La modernidad bien entendida
Pasa Lucerna por ser el festival en el que todos los años se reúnen las mejores orquestas del mundo con sus directores titulares. Es cierto, desde luego. Pero también lo es que los conciertos comprometidos con la creación de nuestros días tienen el mismo éxito que los tradicionales, lo que supone un signo de diferenciación de este festival respecto a cualquier otro. Una prueba de esta vocación contemporánea es que el compositor en residencia este año es el húngaro Peter Eötvös, y que los artistas-estrella son el director británico Jonathan Nott y el pianista francés Pierre Laurent Aimard. El pasado domingo coincidieron todos en un concierto en el que se estrenó una interesantísima obra para violín y orquesta de la compositora alemana Isabel Mundry (1963), se recreó Ópera china, de Eötvös, a cierta distancia todavía de esa obra maestra absoluta de la ópera actual que es Tres hermanas, y se rindió homenaje a Ligeti con una interpretación magistral de su concierto para piano -con Aimard, de sumo sacerdote del teclado- y con una lectura ejemplar de su concierto de cámara para 13 instrumentistas con efectivos del Ensemble Intercontemporain de París. El concierto fue una fiesta y demuestra a las claras que cuando se fomenta y se tiene una cultura de corte clásico, la ampliación a lo más moderno es algo natural como la vida misma. El éxito fue inenarrable para lo que se estila en este tipo de actos.
Búsqueda de los orígenes
Se dice también que Lucerna es un festival elitista. Y lo es, qué duda cabe, por los precios, pero también por su calidad difícilmente igualable. Sin embargo, es un festival que se plantea preguntas y, curiosamente, pone las condiciones para encontrar alguna respuesta. Péter Esterházy escribe en un extraordinario suplemento que ha editado el diario Neue Zürcher Zeitung para el festival sobre algunas cuestiones fundamentales. Woher, wohin, -de dónde, adónde-, se pregunta. Y en esta búsqueda de los orígenes, la programación no sólo contempla a Ligeti, que tanto amaba las músicas étnicas, o a Tarkovski, en su proyección desde la cinematografía, sino que a partir de hoy, y durante una semana, se vuelca en conciertos populares que llenan las calles y plazas de la ciudad en una docena de espacios, con grupos de Pakistán, Senegal, Rusia, Taiwan, Francia, Rumania, Argentina, India, Paraguay y, por supuesto, Suiza, en un intento de que no queden cabos sueltos y que las músicas de Bartók, Kurtág o el mismo Ligeti muestren su sentido profundo en su relación con las raíces populares.
Lucerna no es solamente Abbado, con su Orquesta del Festival, y Boulez, con su Academia. En fin, de lo escuchado en el último fin de semana tengo que destacar en otro registro una memorable interpretación de Renée Fleming de autores como Strauss, Berg, Schubert o Brahms, pero, sobre todo, del elegíaco ciclo de canciones para soprano y piano de 1979 Apparition, de George Crumb, sobre textos de Walt Whitman. Lucerna es un festival que está en estos momentos en estado de gracia. Se cuenta y no se acaba sobre su fantasía y su excelencia.
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