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Jesús

En estos días atrás, el dolor era tan insoportable que ni siquiera leía EL PAÍS. Cuando me lo comentaron sus hijos comprendí que su estado tenía que ser peor de lo que aparentaba, pues renunciar a la lectura del diario, su diario, era un signo inequívoco de que había comenzado a desinteresarse por la vida. Todos sabíamos que pertenecía a la estirpe de los que mueren con las botas puestas. Por eso, frente a las insidias de la enfermedad y el sufrimiento luchó por mantenerse erguido y activo hasta el último minuto.

Conocí a Jesús en el invierno de 1975, a los postres de una conferencia pronunciada por Francisco Fernández Ordóñez en el Club Siglo XXI. Paco y yo habíamos contribuido, cada uno a nuestra manera, a la tímida apertura política que intentaron tras el asesinato de Carrero Blanco algunos franquistas deseosos de convertirse a la democracia con la complicidad, más o menos evidente, de sectores de la oposición.

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