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Crónica:FUERA DE CASA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La lengua absuelta

Recordaba Elías Canetti cómo siendo niño guardó silencio sobre las relaciones secretas de unos jóvenes vecinos en un verano en Karlsbad. Cada mañana, el joven le hacía sacar la lengua y, acercando la hoja de la navaja, le amenazaba con cortarla. En el último momento retiraba la navaja y le decía: "Hoy, todavía no; mañana". Guardó silencio y salvó su lengua. Quedó la lengua absuelta.

Recordé esa historia en Bogotá. Allí nos convocaron a unas decenas de hombres y mujeres con diferentes maneras de hablar, usar, escribir y decir la lengua. No la lengua amenazada por la navaja, sino el instrumento que nos permite declarar amores o guerras, anunciar vidas o muertes. El instrumento que nos permite engañar o emocionar a gentes de diferentes culturas, de diversos países de esa misma lengua que nos une y que, a veces, nos separa: el español.

Del manchado, felizmente impuro, territorio de La Mancha, que crece en poder, en número, en valor económico, en activos comerciales; es decir, de la lengua se trataba la plural reunión para levantar el II Acta Internacional de la Lengua. Continuación de otro que empezó en San Millán de la Cogolla. En aquel monasterio donde un monje comenzó a escribir en una lengua mestiza de riojano, navarro, aragonés, vasco, y que llamamos español. Una hermosa impureza. No empezó mal, el amigo Gonzalo de Berceo; además de cantar milagros virginales, supo bajar de su nube y hablar de los vinos, las mujeres no vírgenes y los hombres de toda condición. Supo ir fijando una lengua que ya andaba suelta por los caminos.

La misma lengua de Rafael Escuredo, cada vez menos político y más escritor, empeñado en rentabilizar lo universal de nuestra lengua. Y capaz de convencer a serios lingüistas a la sombra o a relajados miembros de cajas al sol. Por la mañana, charlas, conferencias y grupos de trabajo sobre la lengua y su poderío, "language is money". Por la noche, las lenguas sueltas moviendo el esqueleto en lugares de carnes y merengue. Manuel Pimentel, el editor tan centrado, desde su altura se resistía. No quería terminar haciendo comba en un tugurio bogotano, no le parecía digno. Es un hombre sensato, que sabe utilizar de forma precisa la lengua. Y sabe resistir a las tentaciones. No me extraña que abandonara a sus antiguos compañeros de viaje político. Hemos ganado un editor.

Bogotá, buena ciudad para conversar y para bailar. No podemos decir que sea la ciudad tranquila. Acaso la ciudad vigilada que quiere vivir en paz. Largo es el camino, lo sabe su alcalde Garzón y lo sabe el limpiabotas. Cercanos nos llegaron los ruidos de la violencia, los ecos de la sierra. Supimos de la muerte, el asesinato tan absurdo, tan injusto de 11 hombres secuestrados. Y no se podía olvidar a los centenares, miles de hombres, mujeres y niños que viven la realidad trágica del secuestro. Todo eso en un pueblo que cuida y quiere a su lengua. Un pueblo que reclama el diálogo. Que llama al abandono de las armas hasta con comerciales radiofónicos. Paradojas de un pueblo que sigue teniendo una espectacular oferta de modelos militares, paramilitares o guerrilleros que se venden en comercios del centro.

Al lado de los conventos barrocos, de las librerías históricas, de los cafés con biblioteca, de los museos y las tabernas, está el comercio de lo militar. Otra vez, como en aquellos tiempos jesuíticos de la colonia, otra vez juntas y a veces revueltas, las armas y las letras.

Una ciudad, un pueblo, que sabe mantener vivos a sus poetas, a sus escritores aunque estén lejanos, exiliados o muertos. Un pueblo que habla así, que escribe como lo hacen algunos de los mejores en nuestra lengua, no es un lugar perdido. Es un lugar abierto a todas las esperanzas.

Así lo vivimos con el diplomático y poético José Antonio de Ory, capaz de mezclar garbanzos españoles con poemas de Gómez Jattin. Así lo sentimos con el poeta Ramón Cote, dialogante seguidor de su padre, el excelente poeta Eduardo Cote Lamus, tan recordado por tantas noches de versos y otros líquidos. Así paseamos por un país lleno de escritores, de poetas. Por una ciudad que es la universal capital del libro. Ya no puede seguir siendo verdad eso que uno de sus mejores escritores, el novelista y periodista Antonio Caballero, bogotano, madrileño y taurino -tres maneras de ordenar el caos-, escribió una vez sobre su ciudad: "En Bogotá, casi todo es imposible, salvo lo ilícito".

Miraba la ciudad desde los altos de Monserrate y vi que las nubes negras se marchaban. Una vez más, el sol salía para todos los bogotanos. Sombras y luces en una ciudad que se quiere descansar en lo mejor de su realismo mágico.

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