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Reportaje:

Acribillados a golpe de 'swing'

141 familias de una urbanización majariega viven bajo la amenaza de los bolazos que llegan del club de golf limítrofe con sus casas

Patricia Ortega Dolz

La historia es propia de una película de Dennis Dugan. Ya saben: Loca aventura del matrimonio, La salchicha peleona, Los calientabanquillos y... Terminagolf. Digamos que podría ser una versión mala (que ya es decir) de esta última, porque el campo municipal de golf de Majadahonda ha potenciado la proliferación de personajes tipo Happy Gilmore, el protagonista de esa comedia chorra. O sea, de personas que quieren aficionarse al golf o probarlo a ver qué tal y... No les pasa como a Gilmore, que era un jugador de hockey frustrado pero con un swing que lo lanzaba cómicamente al estrellato. Las réplicas majariegas de ese personaje acribillan a bolazos, y a base de swing, a las 141 familias de la urbanización La Oliva, muchas de las cuales viven atrincheradas tras las persianas de sus ventanas.

El Ayuntamiento pidió al club que dijera a los jugadores "que tuvieran cuidado"
"Una pelota de ésas podría darles a mis hijos en la cabeza y los mata", dice un vecino

Julio Amarillas, un ingeniero aeronáutico de 39 años que trabaja en una consultoría de señalización, es el vecino que lidera las quejas desde el mes de noviembre. Fue entonces cuando les dieron sus ansiadas viviendas de protección oficial que lindan, literalmente, con el campo de golf Las Rejas, gestionado por la empresa Soto Once, SL desde hace siete años tras una cesión administrativa de medio siglo.

Aunque Julio Amarillas se lo toma con sentido del humor y recoge las pelotas que caen en su terraza después de abollar sus persianas y se las regala al vecino del tercero, que es golfista, dejó de tomárselo a broma el día en que una bola agujereó el armario de juguetes de sus hijos, de tres y dos años. "Ya había cursado algunas quejas al Ayuntamiento y al propio club de golf, pero pensar que una pelota de ésas podía haberle dado a alguno de mis hijos en la cabeza y matarlo, me hizo ponerme mucho más serio", dice en la terraza de su casa, un bajo a unos cinco metros de la pequeña valla que delimita el campo de golf.

Desde el mes de noviembre hasta ahora, Julio ha hecho de todo: ha escrito a la Concejalía de Atención al Ciudadano, a la Federación Española de Golf, a la madrileña, ha remitido sus escritos, sus fotos y sus planos a todos los grupos políticos del Ayuntamiento de Majadahonda (PP), ha hablado con los responsables del club Las Rejas pidiéndoles que cierren el hoyo siete (a 15 metros de su vivienda) o que pongan protecciones ("que respondan a su nombre"), ha puesto una denuncia en la Guardia Civil...

Las respuestas que ha recibido a cambio son del tipo: "Estimado señor Amarillas, con el nuevo trazado del campo que se va a llevar a cabo no se producirán las caídas de bolas en la urbanización. Mientras tanto, nos hemos puesto en contacto con el club para que comuniquen a los jugadores que tengan cuidado", decía el correo remitido por la Concejalía de Atención al Ciudadano. "Al no ser los hechos constitutivos de infracción criminal se decreta el sobreseimiento libre y archivo", decía la resolución del Juzgado de Instrucción número 6 de Majadahonda.

Sólo IU presentará una moción sobre el asunto en el próximo pleno. Y el club, a través de su coordinadora, Marta Mairás, dice que ese "nuevo trazado del campo no será en un futuro próximo", que "nosotros estamos aquí con una licencia de funcionamiento desde 2000 y ellos llevan sólo unos meses", que "se sale una bola entre 3.000", que "no podemos cerrar un hoyo porque es como quitarle los ases a una baraja de cartas: no hay juego", que "ellos han elegido vivir con vistas a un campo de golf", y que "las medidas las tendría que tomar la comunidad de propietarios".

Y la escueta versión del Consistorio transmitida por correo electrónico a este periódico es: "El Ayuntamiento está siempre al lado de los vecinos y estamos encantados de poder ayudarles, pero antes deben llegar a un acuerdo entre ellos porque han venido vecinos diciéndonos que ellos no quieren nada delante de su vivienda".

La cuestión es que no son sólo las viviendas en primera línea del campo las afectadas, sino que justo delante de ellas, separándolas del césped del club, está el paseo de la urbanización, que es el lugar de esparcimiento por el que pasean y juegan todas esas familias con sus hijos. "De hecho, hay niños que se ponen en esa esquina", cuenta Julio. "Recogen las bolas y luego se las venden a los golfistas".

Él ya ha comprado su malla metálica para proteger su terraza y a sus hijos. Pero sabe que nadie estará a salvo de un pelotazo mientras la piscina y el paseo de la urbanización estén tan cerca del hoyo siete y no exista protección de ningún tipo contra los Happy Gilmore majariegos, que siguen anunciando su mala puntería al grito de: "¡Bola!".

Julio Amarillas muestra las pelotas de golf recogidas en su casa procedentes del campo de al lado.
Julio Amarillas muestra las pelotas de golf recogidas en su casa procedentes del campo de al lado.CLAUDIO ÁLVAREZ

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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