¿Es la genética refugio de los canallas?
Ambientalatas y determinatas libran un combate feroz para situar la clave de la conducta de la conducta, sin reparar en que ellos mismos no son otra cosa que la curiosa mezcla de una misma predisposición
Cerebritos
Ya lo sabrán ustedes, a los que supongo el buen gusto de leer a fondo este periódico antes de pasar los ojos por esta página. Un estudio ha demostrado (ha demostrado) que el cerebro de las personas de izquierdas funciona de manera distinta del de los que son de derechas, y atribuye una mayor actividad neuronal en forma de indeterminación ante situaciones conflictivas a los liberales que a los conservadores. El estudio no se extiende en detalles sobre las encuestas electorales (no ya sobre los que las responden, tampoco sobre los que las diseñan), de manera que lo que tenemos es una especie de conflicto de conducta entre hábitos adquiridos y expectativas genéticas. Claro que el director del estudio, un tal David Amodio, señala que el voto no está determinado sólo por la actividad neuronal: influyen los factores educacionales, culturales y ambientales. Unos factores que serían ajenos, mira por dónde, a la actividad neuronal.
Madeleine, Madeleine
No es la incertidumbre la clave del despliegue mediático sobre la desaparición de la pequeña McCann en el Algarve, sino la sospecha. La sospecha de que sus padres, por las razones que sean, se descubran al cabo como unos embaucadores. Es posible que les pierda la campaña que ellos mismos han puesto en marcha, no tanto por lo que ocultan como por lo que revelan. En vídeos y fotos, la madre de la niña mira siempre con los ojos entrecerrados, lo que sorprende en alguien que pasa sus vacaciones en un lugar tan luminoso, y el padre parece tan resuelto a conocer la verdad que da la impresión de que, sabiéndola ya, trata de sembrar un recorrido de sospechas diseminadas. Lo más inquietante del asunto es que la imagen resultante se vincula más con la impostura que con la incertidumbre. La imagen, ya digo, porque nada sé de las palabras dichas o calladas por los protagonistas. Y Madeleine ¿está diciendo algo que no alcanzamos a escuchar?
Y algo más
Si internet pudiera hablar. O si los teclados dijeran de una vez todo lo que saben. Las imágenes a veces son terribles, pero casi siempre insuficientes. ¿La pornografía infantil que circula por la red ¿es un retrato fiel de la ampliación de actividades de los pedés en el ejercicio normal de sus funciones o el altavoz que las multiplica? ¿A qué edad se supone que el adulto siente, o sufre, atractivo sexual por los más jóvenes? Y en el caso de la niña Madeleine, y de sus padres, ¿habría tenido tanta resonancia mediática de no influir de una manera abrumadora (gracias a internet mismo y a su rebufo mediático) la sospecha de que el asunto tenía mal aspecto precisamente porque es frecuente que en la red aparezcan o desaparezcan tan a menudo las imágenes de criaturas víctimas de abusos que a veces nunca podrán relatar? Y, en fin, si en los abusos a menores es tan frecuente la autoría de adultos de su entorno, ¿se debe al roce del cariño o a la mayor accesibilidad que la cercanía proporciona?
Volver a empezar
Otra vez la misma lata de todos los otoños en la liga profesional de fútbol. Que si el Barça arranca un tanto renqueante, que si el Madrid vence pero no convence, condenado a arrastrar de por vida la famosa sentencia de Unamuno, que si el Valencia es un cúmulo de pesarosas indeterminaciones, que si tanto el Sevilla como el Atlético bien podrían estar al acecho. La melancolía de Ronaldinho, la pesadumbre de un Guti que nunca acaba de ser Guti, la fuerza de Kanouté, cierta desidia que se observa en Albelda. Y así estaremos no menos de cuatro días por semana hasta la primavera próxima, pendientes de las habilidades un tanto equinas de unos jugadores millonarios, de conducta a menudo errática (al menos en el estadio), y de ese resultadismo a lo Camilo José Cela según el cual el que resiste, gana. Final de la Champions como broche de oro, y en seguida el Tour de Francia, qué ésa es otra.
Vivir alquilado
Claro que todo debería estar algo más barato, porque si un tomate te viene a costar lo que un trayecto urbano en autobús es que algo anda descompensado, aunque siempre puedes comprar el tomate y comértelo despacio mientras das varias vueltas en el trayecto del autobús, o comprar un autobús y llenarlo de tomates o plantar tomateras con semillas de autobús en el balcón de tu casa. Si dispones de casa, claro, ya sea en propiedad o alquilada. Si es en propiedad, te espera la muerte cuando liquides la hipoteca, si es alquilada, la bronca con un propietario siempre deseoso de que tu carácter emprendedor corra con los gastos de toda clase de reformas. Menos mal que Zapatero promete euros a porrillo para vivienda. A ver si así podemos comprar tomates.
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