Duelo en la gran cumbre
La última gran subida del Tour decidirá si Alberto Contador cuenta con posibilidades para la victoria final ante el acosado Rasmussen, que ayer se presentó ante la prensa junto a su abogado
"Hola, soy Alberto Contador, tengo 24 años, voy segundo en el Tour, pero quiero terminar primero". "Hola, aquí a mi lado tengo al nuevo Armstrong, tiene 24 años y se llama Alberto Contador. No sé si ganará el Tour este año, pero seguro que lo ganará alguna vez". Estas frases se oyeron ayer, día de descanso, en un salón repleto de periodistas de medio mundo. Las pronunciaron, respectivamente, Alberto Contador y Johan Bruyneel, el director de su equipo, el Discovery Channel, el técnico belga que llevó a Lance Armstrong a la victoria en siete Tours. Para que los deseos del primero y la profecía del segundo se cumplan sólo quedan cinco días, cinco etapas del Tour del 2007, de las que dos solamente, la de hoy, la última de montaña, la más terrible, con paso navarro por Larrau -donde aún están húmedas las lágrimas de miles de seguidores que vieron hace 11 años el cortejo "fúnebre" de Indurain camino de Pamplona-y Belagua, y francés por Marie Blanque y final en la cima del Aubisque, una vez pasada la estación de esquí de Gourette, y la del sábado, una contrarreloj de 55 kilómetros llanos en Angulema, pueden provocar diferencias entre el líder, Michael Rasmussen y el segundo, Contador, a 2m 23s.
El danés aduce olvidos y errores administrativos al no indicar su paradero a las autoridades antidopaje
"Estaba en el sitio y momento inadecuado", recuerda el español sobre la Operación Puerto
Sesenta y nueve veces ha pasado el Tour por el Aubisque, uno de los padres fundadores del ciclismo en los Pirineos junto al Peyresourde, el Tourmalet y el Aspin. Sesenta y nueve veces y en ninguna de ellas, ni siquiera en 1971 y 1985, cuando la llegada se situó en su cima, tuvo el puerto de las brumas y los pastos el valor decisorio que se le adjudica, a priori, en 2007. Y nunca hasta este séptimo año de un comienzo de siglo tan turbulento para el ciclismo, salió el ganador del Tour de un duelo directo entre dos escaladores puros.
En el hotel del Discovery, un apacible palacete en el centro de Pau, en los jardines, Christian Laborde, escritos enamorado del ciclismo, charla apasionadamente con Bruyneel. De ciclismo, de Contador, de escaladores españoles, de cómo ganar el Tour. "Deberá atacar en el Marie Blanque, un ataque lejano, si no, no le podrá sacar mucho tiempo", dice el novelista, autor, entre otras obras, de "El Rey Miguel", novela biográfica de Indurain. "Pero no, pero no", le responde Bruyneel, entusiasmado por la capacidad que tiene el ciclista de Pinto de ejecutar en la carretera los planes diseñados en la habitación, de su capacidad de análisis, también, de su capacidad de tomar decisiones autónomamente, sin esperar a la orden del pinganillo, de su pedalada ligera, de su capacidad de mover las piernas como un ventilador en los puertos más duros, tan parecido a Armstrong, tan genéticamente propiedad de Contador, que ya cuando amateur, en la Subida a Gorla, deslumbró con su molinillo. "Nuestro plan será atacar en el Aubisque e intentar arrancarle un minuto a Rasmussen. Sabemos que será muy difícil soltarlo, pero también creemos que poco más de un minuto sí que será posible sacarle en la contrarreloj, donde, además, Alberto Contará con un arma secreta: Lance Armstrong le seguirá en mi coche, será un plus suplementario de motivación".
También la experiencia de Armstrong, el tejano que ya se tuvo que defender en 1999, su primer Tour victorioso, de las acusaciones de dopaje y del acoso mediático por el uso de una pomada con corticoides, le ayuda a Contador para sortear el mismo tipo de obstáculos. Contador, además, será joven, pero no es un ingenuo. Sabe de dónde viene, por dónde ha pasado, conoce las brumas que envuelven al ciclismo. Entiende que sea natural que todo aquel que llega a la cima del Tour sea sospechoso, objeto de polémica, presionado. Así lo dijo, cuando le preguntaron por Rasmussen, y lo único que le provocaron las repetidas preguntas sobre su presunta implicación en la Operación Puerto -"estaba en el sitio inadecuado en el momento inadecuado", dijo, recordando su paso por el Liberty-Astana de Manolo Saiz el año pasado- fue aburrimiento. "Tengo un sueño que me caigo", dijo. "Sólo quiero echarme una larga siesta".
El espíritu del 98 se había reencarnado en el Palacio Beaumont de Pau poco antes. Antes incluso de que la policía volviera a salir en las fotografías rodeando el hotel de un equipo ciclista. Antes de que se conociera el positivo de Vinokúrov. En el centro del foco estaña Michael Rasmussen, el maillot líder del Tour, a quien no quieren ni ver en la carrera, y así lo gritan en declaraciones impresas, ni el presidente de la UCI, ni el director del Tour, ni los directores de los equipos del movimiento creíble y, ni siquiera algunos compañeros de pelotón, como el arrepentido David Millar. Es natural, así, que a Rasmussen la conferencia de prensa, a la que acudió con un abogado, le provocó, vista su cara, su cabeza hundida entre los hombros, crispación, agobio, abatimiento. Durante 48 minutos, el líder del Tour, el ciclista, de 33 años, que puede convertirse en el segundo danés que gana la grande boucle tras el confeso Bjarne Riis, debió responder a decenas de preguntas sobre un monotema: ¿por qué no comunicó su paradero varias veces a las autoridades antidopaje? El danés, entre el tumulto, se escudó en olvidos no intencionados, en errores administrativos. Se defendió recordando que desde el comienzo del Tour ha sufrido 14 controles antidopaje, y ninguno positivo, por ahora. Y no habló del Aubisque, de Contador, porque no le preguntaron.
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