelo para todas nosotras y, por supuesto, para todas las madres", cerró.
La tenista estadounidense, mientras tanto, se plantea los cuartos de final del primer grande del año como meta. Busca habitaciones espaciosas para tener sitio para la cuna, su madre y la niñera que les acompaña siempre. Va sacando a su hijo Jagger a la pista cada vez que gana un título. Y en lugar de canciones de los Rolling Stones atrona a los vecinos cantando nanas.
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