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DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2007
Columna
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¿Algo se acaba?

Dicen que después de la tormenta viene la calma. Eso dicen, pero nadie ayer en la salida lo creía. Yo tampoco, y mira si lo deseaba... pero no. Y es que después del aguacero por tierras murcianas, ayer tocaba una de las etapas más peligrosas de esta Vuelta. Y todos sabíamos que aunque el cielo lucía azul en la salida, también tocaba día de tormenta. Tormenta deportiva, eso se esperaba, porque para tormenta climatológica ya tuvimos suficiente con la del día anterior.

Y eso fue lo que paso. Que salió todo el mundo con el cuchillo afilado. Cruzamos el kilómetro cero con la tensión habitual y cien metros después ya había un corredor atacando (no me cansaré de repetirlo: si alguien quiere ver espectáculo, que se acerque algún día a esa pancarta). El primer suicida, pensé yo nada más verle, porque la etapa de ayer en su aparente inocencia (4 puertos de tercera categoría, eso no es nada) era de las que hace saltar la alarma a los veteranos como yo. Más de doscientos kilómetros, puertos de tercera con 500 o 600 metros de desnivel, subidas de 400 metros de desnivel que no puntuaban... Uf, aquí hay gato encerrado. Y encima por terreno de sierra, que suele ser sinónimo de carreteras sinuosas y en mal estado (ayer eran excelentes). Tanta sierra había que, de hecho, cruzamos de este a oeste el Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas. Un espectáculo para la vista del que tímidamente pudimos disfrutar (una mirada fugaz a derecha o izquierda entre curva y curva).

Pero ya tardó en llegar el momento del disfrute, porque en las primeras dos horas de carrera parecía que algo se acababa. No sé si la Vuelta o el mundo, pero allí parecía que nadie pensara en que también existe "un mañana". Un ataque, y otro y otro. Una fuga que se parecía que se iba, pero no, nuevos ataques la anulaban. Así hasta que cuajó la fuga buena. Fue un espejismo. Y otra vez lo mismo. Por fin sobre el kilómetro 70 se hizo un grupo que fue el definitivo. Y en el pelotón se hizo la calma, más por necesidad que por ganas. Solo nos quedaban 140 kilómetros. Sí, solo. Y eso fue lo que pasó. Al final todos llegamos. Los fugados diez minutos antes, y nosotros después. Y llegamos contentos con el resultado, que era conseguir nuestro objetivo: un día menos para Madrid.

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