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Entrevista:Virxilio Fernández Cañedo | Pintor

"El pintor debe estar a la sombra de su obra"

La primavera estalla en el patio de la casa de Virxilio Fernández Cañedo (Ourense 1925), en Amoeiro, y el pintor muda el paseo vespertino por una siesta leve. "Suelo dar paseos. Hago un mantenimiento que me dijo un filósofo alemán. Cuando le preguntaron qué hacía para conservarse, contestó: aprender todos los días un verso, subir las escaleras y beber cada vez más vino". El pintor orensano atraviesa sus 82 años con el niño de la calle Colón afincado en la mirada, en los cuadros naif que ha colgado en la casa de Otero Pedrayo, en el relato inacabado de sus comienzos, en las piedras generosas que ahora pinta "porque se me aparecen por el patio". Detrás sólo está el mundo. Y Virxilio está agobiado por el reconocimiento que éste le dedica. "Es que el pintor debe estar a la sombra de su obra para no parecer su prolongación", afirma.

"En París, como no podía ir a Bellas Artes, me puse a trabajar de pintor de brocha gorda. Pero ésa es la verdadera esencia de la pintura" "
El pintor necesita la soledad y tiene que estar al margen, dejar que sea su obra la que hable por él: el cuadro es más inteligente"
"No quiero saber nada de las galerías de arte. Dejé de creer en las galerías. No hay derecho que a un artista que empieza le cobren el 90%"

Pregunta. Xosé Luis Méndez Ferrín le definió como un intelectual de la pintura y usted ha estado vinculado a la Xeración Nós. ¿Se siente heredero de su legado?

Respuesta. De la gente de Nós sólo tuve trato con don Ramón (Otero Pedrayo) porque mis abuelos nacieron enfrente de su casa y su padre era padrino de mi abuelo. Claro que lo traté mucho. Las familias tenían gran amistad e incluso un hermano de mi abuelo se murió en su casa, porque tenían la costumbre de comer en platos de cobre... y resultó mortal. A mí me llamaba Virxiliño. Me examinó en el instituto cuando yo tenía nueve años, era en la época de la República y recuerdo que me preguntó: "¿A dónde vas en verano?" Yo le contesté que a Vigo y de inmediato él me preguntó si conocía Santa Tecla, y antes de que pudiera contestar me contó la historia entera de Santa Tecla. Cuando acabó su exposición me anunció que tenía un notable. Me dio una lección magistral, claro. Era muy generoso. Con quien sí tuve amistad fue con Antón Risco, hijo de Vicente Risco. Con él me fui a vivir a París cuando me echaron del instituto laboral de Ribadavia donde daba clases de Geometría y Dibujo.

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P. ¿Lo echaron? ¿Qué hizo?

R. Pues acabaron echándome porque yo no hacía las cosas que hacían los demás profesores, que era ir a tomar café al Casino. No iba; yo me iba a buscar a los alumnos, que eran campesinos, a sus casas y los llevaba al río a dibujar. Y les ponía notable a todos. Daba notable general. Creo que lo que hice fue que cuestioné el sistema. Aquellos alumnos hacían un esfuerzo enorme por aprender lo que les enseñábamos y eso había que recompensarlo. Te digo una cosa: cogieron gran afición al dibujo y estaban bien preparados. Pero en Geometría, unos chavales que salen de la escuela rural no podían aprenderse 70 lecciones.

P. Y para irse de Ribadavia, se fue usted de España.

R. Sí. Al día siguiente de abandonar el instituto me fui a París con Antón Risco. Tenía 31 años. Allí me matriculé en la Escuela Superior de Bellas Artes, en 1957, pero ni me examinaron. El director vio el dossier que había preparado con mis dibujos de gran tamaño y me preguntó: "¿Pero a que viene usted aquí?" Le contesté que a que me dieran el carné y él me dijo que no tendría que hacer ningún examen. Me matriculé en Perspectiva Renacentista y Pintura al fresco, pero sólo fui a clase el primer día, porque éramos más de 2.000 matriculados y sólo cabíamos 15 en aquel aula. Todos hombres, ahora son todas mujeres. Son las mujeres las que ganan los premios.

