"Mi música es un masaje para la mente"
Ani Choying Drolma ha vendido centenares de miles de discos en todo el mundo sin habérselo propuesto jamás. "En realidad, ni siquiera me considero una cantante. Simplemente estoy rezando y la melodía sirve como herramienta para crear una determinada atmósfera", explica con afabilidad mientras apura a sorbitos un té verde en la Gran Vía. Esta monja nacida en Katmandú (Nepal) hace 36 años actúa esta noche por vez primera en Madrid, dentro del Festival Únicas, y sugiere a sus oyentes que asistan a escucharla con la mente abierta. "Que no la llenen de nada; ya veremos qué sucede".
Dicen que sus mantras hindúes o cantos sagrados tibetanos alivian los dolores propios de esta vida frenética; sobre todo, los que competen al corazón. "En Occidente se ha desarrollado mucho la cabeza, pero poco el alma", argumenta. "No concibo el budismo como una religión, sino como una educación para la vida. El que tiene mucho no puede abarcarlo; sólo quien tiene poco posee lo que de verdad necesita".
La artista, sola en escena, accionará instrumentos tradicionales
Mujer de costumbres austeras, Choying invierte todos sus ingresos en un centro educativo de cinco plantas que abrió hace un lustro en las afueras de Katmandú. Sus usuarias son chicas de siete a 23 años provenientes de las áreas rurales y depauperadas del país. "Procuro, sencillamente, hacer a la gente feliz sin dañar a nadie", razona. "La felicidad es un hábito. Se trata de buscarla, de motivarse para ella".
Su voz angelical ha cautivado a millares de personas, sobre todo al guitarrista contemporáneo estadounidense Steve Tibbetts, con el que grabó los álbumes Chö y Selwa. Tibbetts cruzó medio mundo para conocer a Choying en su monasterio y proponerle la colaboración. "Él tomó mi voz, como si fuera una foto mía, y construyó un hermoso marco alrededor. Me siento bendecida. ¡Buen karma!".
El concierto de esta noche será aún más intimista que todo eso: la monja sola en el escenario, cantando y accionando pequeños instrumentos tradicionales tibetanos como las campanas o el damaru (tambor). Con tan exiguo arsenal sonoro convocó a 40.000 espectadores en Hong Kong y agotó las localidades dos noches en Barcelona.
"Creo que mi música funciona como un masaje para la mente", concede con una sonrisa bondadosa. Sólo se azora un poco al preguntarle si le interesa el rock. "Las bandas más jóvenes del rock nepalí me invitaron hace poco a asistir a un festival, y allí estuve. Pero no duré mucho. Es, uf, demasiado ruidoso...".
Ella prefiere, desde luego, la "música meditativa y las experiencias espirituales, sean o no religiosas". La gente se le acerca para asegurarle que sus canciones "tienen el mismo efecto que la medicina para el dolor o la comida para quien está hambriento". Son testimonios en su mayoría anónimos, pero también de nombres ilustres. "Hace poco, el primer ministro de mi país
[Girija Prasad Koirala], que tiene 84 años, me confesó que mi música le ayudaba a conciliar el sueño cuando no podía dormir. Me sentí feliz de haberle sido útil".
Ani defiende con vehemencia la igualdad entre sexos, pero niega que las religiones, a veces, la dificulten. "La discriminación no figura en los principios de ninguna de ellas. En todo caso, es el ego humano el que puede manipular las reglas originales", objeta. En su opinión, los dos sexos "son tan complementarios como el polo positivo y el negativo de la corriente eléctrica". Y agrega: "Uno es la sabiduría y el otro, el método. Pero no sabría decir cuál de estas características es predominantemente masculina y cuál femenina. Dejémoslo en que las dos conviven y se necesitan".
Ani Choying Drolma. Festival Únicas. Hoy, a las 21.30, en el Teatro Calderón (Atocha, 18). De 20 a 30 euros. Entradas en Fnac, El Corte Inglés, Servicaixa y ticktackticket.com
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