La locura de Stuttgart se contagia a la UCI
Freire y Valverde denuncian la paranoia de los dirigentes y organizadores del ciclismo
La agresividad, antipatía e incomodidades varias -o la idiotez, que diría Eddy Merckx- con que Stuttgart está recibiendo al Mundial de ciclismo están empezando a causar estragos de todo tipo. Cruces de cables mentales también.
Como si se acabara de caer del guindo, y sin sonrojarse lo más mínimo, el rubicundo irlandés Pat McQuaid tronó ayer, virtud mancillada: "Estoy harto de Stuttgart, del comité local de organización del Mundial, que no sólo no nos ha dado todo el dinero acordado por concederles la organización del evento, sino que también intenta demandarnos si corre Bettini el domingo. Está claro que la presidenta del comité, Susanna Eisenmann, quiere hacer carrera política a cuenta de la lucha antidopaje y ha tomado el Mundial como rehén de sus aspiraciones".
El mundo reducido al absurdo, pues la estrategia política alemana que tanto indigna al presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI) es la misma que él ha seguido el último año, en el que una nueva casta funcionarial, la de los especialistas en la lucha antidopaje y todo el aparato económico-industrial-científico que la acompaña -laboratorios, investigadores, empresas dedicadas al control por sorpresa, inspectores varios- se ha instalado en la cúpula dirigente del deporte mundial. El uso por parte de la UCI del dopaje como arma arrojadiza, acentuado desde la llegada de la australiana Anne Gripper a la federación, ha sido denunciado en los últimos meses por todos los estamentos. A ellos se unió ayer también Óscar Freire, el favorito para convertirse el domingo en el primer ciclista de la historia que gana cuatro Mundiales.
"La UCI se ha preocupado más de ganar dinero y poder con la lucha antidopaje que de proteger a los ciclistas. Somos los últimos en su lista de prioridades, cuando somos los más importantes. Sólo les preocupa su negocio, que son los controles, lo demás es secundario", dijo Freire a su llegada ayer a Stuttgart, donde bullía por todos los rincones el asunto Bettini. "A ver si esto sirve al menos para que los corredores nos unamos y nos defendamos. Por ejemplo, toda la culpa de lo que le pasa a Bettini por no firmar la carta ética la tenemos todos, que firmamos, forzados, para ir al Tour".
Alejandro Valverde, de una forma más primaria y más caliente -calentura proveniente de su litigio ante los tribunales deportivos para que se le reconociera el derecho a correr el domingo, un derecho del que, precisamente, le querían privar la UCI y Eisenmann mano a mano- lo resumió en seis palabras: "Ya han dado bastante por culo". El murciano, que el año pasado ocupó el tercer piso de un podio encabezado por Bettini, no pensaba por ello que sus cuitas, y las del resto del pelotón mundial, se hubieran acabado ya. "Si la UCI no hubiera tenido presiones de los alemanes nunca habría hecho esto conmigo", dijo Valverde, a quien las preocupaciones legales le han hecho descentrarse en las últimas semanas, "y de aquí al domingo, cualquier día puede pasar cualquier cosa. Aquí nunca se está libre".
Pese a todo, y por lo menos, la esperanza española, esto es, Freire, dio señales de estar tan concentrado en la carrera como en sus mejores tiempos, en los días previos a sus Mundiales victoriosos de 1999 (Verona), 2001 (Lisboa) y 2004 (Verona, el último en el que participó) si como muestra vale su nivel de despiste: cuando partía a dar una vuelta en bicicleta en compañía de su colega Flecha, varias veces hubo que recordarle que el hotel español estaba en la calle Mercedes, enfrente del Porsche Arena. No lo grababa, quizás porque su coche es un BMW.
Mientras, la lucha subterránea entre la UCI y los grandes organizadores a cuenta del ProTour, la verdadera madre de todas las batallas, alcanzaba un nuevo nivel con el anuncio federativo de que tanto el Tour, como la Vuelta y el Giro, como todos los monumentos organizados por franceses e italianos, descendían un peldaño en la jerarquía mundial, en la que, mientras se cerraban acuerdos para incluir carreras aún no organizadas en Rusia y en China, entraba la prestigiosa prueba australiana del Tour de Down Under, en enero, a la que se verán obligados a acudir los mejores equipos. "El pasado, los males, es la concentración del ciclismo en la vieja Europa, el futuro es la globalización", sentenció McQuaid.
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