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Columna
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Ramadán

Ayunan, sin probar alimentos sólidos ni acercar líquidos a sus labios, desde que el gallo anuncia los primeros rayos del sol hasta el ocaso. Son sin duda una mayoría los musulmanes que, entre nosotros, siguen los preceptos coránicos y celebran -o "hacen" como dicen ellos- el Ramadán. Llegaron de forma legal, alegal o en pateras en busca de trabajo, y hoy son decenas de miles según se constata a diario en nuestras calles. Vienen a ser una de esas nuevas realidades en el País Valenciano y en el resto de España. Del Ramadán no se oía por estos pagos desde que los cristianos obligamos a subir en barcaza y enviar al Norte de África al último de nuestros laboriosos moriscos. En su origen, el término Ramadán en la lengua árabe remitía a conceptos tales como estarse quieto, descansar o abstenerse; y al vocablo saum (ayuno) le añadieron los exegetas del Corán el significado de guardar silencio, para indicar la continencia que debe caracterizar la vida cotidiana de todo buen musulmán durante el Ramadán. Desde el día 13 de este septiembre occidental, los creyentes musulmanes que habitan entre nosotros acuden a sus rezos en improvisadas mezquitas, e intentan compaginar el cumplimiento de sus preceptos con el ritmo ruidoso de nuestros horarios laborales.

A muchos de los no musulmanes nos llama la atención ese carácter preceptivo que tiene la continencia, que es tanto como moderación y freno en el ánimo y en la actividad humana durante el Ramadán. Quizás porque aquí tropezamos con todo la contrario a cada paso y en cada esquina en el ámbito de lo privado y de lo público. Éste último parece señalizado con un constante ritual del exceso. Ahí está sin ir más lejos el debate agrio, y posiblemente inútil, en torno a esa nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía que evoca en ocasiones la dialéctica apasionada del clericalismo y el anticlericalismo de los tiempos de María Castaña o de Blasco Ibáñez. Lo más probable es que la materia se convierta en una maría más en el sistema educativo, de su natural bastante destartalado y deteriorado. Aunque para unos, al menos en su exceso verbal, es el caballo de Troya del laicismo ateo, y para los otros, también en un exceso verbal falto de contención, es la tabla de salvación que hará desaparecer todos nuestros males cívicos o incívicos. La continencia brilla por su ausencia. En estos últimos días en que casi coincidiendo con el inicio del Ramadán la muchachada valenciana iniciaba su curso escolar, el consejero valenciano de Educación hablaba de la "falta de educación para la ciudadanía" de los promotores de introducir la materia, es decir, el Gobierno de Madrid, claro. Lo que no deja de ser un exceso en medio de unas declaraciones del mismo consejero, cargadas de bastante sentido común: venía a decir con acierto que la educación ciudadana no puede ser una materia sino algo en que deberían, o deben, estar implicados todos los profesores y maestros. Y no andaba falto de razón porque la formación o educación ciudadana es inherente al mismo concepto de profesor o maestro, lo mismo que es inherente al concepto de padre y madre como la continencia lo es al Ramadán.

Pero algo tendremos que aprender los valencianos a quienes el Conquistador catalano-aragonés colocó en el mundo occidental y cristiano a partir de la nueva realidad que representan las casi dos decenas de miles de conciudadanos que representan entre nosotros los musulmanes que llegaron legales, alegales o en patera. Con continencia, templanza y moderación, el dirigente del PP Carlos Fabra no hubiese llenado de exabruptos la provincianísma Diputación de Castellón la víspera del inicio del Ramadán, cuando el jefe de la oposición en dicha Diputación le preguntó o le inquirió que aclarase ciertos pagos o facturas. La ciudadanía, con o sin asignatura de educación, nos quedamos sin saber sobre los pagos, pero nos enteramos de que el cabeza de la oposición era un mal novillero, algo parecido al abad del Monasterio de Silos y un filósofo metafísico. Es tan sólo una muestra de cuanto se repite a diario a uno y otro lado del espectro político. Los adelantados de nuestra vida pública no se han leído las suras del Corán . Y la cultura musulmana es mucho más que el reprobable exceso de los fundamentalistas de cualquier signo.

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