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Columna
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Conservadores

Pertenecemos a una sociedad que una y otra vez exige sus derechos. Somos ciudadanos cargados de derechos, individuos con derechos. No está mal, el mundo es un asunto complejo, una selva llena de fieras y frutas venenosas, y los derechos son un buen equipaje para atreverse a respirar. Desde luego respirar es el primer derecho de los seres humanos, un ejercicio biológico -y moral- que aspira a mantenerse en la raíz de la vida, y que expira en la atmósfera. Respirar es algo tan complejo y tan contaminado como el mundo. En una sociedad cargada de derechos, la gente tiene derecho a exigir su derecho a respirar, pero las empresas contaminantes más poderosas tienen derecho a comprar a los países pobres sus derechos de contaminación, invirtiendo con derecho su dinero en negocios que, con todo el derecho del mundo, envenenan un mundo cada vez más irrespirable. El mundo es una selva llena de fieras y frutas envenenadas, pero también de trampas. La libertad es un derecho, está cargada de derechos. Pero también es un deber, o por lo menos está cargada de deberes. Pertenecemos a una sociedad que tiende a olvidar sus deberes, y estos olvidos dejan incompleta la existencia de la libertad y definen de una manera demasiado egoísta el derecho a los derechos. Tienen mucho prestigio los derechos entendidos como exigencia individual, pero se borran las exigencias de derechos que impone la vida en sociedad, la costumbre de salir a la calle y respirar el aire de las ciudades, que es el mismo aire para todos. Ampliaremos o recortaremos de forma inmediata las fronteras de los derechos si somos capaces de recordar los deberes de la libertad. Más que exigencias individuales en una aventura selvática, los derechos serán una consecuencia de la vida en común. Ni las instituciones, ni las leyes, ni siquiera los partidos políticos pueden entenderse como una propiedad privada. Estas reflexiones pretenden explicar, y explicarme, el sentimiento de tristeza con el que vivo la crisis de identidad del Partido Popular, que no es una propiedad privada, sino un partido que pertenece a la democracia española. Los demócratas que nunca han votado al PP tienen también obligaciones y derechos en relación al partido de los conservadores.

La democracia española tiene derecho a contar con un partido conservador sólido, que respete las reglas de la política y la convivencia. El panorama que encuentran los ciudadanos que se atreven a interpretar y calibrar las noticias, más allá de las consignas mediáticas sectarias, es desolador. La cúpula del PP no ha dudado en mentir una y otra vez sobre los asuntos más delicado de la vida social, con la intención doble de mantenerse en la dirección de su partido y de ganar las próximas elecciones. No les importa que la crispación envenene la convivencia, si eso permite reconquistar el poder perdido. Uno sigue leyendo la prensa y comprende enseguida que la reconquista del poder no es un puro capricho. Cada día surgen noticias, se mire a donde se mire, de escándalos urbanísticos que están devorando a España de un modo insaciable. Lo que podía entenderse como un asunto propio de sinvergüenzas individuales, se ha convertido en una manera común de hacer, en una práctica cotidiana de Madrid, Valencia, Murcia, Canarias, Melilla, Castilla y León. Sinvergüenzas hay en todos sitios, pero hay sitios en los que la corrupción ya no es un asunto de sinvergüenzas aislados. Con este panorama, resulta lógica la inquietud que los ciudadanos granadinos sienten ante el modo con el que se han elaborado las listas del PP para las elecciones municipales. Las declaraciones del antiguo concejal de Urbanismo, excluido por las presiones de algunos empresarios de la construcción, desatan todas las sospechas. Una ciudad, rodeada de escándalos en los municipios de su área metropolitana, espera ahora un nuevo asalto de los bárbaros. ¿Quién manda? ¿Quién paga? ¿Quién cobra? ¿Quién chantajea? ¡Granada, arriba las manos! Libertad, democracia: deberes y derechos. El PP debería actuar de otra manera. La ciudad tiene derecho a otro tipo de partido conservador.

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