"Disfruto del reto de Nadal"
Federer, que defiende el título, reconoce que temió perder el número uno ante el español
Enfrentado a la torre más alta de España, Roger Federer demostró dos cosas: no tiene vértigo ni vocación de albañil. El número uno del mundo tenía ayer un partido con marchamo de anuncio: se jugaba en medio de las obras de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, sobre la azotea de la torre de la Mutua Madrileña, a 250 metros de altura, sin red ni paracaídas. Allí le esperaba Manolo Santana, director del torneo masters de Madrid, que arranca mañana. Y con Santana, escaleras de cemento sin pasamanos; paredes abiertas al vacío; cascotes, polvo, tierra y herramientas; precarios escalones de madera; y tramos en los que Federer debió decidir entre jugarse la cabeza o andar casi en cuclillas.
"Vuelvo a estar bien. Tras el Abierto de Estados Unidos me sentí agotado, exhausto"
"Nuestra rivalidad es sana y justa. Nos gusta enfrentarnos, aunque no siempre fue así para mi"
El suizo aguantó hasta los 230 metros. Soportó el traqueteo inestable del ascensor de la obra, una caja de metal que repicaba contra el viento. Subió a pie otros tres pisos vacíos y rodeados de andamios, sin ventanas, paredes o puertas. Fue un tenista en un escenario apocalíptico. Cuando ya sólo le quedaba una escalera de mano por escalar, cuando ya le esperaban Santana, una minipista y todo Madrid a sus pies, Federer dijo basta. No siguió ascendiendo. No quiso correr más riesgos. Se fotografió a 230 metros, rodeado de redes de seguridad. Pisó el suelo de chapa, con la capital, un andamio y nada más a sus espaldas. Y luego, quizás impulsado por lo turbador de la experiencia, reveló que había temido que Rafa Nadal le arrebatara el número uno.
"Sí", admitió. "Fue tras Roland Garros, cuando Rafa, de nuevo, tuvo una racha increíble sobre tierra batida... desde Miami, cuando él estaba bajo presión, jugó increíblemente sólido toda la temporada de tierra batida hasta Roland Garros. Llegó a la final de Wimbledon, otra vez. Y ahí sentí que la presión estaba en mi lado".
Federer llega a Madrid como defensor del título. Su estado de forma, como el de Nadal, está bajo sospecha. Los dos llevan semanas sin competir. Los dos han llegado con antelación a la capital, ansiosos de entrenamientos, de peloteos y de buenas sensaciones. Los dos, claro, sueñan con jugar la final. "Sería genial", dijo el suizo. "Si estoy en la final, soy feliz, no importa quién esté al otro lado. Si es Rafa, será mucho más especial, por su estatus de héroe en España. Siempre es bueno que se enfrenten el número uno y dos del mundo. Tenemos una buena rivalidad, sana y justa, nos caemos bien, nos gusta jugar al uno contra el otro... Aunque no siempre fue así para mí al principio, por su juego. Ahora he aprendido a disfrutar del reto de enfrentarme a él, lo que no ocurre muy frecuentemente. Sería genial y duro. Son torneos duros desde el principio. Va a ser difícil".
El suizo no descansa. Acompañado por la sombra de su novia, que también actúa como su mánager, recorre Madrid en un Mercedes plateado último modelo. Lleva chófer, claro. Y música de su elección. Con ese coche se acercó ayer hasta la vieja ciudad deportiva del Madrid, que le esperaba rodeada de caminos de tierra, obreros haciendo horas extras y guardias de seguridad. Antes, entrenamiento. Antes, la pista sintética, rugosa a la mano, rapidísima al ojo, del Madrid Arena. Antes, cita con la raqueta. Fue a las 10 de la mañana. En sábado. Había que recuperar el tiempo perdido.
"Me siento bien de nuevo, pero tras el Abierto de Estados Unidos me sentí agotado", dijo antes de posar frente a sí mismo, convertido en estatua de terracota con traje de guardia imperial chino. "Jugué la Copa Davis, que siempre es un cambio: hay que jugar en equipo, ser el líder e invertir más energía de lo normal", prosiguió. "Desafortundamente, perdimos. Acabé exhausto. Necesitaba descansar. Por eso era importante llegar pronto aquí, entrenarme y lograr la mejor preparación posible. Necesito volver a sentirme competitivo, profesional, volver a jugar puntos".
La vida de Federer acentúa lo exclusivo. Del júnior al que Manolo Santana acudía a observar impresionado sólo queda el tenis. Ya no se tiñe el pelo de rubio platino. Ya no vive en Suiza. Federer descansa en un piso de lujoso mármol en el aún más lujoso Dubai. Federer posa para la portada de la revista Vogue. Y Federer sólo quiere que le fotografíe Annie Leibowitz, que es en lo suyo lo que Federer en el tenis: la número uno.
Para Leibowitz, Federer posa en bata o con vestidos de Dior. Para ella vuelve a visitar el helipuerto de Burj Al Arab, donde se atrevió a jugar una exhibición contra Andre Agassi. Y para Leibowitz y sus fotos se pone jerseys de Yves Saint Laurent, a 795 dólares la prenda.
Al mejor tenista del siglo XXI, el mejor de siempre para muchos, sólo le faltan dos títulos del Grand Slam para superar el récord de Pete Pistol Sampras (14). Entre los brillos del estrellato, de las pasarelas de moda, de la ropa de firma que vestía ayer, todavía sobresale una raqueta. Por eso cada vez que llegan el invierno y los torneos bajo techo, como el de Madrid, Federer recuerda con nostalgia sus orígenes.
"Me gusta la temporada indoor. Fue mi primer amor", reconoció. "Es donde logré mis primeros éxitos, los que me llevaron de ser 300 a 200 del mundo en unos meses. Siempre sentí que es mi mejor superficie. El último año jugué genial y gané en Madrid", continuó. "Vuelvo como defensor del título. Este estadio [el Madrid Arena], para mi, es genial. Aquí el sentimiento... los espectadores son muy entusiastas. Y es siempre bueno venir a la casa de mi primer rival, tanto como si Rafael [Nadal] viniera a jugar a Suiza. Es algo especial".
Federer probablemente debutará en Madrid el martes. Será en la pista central del Madrid Arena. No tendrá que subir escaleras de cemento, ni subirse a ascensores como cajas de cerillas. Tendrá un tenista de carne y hueso enfrente. Y a la sombra del jugador que amenazó con quitarle el número uno flotando en el ambiente. Federer juega en casa de Rafael Nadal.
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