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Entrevista:Sean Scully

"El mundo del arte hoy es como un juego de intelectuales"

Hay un lugar, más allá de las modas y tendencias, en el que logran permanecer los pocos artistas que han sido capaces de sostener un lenguaje poderoso. Sean Scully (Dublín, 1945) es uno de esos nombres respetados en el arte contemporáneo por la solidez y coherencia de su propuesta plástica. Sin abandonar los pinceles, el pintor irlandés concentra en sus cuadros la abstracción geométrica con lo conceptual y minimal. Lo físico con lo espiritual. La arquitectura con la densidad de la piel. La Fundación Joan Miró reúne ahora en Barcelona un centenar de obras de Scully que abarcan tres décadas de trabajo. Barcelona es una ciudad especial para Scully, donde tiene un estudio. Gran admirador de Goya, Ribera, Velázquez y Picasso, ha aprendido a hablar español y prefiere expresarse en ese idioma para la entrevista.

"Quisiera introducir un sentido poético al mundo del arte"
"Yo quise seguir una visión que permitiera a la obra cambiar, evolucionar a golpes de sensibilidad"

PREGUNTA. Usted se ha mantenido fiel a la pintura durante más de treinta años. No ha caído en la tentación de los nuevos lenguajes, de la moda. ¿Siempre ha tenido esa convicción en la pintura?

RESPUESTA. Sí, porque yo tengo un crecimiento vital a través de ella. Y, por eso, un sentimiento de fidelidad. Mi obra no se orienta a conseguir el éxito, de hecho, para mí ha sido una sorpresa tener éxito porque, de alguna manera, vivo en contra de la moda. Por otro lado, disfruto de ese éxito porque necesito demostrar que se puede reconocer el valor de una obra hecha con integridad, realizada con mano, con emoción, con espiritualidad, con poesía e influir con ello a otros artistas o espectadores. Dirigir la cultura no significa simplemente hacer mi trabajo, soy más ambicioso que eso.

P. ¿Siempre lo tuvo tan claro?

R. Mi idea, al principio, fue distinta. Cuando era joven, hace 35 años, la moda era el formalismo, bajo influencia de Clement Greenberg. Había que inventar formas, cambiar la obra cada cinco años. Ampliar el mercado, el público. Pero mi idea era distinta porque yo me identificaba con los artistas del pasado, los italianos o españoles, como Cimabue o Ribera -al que adoro- y Velázquez, que es increíble. El sentido de austeridad y emoción, comprimidos en una mezcla muy singular. Yo quería seguir una visión que permitiera a la obra cambiar, evolucionar, pero a golpes de sensibilidad. No por la fuerza.

P. Desde dentro.

R. Desde dentro de la propia pintura y de la mano del artista, que va cambiando con el tiempo. A lo largo de la vida se han ido transformando mis puntos de vista de la política y mis convicciones espirituales son más fuertes ahora que antes.

P. Se podría acudir a Mondrian o a Rothko como referencias a su trabajo. Ellos representan el alma, el color y la línea. Usted resuelve su obra con densidad matérica y emoción.

R. Yo incluyo la brutalidad de la vida, el hecho de la vida. Es como un arte más de la calle, de la vida brutal. Además de eso, yo pinto por capas. Una capa sobre otra que van contando una historia invisible del proceso. No se ve, pero es evidente en la corporalidad de la superficie. A diferencia de Mondrian o Rothko, yo hago como un archivo en el que se van superponiendo elementos. Es lo que me hace ir un paso adelante en la evolución de mi pintura, no repetirme. Por supuesto, me gusta Mondrian, pero es un poco frío para mí. Prefiero a Rothko, aunque mi obra comparada con la suya es mucho más física y tiene mayor variedad en las formas.

P. Las capas de la pintura son historias. Como fotógrafo, a usted le interesan las fachadas descascarilladas, los muros, piedras, ladrillos, las ruinas. Se les nota la vida. Un material con historia que alimenta su pintura.