P. ¿Qué hizo entonces en París?

R. Pues como no podía ir a Bellas Artes, me puse a trabajar de pintor de brocha gorda. Pero ésa es la verdadera esencia de la pintura. Y fíjate que en los años 50 ganaba 212 francos la hora. Me gustaba París, regresaba todos los veranos a España y volvía a marcharme. Estuve así cinco años, hasta el 62 en que ya me quedé aquí definitivamente. Risco se vino antes a España, cuando estalló la gripe asiática. Yo pensaba que me iba a afectar a mí, que acabaría conmigo, porque en el último curso de Náutica, que hice en las Arenas de Getxo, en Bilbao, tuve un accidente jugando a rugby: una clavícula me perforó el pulmón y tuvieron que operarme. Así que cuando hubo la epidemia de la gripe asiática pensé que con mi debilidad no lo resistiría, aunque al final todos mis compañeros de brocha gorda la cogieron, menos yo. ¡Increíble!

P. Y cambió París por Alemania.

R. Eso fue más tarde. En París, cuando vivía con Antón Risco compartíamos no la pensión, sino incluso la cama. Él trabajaba en una fábrica de hierros por la noche, así que como dormía de día, nos turnábamos. La cama estaba siempre caliente. Cuando Risco regresó a España, por la gripe asiática, me busqué una pensión extraordinaria. Estaba regentada por una mujer sorprendente, Madame Cèleste Albaret, la fiel y abnegada sirvienta de Proust, y también su secretaria. Estaba casada con el que había sido chófer de Proust y que además lo imitaba: se pasaba el día entero en la cama... Y yo seguía pintando paredes.

P. Pero supongo que pintaría también sus lienzos.

R. Claro, eso también. Allí, en París, hice gran amistad con el jefe de obra, el encargado de los pintores. Era un hombre estupendo, de origen judío y casado con una italiana, que hablaba cinco idiomas y me enseñaba los trucos de la pintura. Un día me invitó a comer a su casa y mientras esperábamos por su hija que tardaba en llegar le pregunté si tenía pigmentos; me los dio y le pinté un mural. Se quedó asombrado, se dio cuenta de que no era un pintor de brocha gorda y empezó ya a venderme allí algunas cosas. Incluso cuando regresé a España y me instalé en O Cumial, él seguía vendiéndome obra.

P. ¿Fueron difíciles esos comienzos en Ourense, dedicado exclusivamente al arte?

R. Pues en realidad no, no mucho, porque enseguida empecé a vender y ya te digo que mi jefe parisino seguía ayudándome. Tuve suerte, no fue una época tan dura. Hice mi primera exposición en 1954, en Ourense, antes de irme a París. Aún guardo el catálogo. Eran dibujos, siempre me gustó muchísimo el dibujo y creo que dibujaba muy bien. Bueno, mi padre, que trabajó en el departamento de Vías y Obras de la Diputación, era pintor. Fue maestro de Fernández Mazas.

P. Dice que la pintura de brocha gorda es esencial para el artista.

R. Sí, creo que ayuda mucho al pintor, que le da una buena base y, además, es muy interesante porque pintas con una gran libertad. Yo jamás enseñaría a pintar a nadie mandándole copiar bocetos.

P. ¿Y que más conviene al pintor?

R. Ah, la soledad. Eso sobre todo. Yo creo plenamente en lo que decía Picasso: que si no hay soledad, no hay nada que hacer. Vivo en el campo desde hace años y creo que ya no podría vivir nunca en la ciudad. No salgo más que para dar paseos por aquí. El pintor tiene que estar al margen, dejar que sea su obra la que hable por él: el cuadro es más inteligente.

P. Pues últimamente lo reclaman a usted de todas partes. Acaban de darle el Premio Celanova Casa dos Poetas y expone en la casa de Otero Pedrayo...

R. Sí, y voy a exponer en Celanova obra nueva. Se titula Xistos. Pero estoy en un momento en el que ya no quiero saber nada de las galerías de arte. Dejé de creer en las galerías. No hay derecho que a un artista que empieza, como uno que conozco, le cobren el 90%, más el catálogo, el primer año. ¡Eso es un abuso! El segundo año le cobran el 85% y el tercero bajan ya al 50%. Así que no quiero saber nada de ellos. Ni hablar siquiera. Ahora trabajo sólo con Ramón -propietario, con su mujer, de una tienda de marcos, con sala de exposiciones en Ourense- y si alguien me quiere comprar, lo hace a través de él. No quiero que vengan a casa a comprarme porque necesito estar solo para trabajar.

