_
_
_
_
_
Necrológica:EN MEMORIA DE MIGUEL SALABERT
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

El exilio interior

No sé si se ha ido Miguel Salabert (Madrid, 1931) habiéndosele reconocido como suyo en su día, con las pólizas de rigor y en el negociado correspondiente del Registro de la Propiedad Intelectual, este término, el de "exilio interior", que le correspondía en justicia, como nunca se cansó de reivindicar con humor no exento de cierta melancolía, ésa que acomete a los creadores que no han recibido lo que, en cambio, sí han dado: talento, trabajo, pasión, dedicación al periodismo, a la literatura.

Fue además de un excelente periodista y un buen escritor un vitalista, un hombre que amó la vida como se ama, a veces, a ciertas mujeres. Tal vez "exilio interior" sea una suerte de oxímoron de los que propició por su manera de ser el Caudillo, que gustaba de las paradojas.

Lo cierto es que, a finales de los años cincuenta, Miguel Salabert, periodista, escritor y traductor y sus traducciones, desde Jules Verne hasta Flaubert nunca fueron un socorrido ganapán, cuando preparaba libros, estos sí, de dignísimo encargo como El toro en la literatura o Antología del humor francés o un divertido Humor de contrabando, en colaboración con Chumy Chúmez, probó suerte, en idioma ajeno, el francés, en el periodismo. Allá por 1958 escribió un artículo sobre era todo un género la España de Franco y Miguel Salabert, que se iba soltando en francés lo tituló L?exil intérieur.

Y la frase hizo tanta fortuna decía con humor que de haberlo sabido lo hubiera patentado en Ginebra que acabó convirtiéndose en una frase hecha que, además, empezó a utilizarse de forma retroactiva, y así abarcó a Aleixandre y demás cuadrilla.

El exilio interior se llamó su única novela, publicada en España en 1988, en la ed. Anthropos, en una colección de desarraigos titulada Memoria rota, que dirigía Carlos Gurméndez. Una novela, por cierto, que se había editado ya, desde 1961, en París, en Nueva York, en Budapest, en Londres, en Bucarest, etcétera.

Salabert no obtuvo con esa novela el reconocimiento el título se cobraba en negociado aparte que su calidad literaria y testimonial se merecía (me consta que en los últimos años, ya herido por la enfermedad, ha disfrutado con las novelas de su hija, Juana Salabert, de las que era lector apasionado y firme crítico).

Trabajó mucho, en los años de la transición, en ese carrusel de publicaciones de izquierda, como periodista cultural y político. Como tantos periodistas españoles de su generación, forzados al trastierro, creció en su profesión trabajando en París para la Agencia FrancePress.

De sus años residiendo allí se trajo, al volver, además de a su hija Juana, un gran amor por la cultura francesa que le llevó, de forma natural, a ser traductor, que igual acometía por citar un par de títulos La educación sentimental, de Flaubert, como Veinte mil leguas de viaje submarino, de Jules Verne, el Julio Verne de nuestra infancia.

Justamente se ha valorado siempre la importancia que tuvo, en los primeros años de la transición, de lógica satiriasis política, el libro de Savater, La infancia recuperada, por lo que suponía de reencuentro con las viejas lecturas. Pues bien, querría aprovechar esta circunstancia para valorar también el esfuerzo que hizo Salabert, en aquellos años transicionales, por darnos otra vez a leer, con ojos adultos, a Verne.

Recuerdo, con verdadera pasión, mi recuperación hace treinta años de las viejas lecturas de Verne: aquellas estupendas ediciones de bolsillo de Alianza Editorial, con unos esclarecedores prólogos del propio Salabert.

Y también querría recordar ahora un libro aparecido en el más tardotardofranquismo titulado El desconocido Julio Verne (CVS Ediciones, 1974), en el que un periodista de izquierdas como él, comprometido con los tiempos que se avecinaban, no dudó, en ningún momento, en dedicar una biografía seria y bien documentada a Verne. Leer, entonces, de la mano de Salabert, juntos a Verne y a Flaubert fue, sí, toda una educación sentimental, para muchos de entonces.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_