Eterno Milan
El conjunto italiano, con dos goles de Inzaghi, vence a un Liverpool que no fue inferior y logra su séptima Copa de Europa
El heráldico Milan se elevó ayer por séptima vez al gran trono del fútbol europeo, por el que gravita desde sus orígenes como si fuera su pasarela particular. Lo hizo tras afrontar su undécima final, lo que subraya su apego a la Copa de Europa, la competición de clubes con más alcurnia del planeta, la de mayor púrpura.
MILAN 2 - LIVERPOOL 1
Milan: Dida; Oddo, Nesta, Maldini, Jankulovski (Kaladze, m. 78); Gattuso, Pirlo, Ambrosini; Seedorf (Favalli, m. 91), Kaká; e Inzaghi (Gilardino, m. 87). No utilizados: Kalac; Cafú, Serginho y Brocchi.
Liverpool: Reina; Finnan (Arbeloa, m. 87),
Carragher, Agger, Riise; Pennant, Mascherano (
Crouch, m. 77), Xabi Alonso, Zenden (Kewell, m. 58);
Gerrard; y Kuyt. No utilizados: Dudek; Hyypia, Mark González y Bellamy.
Goles: 1-0. M. 45. Lanzamiento de falta de Pirlo que Inzaghi desvía dentro del área para despiste de Reina. 2-0. M. 81. Kaká asiste al hueco a Inzaghi, que bate por bajo a Reina. 2-1. M. 89. Centro al área que Agger cabecea al segundo palo y Kuyt, libre de marca, cruza el balón.
Árbitro: Herbert Fandel (Alemania). Amonestó a Agger, Gattuso, Jankulovski, Mascherano y Carragher.
65.000 espectadores en el Estadio Olímpico de Atenas.
Una carambola puso al Milan al frente. No hubo rastro italiano hasta la falta lanzada por Pirlo
El club inglés simboliza lo mejor de su genética: no se rinde y en los grandes retos es un hueso
El Milan se impuso tras un encuentro un tanto barroco, de pocos alardes, pero de mucho cuerpo. Enfrente estaba el Liverpool, otra entidad que pesa como pocas en el universo futbolístico, y que con más o menos talentos siempre simboliza lo mejor de su genética: no se rinde jamás y en los grandes retos resulta un hueso. En Atenas, pese a estar durante la mayor parte del choque un peldaño por encima del conjunto italiano, se vio frustrado por dos tantos milanistas de muy distinto perfil, pero puntuales como pocos.
Una carambola puso al Milan al frente. No hubo rastro italiano hasta que una falta lanzada por Pirlo a un paso del descanso rebotó en Inzaghi y desarmó a Reina. Pero Inzaghi tiene cierta adicción a este tipo de goles dislocados. Es un especialista en citarse con el gol de forma accidental y a lo largo de su carrera ha dado numerosas pistas al respecto. El tanto supuso un duro castigo para el Liverpool, hasta entonces mucho más decidido y orientado que su adversario.
Desde el arranque, el cuadro de Benítez descubrió un boquete considerable en el costado izquierdo del Milan, la orilla que desatendía Seedorf y por la que Jankulovski fue una y otra vez desarmado por Pennant, un velocista sin demasiado talento futbolístico. Entre las cualidades de este Liverpool figuran los cambios de orientación. Lo hace de forma tan robotizada como efectiva y rara vez termina una jugada por el mismo costado inicial. Se trata de hacer bascular al equipo contrario para luego buscarle las costillas por la dirección contraria, suerte que Xabi Alonso, de pierna fuerte y pase preciso, maneja con destreza.
Distraído Seedorf y con el Milan desconectado de Kaká, sometido por Mascherano, el equipo inglés se mostró más punzante que su rival. Pennant y Alonso estuvieron a un centímetro del gol, con Reina limitado a algún vuelo. Era lógico que apenas hubiera huellas en las áreas. Benítez y Ancelotti habían envidado con tan sólo un ariete. Eso sí, auxiliados por los dos jugadores con un aura excepcional en unos y otros: Gerrard y Kaká. El inglés, que se mueve mejor como un pivote central liberado, es un martillo cuando llega al asalto a la portería contraria, pero no es lo mismo llegar que estar, irrumpir por sorpresa que recibir la pelota de espaldas y esposado por un defensa. Por delante de Gerrard se situó Kuyt, que tampoco tiene los cromosomas de un ariete y se aleja del área en cuanto tiene ocasión. Kaká es otra cosa, le sobra talento para jugar en cualquier posición, porque domina todos los registros: frena y acelera cuando la ocasión lo requiere, tiene luces para asistir y no le falta gol. En Atenas, aun por debajo de lo que ha exhibido en esta Liga de Campeones, al igual que el resto del Milan, apareció justo a tiempo para que Alonso le hiciera la falta que empinó al equipo lombardo hacia su séptima Copa de Europa. Era poco para él. La posteridad se gana en las grandes finales, en los momentos culminantes. Y Kaká está a un centímetro de la cima, máxime tras su maravillosa y plástica asistencia a Inzaghi en el segundo tanto milanés.
Hasta que Kaká puso el sello, el Milan ofreció su lado más crudo, el que simboliza Gattuso, ese justiciero que parece salido de la civilización de Mad Max. Él marca el ecosistema emocional del equipo, al que no le faltan gladiadores. Frente al Liverpool el grupo de Ancelotti expuso su modelo más gattusero, precavido tras lo ocurrido hace dos temporadas, cuando el equipo inglés le volteó tras un primer acto brillante. Pero las finales están para ganarlas, las sutilezas no cuentan en el palmarés. Y el Milan, pese al susto del gol de Kuyt, administró con empeño sus dos momentos del partido: el pelotazo de Pirlo a Inzaghi y el compás de Kaká. Dos instantes mágicos para engordar la leyenda europea de este eterno Milan que simboliza como nadie el irreductible Paolo Maldini, anagrama perfecto de la gloriosa mitología milanista.
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