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Reportaje:OFICIOS Y PERSONAS: PEPE AUBANELL | Botero

"Después de mí ya no hubo nadie que quisiera seguir este oficio"

Tiene 80 años, pero los clientes recurren a él para que les arregle alguna cuba

Pepe Aubanell tiene 80 años y lleva ya 15 jubilado, pero todavía hay clientes que recurren a él para que les arregle alguna cuba deteriorada porque no encuentran otro tonelero. Es un oficio en extinción. Ya se lo decían en Gandesa, su pueblo, en la Terra Alta, cuando a los 12 años empezó a trabajar como aprendiz en el taller del botero: "¿No ves, que no tiene futuro?", recuerda que le advertían. "Y tenían razón", reconoce. Pero en aquel momento, no le preocupaba. Y no porque hubiera nacido con una vocación inequívoca. No. La suya fue una decisión en negativo: se hizo tonelero para no ser payés.

Se inició haciendo recados y enseguida el tonelero de Gandesa le encomendó que picara algunos aros con los que ajustar bien los tablones de las botas. Aprendió una técnica que mantuvo invariable a lo largo del más de medio siglo de profesión en activo y que sigue practicando aún esporádicamente. "¿Aburrido? Cuando uno es pobre, el trabajo es lo que necesita para vivir. Así es que si tienes trabajo ya estás contento".

Al principio, cobraba una peseta al día. Cada semana, recibía su sueldo: siete pesetas. Cuando volvió de la mili, se instaló por su cuenta. Pudo vivir dignamente del oficio durante más de 20 años. La comarca de la Terra Alta es tierra de vinos y cada familia de Gandesa solía tener entre 5 y 10 cubas para almacenar el que cosechaba. Pero en la década de 1960, se pusieron de moda los trulls, una especie de depósitos de tres o cuatro metros de profundidad que se construían en las casas para sustituir los toneles, y el negocio de Pepe Aubanell hizo crack.

Lo salvó su olfato. Y la madera ajada. Intuyó que con los años se demostraría que no hay nada que mime mejor el vino que ese material viejo como el tiempo. "El vino es más bueno en la madera, coge un paladar mejor". Cuando nadie hablaba de reciclaje, el botero de Gandesa empezó a practicarlo. Fue comprando las botas de las que se iban desprendiendo las familias y las iba apilando en el corral de su casa, donde estaba instalando su taller.

Durante esos años de crisis, Aubanell empezó a satisfacer los escasos encargos que le hacían reutilizando la madera. Los viejos toneles que había comprado se convirtieron para él en una especie de arca de Noé que le permitió sobrevivir. Le ayudó también la uva que vendía a la cooperativa porque en estos tiempos duros, no pudo eludir el trabajo en el campo, que había logrado esquivar de joven.

La mala racha pasó con el despegue económico del país y la construcción de segundas residencias. La gente empezó a pedirle cubas. "Les gustaba que fueran rústicas, de madera vieja". El negocio resurgió. Solía tener siempre una veintena de pedidos en lista de espera. "Me llegaban encargos no sólo de Cataluña. También de Aragón, de Castellón...". Asegura que en Cataluña apenas quedan boteros artesanos. Sólo llegó a conocer al de Gratallops, uno de los pequeños pueblos del Priorat histórico. "Me habían hablado de él, pero no lo había llegado a conocer. Un año lo fui a visitar. Me hizo mucha ilusión. Sentí que era como un hermano: nunca había estado con nadie que tuviera herramientas como las mías". Y las muestra. Las heredó de su maestro. Tienen 150 años. "Sigue habiendo herreros, carpinteros... pero boteros, no", añade. "Detrás de mí, no hubo nadie que quisiera seguir este oficio".

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