P. ¿Mantiene la costumbre de pasar medio año en Alemania?

R. A Alemania voy desde 1974. Fui a operarme de varices y después seguí yendo. A los españoles, en la Alemania oriental nos trataban muy bien. Pero yo voy a Colonia. A Berlín ya no; desde que tiraron el muro no volví porque todo cambió. Estoy de acuerdo con Günter Grass en que el muro habría que haberlo tirado poco a poco. Yo creo que lo mejor de Berlín son los berlineses y siento gran pena de no haber conocido al gran personaje berlinés que era Billy Brandt. No llegué a conocerlo por un azar. Ese sí que era un político.

P. Ha hecho un largo recorrido vital y artístico. ¿Cómo aprecia la evolución en su obra?

R. Es que no creo que cambie nada. La pintura está hecha a base de sustitutivos. Pintar es sustituir una realidad por otra y, por ejemplo, yo ahora llevo dos años pintando las piedras que me aparecen en el patio. Eso es todo. Heidegger decía que el arte existe cuando el ente que está dentro de la cosa se transforma en otra. Por ejemplo, una piedra puede ser una obra de arte si alguien la escoge y la convierte en otra cosa. Como llevo yo haciendo estos dos años con las piedras del patio. Ahora estoy preparando unas relaciones, para la exposición de Celanova, que se llama Encontros, conversas e follaxe no chao: voy pintando fotografías, haciendo fondos distintos.

P. En la inauguración de su exposición, reconoció que tenía ahora un momento más naif.

R. Sí, sí, eso sí. Porque los chaos de Amoeiro para mí siguen siendo los paisajes de la niñez, que es lo mismo que me ocurre con Beade, de donde era mi padre. Quiera o no quiera, veo esas cosas de una forma ingenua y lo transmito así. No me preocupo de la evolución de mi obra, lo que me preocupa ahora es hacer paisajes. Ya he dicho que vivo metido en el monte, que no soportaría la ciudad, y en los campos de Galicia es difícil encontrar hoy un campesino. Además, aquí quienes trabajan el campo son las mujeres. Eso me dijo Ferrín en la inauguración de la exposición de Trasalba, que mis cuadros son la Galicia post industrial porque no hay una sola figura en estos cuadros pero, bueno, ya le contesté que cuando pinte la vendimia será otra cosa. Aunque sobre mi pintura yo no voy a opinar.

P. Le hizo Méndez Ferrín una semblanza bella y muy sentida en la inauguración de su exposición en Trasalba. ¿De dónde le viene la amistad con él?

R. No lo sé, de siempre. El otro día me dijo, "¿No te acuerdas de cuando me presentaste a Celso Emilio Ferreiro?". Y tuve que decirle que no, que no me acordaba de esto. Ferrín es excepcional.

P. Dice que no quiere opinar sobre su pintura, ¿y definirla?

R. No; eso tampoco. Sólo puedo decir que convierto una realidad natural en una realidad plástica; eso es todo. Hay ahora una nueva academia con una especie de lema: "El que pinta y dice que es artista, es artista". Yo no estoy acuerdo; yo soy un pintor de brocha gorda. Ahora hay algunas tendencias que no entiendo. Cada uno que haga lo que quiera, claro, pero sé de uno que un día convirtió un váter en una obra de arte, según él. Y muchas academias están haciendo lo mismo.

P. ¿Cuál es su visión del arte?

R. Hay una definición sobre el arte que me gusta: el arte no es aquello que ejecuta ciertos caracteres estructurales de un modo perfecto, sino aquello que tiene la fuerza de sentirlo. Creo que el pintor debe permanecer a la sombra de su obra porque si no, su obra será mirada como una simple prolongación de sus manías y de sus declaraciones; creo que el artista no tiene que explicar nada, que debe ser su obra la que hable. El cuadro es el que manda sobre tí y eso es, desde luego, una evidencia.

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