Los siempre apetecibles Proms
Los Henry Wood Promenade Concerts, conocidos popularmente como los Proms, arrancaron ayer en el Royal Albert Hall de Londres. Es el más largo, democrático y veterano de los festivales de música que en el mundo son. Ciento trece temporadas desde su fundación por el compositor y director de orquesta que les da nombre y ochenta desde que la BBC incorporó su presencia en ellos. La emisora británica es hoy el sostén de una muestra que constituye una parte fundamental de su actividad. No en vano retransmite todos sus conciertos -noventa este año- por métodos convencionales y no tanto, por ejemplo a través de internet, y echa el resto en cuanto a encargos, una costumbre que le da al ciclo -y a la emisora- un carácter único a la hora de promover la creación de los nuevos y menos nuevos compositores. En esta ocasión serán 12 las obras de estreno. Entre sus autores, John Adams, Richard Rodney Bennett, Judith Bingham, Harrison Birtwistle, Breat Dean o Esa-Pekka Salonen.
Para muchos visitantes veraniegos de Londres, los Proms son un aliciente más. No es difícil encontrar entradas -aunque los reventas se empeñen en que cada día es imposible- de asiento y siempre queda la experiencia -bien barata- de vivir uno de sus conciertos como un verdadero prommer, es decir, de pie en la Arena -el vaciado patio de butacas del Royal Albert Hall- o en la Galería, allá en las alturas desde donde los músicos aparecen como diminutos muñecos en el espacio enorme de una sala de acústica más que discutible y que lo mismo sirve para partidos de tenis que para cenas benéficas o desfiles de modelos. Para obtener una de esas entradas baratas hay que hacer una cola perfectamente organizada y, excepto en los conciertos más atractivos, es garantía de entrar en la sala. Una vez dentro cada uno se coloca donde puede hasta que, al inicio de la sesión, ha de ponerse de pie para aprovechar el espacio. Unos siempre correctos acomodadores se encargarán, como en el metro de Tokio, de hacer que la masa se comprima para que quepa todo el mundo. Si finalmente hay sitio de sobra, uno podrá descalzarse -costumbre que los británicos aman especialmente- y tumbarse tranquilamente a escuchar en posición horizontal, toda una experiencia.
Pero la gran ocasión es la
Última Noche -este año el 8 de septiembre-, una curiosa e inexportable manifestación de patriotismo -simple patrioterismo para algunos- y amor a la música, en la que los prommers -no especialmente críticos con lo que escuchan y sí muy entusiastas con casi todo a lo largo del ciclo- encuentran el terreno óptimo para desatar lo que su tradicional estreñimiento social les hacía contener durante los conciertos anteriores. Las piezas de profunda raíz nacional que siempre incluye el programa -la Fantasía sobre canciones marineras inglesas de Henry Wood, la Marcha de pompa y circunstancia número 1 de Elgar o la Jerusalén de Parry- son interrumpidas por los prommers con bocinas, pitos y matasuegras, recobrándose la calma sólo en dos ocasiones: cuando hay que cantar el Land of Hope and Glory y el God Save the Queen. El director de la sesión será quien lo es de la Sinfónica de la BBC, el muy serio checo Jirí Belohlávek, a quien cuesta mucho imaginarlo metido en semejante berenjenal.
Los conciertos tienen este año una suerte de hilos temáticos que los agrupan en distintas series: Shakespeare y la música, Auden y Blake -centenario del uno, doscientos cincuenta años de la muerte del otro-, Elgar -en ese empeño, también apoyado en su propia efemérides, por hacer del gran compositor inglés algo más que un autor de circulación restringida- y Sibelius -muerto hace cincuenta años y que tanto influyó en la música de las Islas-. Además de los conciertos en el Royal Albert Hall, el Cadogan Hall recibirá otros ocho de música de cámara que complementan una oferta sinfónica que tiene su extensión en los Proms in the Park -sesiones en cinco parques británicos, entre ellos el Hyde Park londinense-, películas musicales y conferencias.
Entre las orquestas que aparecen esta temporada en los Proms, la parte del león en cuanto a número de conciertos se la llevan las cinco -sí, cinco- de la BBC. Pero el festival ha presumido siempre de que, junto a los estrenos y el ambiente, su mayor atractivo es la presencia de las grandes formaciones del mundo. Esta vez, nada más y nada menos, y entre otras: las cuatro grandes londinenses, la del Festival de Lucerna con Abbado, Concertgebow de Amsterdam con Haitink, Sinfónica de la Radio de Baviera con Jansons, Sinfónica de San Francisco con Tilson Thomas, Filarmónica de Viena con Barenboim, Gewandhaus de Leipzig con Chailly y Sinfónica de Boston con Levine. No faltará, claro está, la estrella ascendente: el venezolano Gustavo Dudamel con su Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela Simón Bolívar.
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