John Szarkovski, comisario artístico
Fue director de fotografía del MoMA durante tres décadas
A principios de los años sesenta, cuando Szarkovski empezó su carrera como comisario, la fotografía se percibía como un soporte funcional, un medio para documentar el mundo. Quizá más que nadie, Szarkovski logró cambiar esta percepción.
Para él, la fotografía era una forma de expresión tan valiosa como cualquier obra de arte, y como director de fotografía del MoMA durante casi tres décadas, desde 1962, fue tal vez su defensor más apasionado. Dos de sus libros, The photographer's eye (El ojo del fotógrafo, 1964) y Looking at photographs: 100 pictures from the collection of the Museum of Modern Art (Observar fotografías: 100 imágenes de la colección del Museo de Arte Moderno, 1973), siguen siendo un ingrediente básico en los programas de historia del arte.
Fue el primero en dar importancia a la obra de Diane Arbus, Lee Friedlander y Garry Winogrand, en su influyente exposición New Documents (Nuevos documentos) en el MoMA en 1967. Esa muestra, que se consideró radical en aquel entonces, señaló una nueva dirección en este arte: fotografías que parecían tener un aspecto casual, como de instantánea y un tema aparentemente tan corriente que era difícil de clasificar.
En el panel de texto para la exposición, Szarkovski insinuaba que hasta entonces el objetivo de la fotografía documental había sido mostrar lo que iba mal en el mundo, como una forma de generar interés por rectificarlo. Pero esta muestra marcaba un cambio. "En la pasada década, una nueva generación de fotógrafos ha dirigido el enfoque documental hacia fines más personales", escribía. "Su objetivo no ha sido reformar la vida, sino conocerla".
Los críticos se mostraron escépticos. "Las observaciones de los fotógrafos se perciben como rarezas de la personalidad, la situación, el incidente, el movimiento, y los caprichos de la suerte", comentaba Jacob Deschin en una reseña de la muestra para The New York Times. Hoy en día, la obra de Arbus, Friedlander y Winogrand se considera decisiva para las generaciones de fotógrafos que les sucedieron.
Como comisario, Szarkovski era imponente, con una voz estentórea y un estilo ingenioso y descriptivo. Pero era modesto en lo referente a su papel en el montaje de la exposición New documents. "Creo que cualquiera que hubiera sido moderadamente competente, y hubiera estado razonablemente atento a la vitalidad de lo que estaba sucediendo en realidad en este medio habría hecho lo mismo que yo hice", afirmaba hace varios años. "Es decir, la idea de que Winogrand, Friedlander o Diane fueron en cierto modo invenciones mías, yo la consideraría denigrante para ellos".
Otra exposición que organizó en el MoMA en 1976 presentaba la obra de William Eggleston, cuyas fotos de coches, señales e individuos saturadas de color se oponían a la ortodoxia en blanco y negro de la fotografía artística del momento. La muestra, William Eggleston's Guide, se consideróe la peor del año.
"Szarkovski echa toda precaución por la borda y habla de las fotografías de Eggleston como "perfectas", escribía Hilton Kramer en The New York Times. "¿Perfectas? Perfectamente banales, quizá. Perfectamente aburridas, seguro". Eggleston llegaría a ser considerado el pionero de la fotografía en color.
Al defender la obra de estos fotógrafos, Szarkovski contribuyó a cambiar el rumbo de la fotografía. La que tal vez sea su explicación más elocuente de lo que hacen los fotógrafos aparece en su introducción a la obra The work of Atget en cuatro volúmenes, publicada en conjunción con una serie de exposiciones en el MoMA desde 1981 hasta 1985. "Se podría comparar el arte de la fotografía con el acto de señalar", escribía Szarkovski. "Debe de ser cierto que algunos de nosotros señalamos hechos, acontecimientos, circunstancias y configuraciones más interesantes que otros". Y agregaba: "El practicante de esta nueva disciplina que tenga talento la desempeñará con una gracia, un sentido del tiempo, un empuje narrativo y un ingenio especiales, dotando por tanto a ese acto no sólo de inteligencia, sino de esa cualidad del rigor formal que identifica a la obra de arte; de modo que, cuando recordemos la aventura de la visita, no estaremos seguros de en qué medida nuestro placer y nuestra sensación de engrandecimiento procederían de las cosas que se señalaban o del patrón creado por el que se encargó de señalarlas".
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