Corrida triunfal
La corrida fue triunfal porque hubo triunfo de toros y toreros. ¡Ya era hora! Al primero que saltó a la arena se le premió con la vuelta al ruedo, y los demás, todos con escasas fuerzas, sirvieron para el toreo moderno. Enrique Ponce entusiasmó a los tendidos y cortó tres orejas, aunque le pidieron cuatro. Joselito Ortega también obtuvo trofeo. Lo dicho: un triunfo en toda regla, muy merecido por esta sufrida afición que ha aguantado muchas tardes de soberano aburrimiento.
Pero, ¿cómo fueron esos triunfos? Hombre, pues según y cómo.
El toro de Román Sorando se asomó por chiqueros como un alma en pena, pero se enceló con el caballo y no había manera de sacarlo en los dos picotazos que recibió. Se dolió en banderillas y llegó a la muleta con recorrido y extraordinaria nobleza. Fue un toro nobilísimo, de embestida dulce como el almíbar, pero con las fuerzas muy justas. Dobló varias veces las manos, y no se desplomó en la arena porque tenía delante al mejor enfermero del toreo, que lo cuidó y mimó en todo momento. En resumen, un toro de enorme calidad, al que no sobró el poderío que se le supone a los toros bravos.
Zalduendo/Ponce, Conde, Ortega
Cuatro toros de Zalduendo, bien presentados, blandos y nobles, y dos de Román Sorando: al 1º, bravo y noble, se le dio la vuelta al ruedo; el 6º, encastado. Enrique Ponce: media (dos orejas); _aviso_ pinchazo y media trasera (oreja y dos vueltas). Javier Conde: pinchazo y media (pitos); dos pinchazos y media (bronca). Joselito Ortega: media baja (oreja); pinchazo _aviso_ pinchazo y estocada tendida (ovación). Plaza de la Malagueta. 17 de agosto. Décima corrida de feria. Lleno.
¿Y Ponce? Como es torero conocido por todos, no hace falta presentación alguna. Conoce los secretos de la técnica, es inteligente y demuestra una suficiencia insultante. Saludó a ese toro con unas garbosas verónicas y lo quitó por elegantes chicuelinas. No lo obligó con la muleta, se dedicó a acariciarlo y toda la faena fue bonita, fría, impersonal, sin hondura ni emoción. En una palabra, no se embraguetó con el toro, que es condición necesaria para el triunfo.
Inválido fue el cuarto, pero consiguió que embistiera en el tercio final y volvió a ganarse al público con una faena muy larga, facilona, con pases de todas las marcas, pero todos más cercanos a la bisutería que al toreo profundo. Quizá, la bondad del toro merecía ese toreo epidérmico. A fin de cuentas, los dos que le tocaron en suerte fueron dignos representantes del moderno toro artista.
El joven Joselito Ortega torea poco y no lo puede ocultar, pero sus carencias las suple con una encomiable entrega y valentía. Muy voluntarioso en su primero, se justificó sobradamente y, por momentos, llegó a brillar tanto a la verónica como al natural. Volvió a lucirse a la verónica en el sexto, meciendo muy bien los brazos, y plantó cara a su encastado oponente con gallardía y arrestos muy meritorios. Su valiente apuesta fue muy apreciada por sus paisanos, que cantaron el toreo alegre y apasionado de Ortega. Sus maneras inexpertas son discutibles, pero su triunfo, le valga o no para el futuro, fue legítimo.
Y las broncas se las ganó con todo merecimiento Javier Conde. Sus toros fueron del mismo estilo que los demás, blandos y nobles, pero él no los vio y toda su labor transcurrió entre el choteo general. No es posible el toreo si se ejecuta con aceleración, sin ajuste y cargado de precauciones.
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