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CONDENADA EN LA CIUDAD
Columna
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De Ceausescu al 'graffiti'

Patricia Gosálvez

Si una ventana rota no se repara, parece que a nadie le importa y pronto habrá más. Muchas ventanas rotas implican que no hay castigo, y pronto se darán crímenes más serios. Según la teoría de Wilson y Kelling, criminólogos estadounidenses, "el desorden propicia el crimen".

En el libro El punto clave, el periodista Malcom Gladwell usa la teoría de las ventanas rotas para ilustrar cómo "las cosas pequeñas pueden tener grandes efectos". En 1990, el crimen en Nueva York, que alcanzaba cotas históricas, empezó a caer en picado. Diez años después, había descendido más de un 70%. Aunque baraja muchas causas (bonanza económica, políticas carcelarias, baja rentabilidad del crack), el autor achaca gran parte del descenso a la limpieza de los vagones de metro. Bajo tierra, en los destartalados y vandalizados trenes, el crimen era una epidemia. En 1984, el suburbano contrató a Kelling para poner en práctica su teoría. Bajo el lema "El graffiti simboliza el colapso del sistema", los trenes pintados no salían del hangar. La delincuencia descendió y unos años después, el alcalde Giuliani y su jefe de policía llevaron la teoría a la superficie. Con la ciudad matándose a tiros, se concentraron en detener a quienes se colaban en el metro, robaban bolsos o rompían ventanas, confiando en que la mente criminal pensase: si por saltar el torno te llevan esposado, qué no te harán si atracas un banco.

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Partiendo de los mismos datos, otro libro, Freakonomics, descarta, sin embargo, que el descenso del crimen se debiese a las ventanas rotas. Stephen D. Levitt apunta una teoría que da más grima, incluso a él, "un economista políticamente incorrecto" de la agresiva escuela de Chicago: en 1973, Estados Unidos legalizó el aborto, por ello, según el autor, en 1990 había muchos menos chavales con papeletas para ser criminales, es decir, hijos no deseados de mujeres jóvenes, solteras, pobres y negras. Para ilustrar el peso del aborto en las generaciones venideras, Levitt arranca su explicación hablando de Ceausescu. En 1966, el rumano prohibió el aborto. Pasados 23 años, una horda de jóvenes derrocó al dictador. La ironía: "De no ser por la prohibición, muchos de ellos no habrían nacido", teoriza Levitt.

En uno de los pocos textos del libro Wall and piece, el graffitero británico Banksy usa el mismo hecho, el derrocamiento de Ceausescu, para ilustrar que un individuo cualquiera es capaz de cambiar las cosas. Según el artista callejero (que cita a la BBC) fue un solo tipo quien empezó a gritar contra el dictador durante un discurso. Por error, muchos le siguieron y en el caos se forjó la revolución. Banksy es un genio del spray, sus obras son hermosas, profundas e hilarantes. Llaman a la reflexión, no al crimen. Su teoría: "Quienes degradan nuestros barrios son las compañías que cuelgan enormes anuncios en edificios y autobuses intentando hacernos sentir inadecuados si no compramos sus productos".

Sin teorías que defender ni ganas de ilustrar nada, el Condenado en la ciudad se lanza a la calle en busca de un poco de praxis. Encuentra una calle en concreto (León, en el barrio de las Letras de Madrid) llenita de graffitis. Los cuenta: 352 pintadas en apenas 300 metros, muchas más que en las calles colindantes. ¿El azar? ¿El efecto contagioso de las ventanas rotas? ¿La desidia de los vecinos? Cada cual tiene su teoría y su práctica. El del bar ha llamado al Ayuntamiento un par de veces para que limpie las paredes, pero la del estanco opina que "total, para qué". La chica de la tienda de ropa ha pagado a un graffitero profesional para que le pinte el cierre y así dejen de firmarlo otros. Al tatuador le respetan la fachada por tatuador. Dice que en la calle no hay crimen serio, y que las pintadas, "que no son guapas", las hacen "chavalillos". Firmas de novatos, Kike, The Yo, Reinas, JL!.., con caligrafías torpes y sin mensaje más allá del ego. Sólo hay una con chiste, una plantilla que imita los carteles de "prohibido fijar carteles". Es una parodia de la propiedad privada y la autoridad. La pintada dice "prohibido llenar cuarteles", y, como no es una teoría, no está firmada.

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Un joven, ante un muro lleno de <i>graffiti</i> en Herrera Oria.
Un joven, ante un muro lleno de graffiti en Herrera Oria.BERNARDO PÉREZ

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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