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Crónica:FUERA DE CASA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Vuelve el himno

Para algunos, los himnos nunca se habían ido. Unos lo cantan con la letra franquista. Otros cantamos por el de Riego. Y algunos, pocos a estas alturas de nuestros olvidos, de nuestra voluntad de desmemoria, cantan el Cara al sol. Y la gran mayoría lo canta con el "chunda, chunda, tachunda, chunda, chunda...", y así hasta el final. Decía el ahora proustianamente rescatado Llorenc Villalonga que de las cosas de la guerra "es mejor no hablar, aunque quizá sea peor olvidar". Entonces tendremos que hablar, tendremos que volver a esos lugares comunes. A mis admirados expertos en vanguardias, himnos, estetas y falangistas varios, Andrés Trapiello y Juan Manuel Bonet, les gusta una frase de Unamuno: "Repensar los lugares comunes es el mejor modo de librarse de su maleficio". Excelente propuesta, pero no vale con los himnos. No podemos repensar un himno. Ese himno, todos los himnos españoles hace tiempo que no son lugares comunes. Los himnos, o son históricos, o no son. Al himno español no hay quien le ponga letra. No estamos para himnos. Ya sé que a los cardenales primados, a los miembros del Comité Olímpico y a gran parte del españolismo de derechas -hay otro españolismo- les va la marcha, les van los himnos. También comprendo que Moratinos le pusiera pasión si se acierta con una letra de consenso: el cargo tiene esas músicas. Pero repensar el himno no es fácil, y además es imposible.

Hubo un tiempo en que los poetas, aquellos jóvenes que fueron de la vanguardia al correaje, del fascismo a la disidencia o al silencio, se reunían en un café y hacían un himno. Dicen que fue en el desaparecido restaurante Or-Kon-Pon, en Madrid, en sus bajos y un día de diciembre de 1935, convocados por el jefe, José Antonio, se dieron cita unos cuantos poetas para componer el himno a la Falange. Allí estuvieron Dionisio Ridruejo -nada que ver con el Ridruejo que ahora rescata Jordi Gracia, ¿o sí?-, Mourlane Michelena, José María Alfaro, Agustín de Foxá, Rafael Sánchez Mazas y Jacinto Miquelarena, ¡qué país, Miquelarena! Ellos sí fueron capaces de hacer la letra del himno, estaban en lo mismo, se lo creían, eran unos convencidos de aquello de "volverán banderas victoriosas / al paso alegre de la paz". Llamaron a la guerra, la hicieron, con sus himnos, sus pistolas, sus montañas nevadas, sus camisas nuevas o viejas, para llamar paz a eso que vino después. A esos tiempos en que los himnos eran una imposición desde los patios de colegio hasta los cines de sesión continua. De los cines no me acuerdo. De los colegios y otras rutas poco imperiales, perfectamente.

No quiero cantar himnos ni aunque vengan de la mano de poetas que me gustan. No ha sido Jon Juaristi el que "desveló" el secreto del himno nacional que se intentó en pleno aznarismo. Antes que Juaristi, algunos lo contamos. No puede ser una revelación lo que ya había sido desvelado. Por refrescar memorias, volveremos a contarlo. Un himno quiere ser un lugar común. Muchos himnos, en muchos países lo han conseguido. Nosotros somos un poco, bastante más complicados. Y además hablamos en cuatro lenguas. Feliz o infelizmente hace mucho que no tenemos una sola lengua. No somos imperio. No fue posible el himno. Lo sé porque me lo contó uno de los invitados al intento de un nuevo himno español, el poeta catalán Joan Margarit. Otro poeta amigo, entonces alto cargo del Ministerio de Cultura, Luis Alberto de Cuenca, reconocido autor de canciones, casi himnos de "la movida", convocó a sus elegidos para una comida en La Moncloa y en presencia del "jefe", José María, no confundir con José Antonio. Allí leerían los versos de cada uno, las estrofas ya escritas y su posible engarce en un nuevo himno de la España democrática y aznarí. Me consta que De Cuenca tuvo la mejor intención. Y una visión poética de España abierta, plural y multicultural. Así, con criterios de buen gusto poético y estético, habían sido convocados, además del citado Margarit, por Cataluña; Ramiro Fontes, por Galicia; Jon Juaristi, por el País Vasco; Abelardo Linares, por Andalucía; Jiménez Lozano, por Castilla, y me imagino que Luis Alberto de Cuenca por el resto de España, y por el Real Madrid. Pues nada, que no salió el himno. Dicen que había buenas estrofas y que la letra era de mucho consenso. Que hablaba de libertad y que no tenía nada que ver con aquel espíritu de los poetas falangistas ni de los versos de Pemán. De eso, conociendo, leyendo a los convocados, estamos seguros. Pero no pudo ser. Las estrofas catalanas de Margarit no enlazaban con las castellanas, las palabras de Fontes no gustaban al jefe, y no sé cuántas pegas más. Así pasaron la tarde, se fueron sin cantar, y no hubo himno.

¿Y ahora quieren que vuelva el himno? ¿Con qué poetas? ¿Con qué patriotas? Me parece que yo no cantaré ese himno. Casi ya no canto ni el mío, el adoptado quiero decir. Lo que no me resta seguir considerándome fatalmente español. Y si se trata de cantar en las celebraciones, los éxitos deportivos o los logros internacionales, ¿no deberíamos volver al Asturias patria querida? Joaquín Estefanía, en su Historia económica de España, asegura que fue el himno que se cantó cuando nos hicimos europeos. Es festivo, reconocible, tiene letra, música y sidra.

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