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Reportaje:Atletismo | Comienzan los Mundiales de Osaka

Japón es una sauna

Las condiciones ambientales, ideales para los velocistas, son nefastas para los maratonianos que hoy inauguran la cita

Carlos Arribas

Bienvenidos a otro mundo. Bienvenidos a Japón. Bienvenidos a los Mundiales del calor y la humedad. 40 grados, 80%. Una sauna. Dieciséis años después de Tokio, el atletismo regresa a Japón. Regresa a las mismas condiciones ambientales que contribuyeron a hacer de la cita de 1991 la más recordada.

En las calles es imposible andar 200 metros sin tropezar con una maquinita de bebidas, de agua fría, de café helado, de bebidas con sales minerales. La hidratación como artículo de primera necesidad. Es la señal de que el calor, la humedad, son cosa seria, tan seria por lo menos como quieren hacer creer los atletas, que tras una semana en la isla del Fujiyama no saben qué les cuesta más, si adaptarse al tórrido calor o al desfase horario. Todo tan japonés como el chirrido de las chicharras gigantes en los parques, como la desquiciante señal acústica, dos tonos, en las estaciones de tren y metro, como los hiperhigiénicos retretes con chorrito de agua caliente.

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Calor y humedad, el paraíso de velocistas, saltadores y lanzadores; el infierno de marchadores y maratonianos; la felicidad de los organizadores, convencidos, como todo el mundo, de que lo que hace grandes unos campeonatos son los récords, y si son de velocidad, de los 100 metros, si son míticos, mucho mejor. En Tokio 91, donde la humedad se masticaba, donde el bochorno no era sino el aviso de la tormenta eléctrica, Carl Lewis batió el récord mundial de los 100 metros, Mike Powell rompió el muro de los 8,90 metros en longitud, Michael Johnson empezó a sumar títulos y Serguéi Bubka, que ahora es ya vicepresidente de la IAAF, conquistó su tercer mundial. Como diría un atleta español, cuánta presión. Cuánta presión para los que quieren ser los Lewis, Powell, Bubka y Johnson del siglo XXI, para Asafa Powell, para Tyson Gay, para Jeremy Wariner. Para ayudarles, una pista especial, la más rápida nunca construida.

Asafa Powell, el jamaicano que ha corrido tres veces los 100 metros en 9,77s, récord mundial, combate el calor y el jet-lag saliendo de copas -bar, pub, club-, acostándose a las 4 de la mañana, levantándose a las 8 para entrenar. Un plan de viaje extremadamente arriesgado, alarmantemente despreocupado. Muy poco british, por lo menos. Muy poco español, también. El Reino Unido, tierra de excéntricos, España, tierra de fondistas mesetarios, individualistas, han seguido otras rutas.

El británico Don Thompson se preparó para el calor y la humedad de los Juegos de Roma 1960 entrenándose durante horas en su cuarto de baño, convertido en una sauna por medio de calentadores, estufas de gas y teteras a toda mecha. Se mareaba y pensaba que era por culpa de la humedad, pero luego se dio cuenta de que era el monóxido de carbono de la estufa: ganó el oro de los 50 km. marcha. Sus herederos son más científicos y previsores y han convertido los Mundiales de Osaka en un ensayo general de la preparación para los Juegos de Pekín. Un equipo de diez médicos y fisiólogos supervisa el bienestar de 56 atletas británicos, concentrados en Macao un par de semanas antes del comienzo del torneo. Allí los mimaron obligándoles a pasar dos mañanas tumbados en la habitación -les sirvieron el desayuno en la cama-, les obligaron a traerse la almohada de su casa para no notar el cambio y les sometieron a análisis de orina para medir el grado de deshidratación. Después de los entrenamientos los sientan en una silla especial, con bolsas de hielo en los brazos para que descienda la temperatura corporal: el calor, el gran enemigo de los fondistas, reduce el flujo de sangre que llega a los músculos, el rendimiento.

De los españoles tampoco se esperan unos Mundiales increíbles, aunque el presidente, José María Odriozola, subió ayer el listón a 3-5 medallas y 12-15 finalistas -Mario Pestano, en disco; Paquillo en marcha y Ruth Beitia en altura como cabezas de cartel, más lo que pueda caer en los 1.500-, pero, al menos, no se ha invertido tanto en su bienestar. Los atletas han gozado de libertad para utilizar la fórmula de aclimatación que más les conviniera. Los más meticulosos, evidentemente, han sido los maratonianos y los marchadores, los que más horas deben estar al sol haciendo ejercicio. Algunos como José Ríos, un veterano de los maratones japoneses -ha ganado dos veces en Otsu-, han adaptado su horario en la península progresivamente al que van a vivir en Osaka. El catalán, que sufre como pocos los efectos de la humedad en su mínimo cuerpo, se ha entrenado a las siete de la mañana -hora japonesa de la prueba- en Santander y Barcelona para tratar de convivir con el vapor que no permite que el sudor tenga efectos enfriadores. Otros, como Arturo Casado, el madrileño de 1.500, se han dejado guiar por el dictado del cuerpo. "A las 3, clic, como un reloj, los ojos como platos, y a las 8, súper dormido", dice. "Así que me levanto, desayuno, y a la cama hasta las 12. Y no me siento mal".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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