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Crónica:TOUR 2007
Crónica
Texto informativo con interpretación

Escenas de maldad en Montpellier

El Tour indulta a su líder, Rasmussen, pese a las acusaciones de eludir dos controles antidopaje antes de la carrera

Carlos Arribas

Hay mucha mala idea suelta por el sur de Francia. Mucha violencia en el aire, agresividad, testosterona en la punta de la lengua. Tendencias asesinas, autodestructivas, desenfrenadas en un ambiente deletéreo. Mucho teatro, también. Y arqueología. Un totum revolutum caótico que lleva camino de convertirse en la única cara reconocible del ciclismo. O de lo que queda de él. Las viejas gentes del Tour, los que guiaban al ciclismo cuando todas las disputas se solucionaban en privado, cuando nada trascendía, desbordadas, perplejas, contemplan el vuelo de los cuchillos, las dentelladas venenosas que se ofrecen, sin pudor, morbo puro, a su vista.

La organización acusa a la Unión Ciclista Internacional de querer hundir la competición

Aparcado frente a la Ópera-Comedia de Montpellier, Johan Bruyneel hace de profeta: "Se pondrá de líder en la contrarreloj Cadel Evans". ¿Lo cree o lo quiere? "Lo quiero, lo quiero, es lo que más deseo del mundo, lo mejor que nos podría pasar", continúa con pícara sonrisa el director de Contador. "Se iba a enterar entonces el australiano que nunca toma una iniciativa, que siempre va a rueda. A ver cómo lleva el Tour sin equipo. Nos lo íbamos a pasar pipa en los Pirineos". Qué malo.

Pero no el peor. A 200 metros de distancia, media hora antes, en una pequeña oficina portátil, la dirección del Tour se reúne durante casi una hora. Motivo: caso Rasmussen. Telón de fondo: la guerra declarada entre el Tour y la Unión Ciclista Internacional (UCI), promotora del ProTour, una liga que pretende que el dinero que recauda el Tour se reparta entre todos. En la batalla, el tema del dopaje -el más mediático, por morboso- es el arma arrojadiza.

Antecedentes: en marzo de 2006 y en junio de 2007, Rasmussen, que como tiene una mujer mexicana suele ir a México a entrenarse, no envió a la UCI y a la agencia antidopaje danesa el obligatorio escrito trimestral con las direcciones de los sitios en los que se iba a encontrar para que le encontraran los inspectores que se dedican a hacer controles por sorpresa. Por tal motivo, el 29 de junio la UCI le envió una carta de advertencia: a la próxima, a la tercera que no nos digas dónde estás, te sancionamos. Nada más, en teoría. Problemática: a la federación danesa -una curiosidad: los países con menos tradición ciclista que ganaron últimamente el Tour, Alemania y Dinamarca, son los más empeñados en la tarea de autodestrucción después de la caída en el poso de la vergüenza de Bjarne Riis y Jan Ullrich- no se le ocurre otra cosa que, aprovechando que Rasmussen, el danés ligero, es el líder del Tour, anunciar que le han excluido del equipo para los Juegos Olímpicos y el Mundial por sus olvidos repetidos.

Puesta en un brete, la dirección del Tour reacciona: como Rasmussen no está suspendido -participó en el campeonato de Dinamarca el 1 de julio-, no tiene sentido excluirlo del Tour. Además, Rasmussen se ha sometido a media docena de controles en las últimas semanas. Eso por un lado. Ahora, lo importante, dijo Christian Prudhomme, director de la carrera, ¿por qué una carta del 29 de junio se da a conocer el 19 de julio? "¿A quién beneficia el asesinato?", es la pregunta retórica, cuya respuesta señalaba a la UCI. La UCI, que guiada por el ex presidente Verbruggen, quiere hundir al Tour en la miseria. Por eso hace dos días lo de Sinkewitz. Por eso esto. El Tour, que quiere machacar a los equipos. Los equipos, que se huelen lo que se avecina, que no saben qué hacer, que se van a quedar sin patrocinadores. "No entiendo ciertas noticias que llegan en el Tour pero no salen del Tour", dice Bruyneel. "No entiendo a la televisión alemana. No entiendo nada. Más bien, lo entiendo todo".

Los corredores. Rasmussen, de amarillo, firma el último. Llega a la salida protegido por un cordón sanitario, una cadena de policías que lo rodean en burbuja, que lo protegen de periodistas armados de cámaras y afilados codos. Rasmussen está tranquilo, sonriente. Un espectáculo: detrás, tranquilos, sonrientes, los demás corredores asisten en primera fila. Alejandro Valverde, también. "Pues sí, sí que he pensado en el desayuno que podían echar a Rasmussen", dice el murciano, segundo clasificado, que habría pasado a ser el líder. "Claro que no quería que eso pasara. Y, evidentemente, no me habría puesto el maillot amarillo".

Terminada la etapa -dura, fría, un puertarraco pegajoso, en el Midi: se escapó con un francés Amets Txurruka, el más ligero del Tour, 56 kilos, que vivió su sueño hasta el triángulo rojo. Sprint cañón: Boonen-, Rasmussen cogió su bolsita de barritas energéticas y contestó a la prensa. "¿Que si me ha afectado tanta movida y agobio? Pues más o menos esto", dice, abriendo índice y pulgar de la mano más o menos un milímetro, o dos. Chulo el chico. Hay un arqueólogo que le pregunta si conoce a Whitney Richards, un amigo americano al que pidió que le llevara unas zapatillas a Europa hace cinco años, en 2002, y que descubrió que en vez de zapatillas en la caja había bolsas de hemoglobina sintética. "Sí, lo conozco. No voy a confirmar esa historia", responde. Hoy, la contrarreloj. Eso, si antes, el tremendo empeño del ciclismo por suicidarse no termina, por fin, triunfando.

Rasmussen es rodeado por los policías antes de la salida de la etapa.
Rasmussen es rodeado por los policías antes de la salida de la etapa.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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