R. Esa relación entre mi fotografía y mi pintura tiene que ver también con los cuadros de España. Goya, Velázquez y, sobre todo, Picasso, son todos muy físicos. Tienen la sangre, la corporalidad, la piel, el polvo, los muros, la tierra. Esa relación es mucho más directa que con Rothko. Él es metafísico de una manera más obvia. Pero lo mío es más agresivo, más positivo. Tengo la vida en la mano.

P. Lo suyo tiene la fuerza de lo real fundida con lo incomprensible.

R. La abstracción en mi obra no es remota, ni distante. Tengo un público amplio que la entiende espiritual o intuitivamente. No es tan fácil como un Hockney, que en mi opinión es basura.

P. Son también colores muy orgánicos, ligados a los ocres, grises, tierras. Colores melancólicos.

R. Sí, ésos son los colores, además de las sombras. Hay algo melancólico en mi obra que, en el fondo significa que quiero transformar el mundo en un lugar más espiritual, con más sentimiento. Quisiera introducir un sentido poético al mundo del arte. Porque creo que actualmente el mundo del arte es como un juego divertido. Un juego para intelectuales. Yo mismo reconozco ser bastante intelectual. Uno de mis mejores amigos es el filósofo Jürgen Habermas. Pero no hay necesidad de demostrarlo a cada minuto para dar la impresión de que se es más importante. Yo estoy en contra de esa actitud. El mundo del arte se ha vuelto demasiado irónico y cínico. Todo parece un juego, demasiado obvio. Como una broma entre intelectuales. Pero no es filósofica.

P. Donald Kuspit escribe en el catálogo que la suya es "una pintura necesaria" en esta época en la que los nuevos artistas sucumben a los lenguajes tecnológicos.

R. Él titula ese texto Tristeza sagrada. Se necesitan cojones para escribir algo tan fuerte y tan directo como eso en una época como ésta en la que ve el presente como algo fantástico. La tristeza es, de hecho, nuestra verdad. Porque está hecha por nosotros. Yo trato de compensar, de curar esa tristeza que deriva de una falta de amor en el mundo. Creo que incluso se podría hacer una lectura política de mi obra. Porque lo que quiero es cambiar el mundo.

P. ¿Construye sus cuadros con un lenguaje arquitectónico?

R. La lengua es una mezcla de dos cosas. Una es muy banal, que proviene de nuestra arquitectura, la historia de una arquitectura de formas simples que deriva de la antigua Grecia. La encontramos en Siria, Irán o Irlanda. Es una arquitectura antigua que se puede encontrar también en el ordenador, una especie de lego o tetris. Las formas simples que usamos ordenan el mundo. Yo ordeno mis cuadros de modo que tengan una relación básica con la vida contemporánea. Pero el tratamiento es muy emocional. Quiero transformar la lengua banal en algo espiritual.

P. Usted pasa mucho tiempo en España desde hace una década, tiene un estudio en Barcelona. ¿Qué le atrae?

R. Hay una cualidad que encuentro en España. Por ejemplo, cuando empezó lo de la guerra de Irak el 99% de la gente se pronunció contra la guerra. En Estados Unidos no fue ni la mitad, sólo ahora está cambiando. Y no hablo de moralidad, hablo de algo pragmático. Si la guerra va mal, a nadie le gusta. Si les va bien, hay mayor aceptación. Pero en España es una cuestión de sensibilidad, de una cultura fundada en lo humano. Yo me identifico con esa cualidad y por eso me encanta España. Es importante para mí tener un piso en Barcelona, también en lo político y cultural. Hay muchas formas de poder en el mundo, no sólo el político y el económico. El arte también tiene el poder de influir en la dirección de nuestro destino.

Sean Scully. Fundación Joan Miró. Coproducción con el Musée d'art Moderne de Saint-Étienne y el MACRO, de Roma. Parc de Montjuïc. Barcelona. Hasta el 30 de septiembre.

'Wall of Light Fire' (2000), de Sean Scully.
'Wall of Light Fire' (2000), de Sean Scully.

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