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Puro Teatro | TEATRO
Columna
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Una tarde en el circo

Marcos Ordóñez

Un circo es un triunfo de la voluntad", escribió Sebastià Gasch en los años cincuenta. "Levantar" un circo en la actualidad supone conjugar muchísimas voluntades. Políticas, de entrada: mientras el Circ Cric de Tortell Poltrona cancelaba su gira catalana por los eternos retrasos en las subvenciones, el Área de las Artes del Ayuntamiento madrileño ha logrado resucitar el Price, tras doce años de desvelos de varios gobiernos. Tortell Poltrona y Joan Montanyés, Monti, son los dos máximos payasos catalanes, dos completísimos hombres de circo. Tortell se ha plantado, pues, harto de hombros encogidos y palos en las ruedas, y Monti, requerido por Tato Cabal y Alicia Moreno para la coordinación del nuevo Price, ha encontrado en Madrid lo que venían negándole años y años en Cataluña. El último circo estable de Barcelona fue el espléndido Olympia de la Ronda de San Pablo, derribado en 1947. El nomadismo circense es hoy un empeño romántico cercado por la especulación inmobiliaria, las trabas burocráticas y la competencia mastodóntica. Apenas existen ya las antiguas explanadas donde se plantaban las carpas; la normativa exige que un arquitecto de cada población las apruebe a su llegada; los visados de muchos artistas (ucranios, por ejemplo) requieren siete u ocho meses de tramitación, y sin un apoyo decidido poco pueden hacer los circos locales frente a las hiperpublicitadas visitas de los Soleil y compañía. Una política cultural responsable ha de seguir el ejemplo de Francia o Alemania: facilitar la itinerancia y combinarla con espacios fijos. El Price acaba de abrir sus puertas en la antigua fábrica de galletas Pacisa, un edificio neomudéjar en la Ronda de Atocha. Es un domingo por la tarde y Monti me muestra sus dominios. La fábrica es el edificio de acceso, pero le rodean otros seis, de nueva planta, que albergan la carpa estable, salas de ensayos y de exposiciones, camerinos, fosos, aparcamiento y, en un futuro, el Centro de Documentación y la Escuela. Atravesamos la dársena trasera, donde se alinean las caravanas. Pese a tratarse de un estable, buena parte de los setenta artistas internacionales que componen Charivari, el espectáculo de presentación de temporada, siguen resistiéndose a dormir en hoteles. Rodean la pista dos mil butacas repartidas en gradas y anfiteatros, pero el nuevo Price no ha perdido, como decía Gasch de la época de Carcellé, "aquel aire cálido, familiar e íntimo, eminentemente popular, que también se respira en el Medrano de París". Monti sabe muy bien que los circos desmesurados "convierten a los artistas en criaturas irreales y los alejan del público". Aquí se complementan las nuevas tecnologías -espléndidas luces, espléndido sonido de la orquesta, alzada y bien a la vista, bajo una pantalla que informa del nombre de cada artista y el título de su número- y esa proximidad que acentúa la gracia y el riesgo. Joseph Bouglione, responsable del Cirque d'Hiver, firma la dirección artística de este Charivari que permanecerá en cartel hasta el verano y en el que se trata de mostrar, como dice Monti, "lo mejor de cada carpa". Le reprocho que "salga" poco en el espectáculo. Estoy acostumbrado a verle en espectáculos "completos" y aquí tiene tan sólo tres intervenciones, muy bien respaldado por Antonin Maurel (carablanca), formado en el Magic Circus de Savary, y su habitual Tito Medina (contraaugusto). No se puede estar al plato y a las tajadas, viene a decirme, y me asegura que "saldrá" más cuando el Price haya echado a andar. Monti es un augusto fuera de serie. Su mejor baza es la combinación de encanto inocente y picardía infantil, a veces escorada hacia un sentimentalismo que a menudo invierte, inesperadamente, para que juegue a su favor. Va a ser todo un descubrimiento para el público madrileño, tal como lo ha sido para mí otro compañero de pista, Suso Clown, un excéntrico en la mejor línea rompedora y gamberra de Jango Edwards y Johnny Melville: crecido en el Circo de los Muchachos, recibió el Premio Nacional en 2003 y dirige su propio Circo de los Horrores, que tengo muchas ganas de ver. Me emocionó mucho el retorno de Manuel Álvarez, uno de los mejores malabaristas del mundo -tiene un número impresionante con boomerangs de tres puntas sobrevolando las cabezas del público- y que llevaba más de veinte años sin actuar en España. Aquí lo hace acompañado de su familia y con la colaboración de las hijas del gran Domingo Marialex. Hay también en Charivari grandes trapecistas, como la rusa Natalia Kusnetzova, una reina del balance, los jóvenes Flying Neves (a destacar el triple mortal de Astor, y su posterior mortal con rebote en red hasta el trapecio) y una ilusionista noruega, Julia Christie, que llega del Circo Gruss, viste como una maitresse gótica y saca de su colección de cajas una feliz manada de perros de todos los tamaños. Pueden dar buenas sorpresas los marroquíes Danger Castilla, equilibristas de cable alto: excelentes en un arriesgado funambulismo de comba, pero todavía un poco verdes, quizás por los nervios. Esperaba mucho de los Rokashov, tres atletas de las barras, procedentes del Roncalli alemán. Poseen una técnica notable, pero su número, ignoro por qué razón, está empapuzado en porteñismo de cliché (la voz del off de un innecesario narrador) y la música (que enlaza Chiquilín de Bachín con Balada para un loco) lo alarga hasta el tedio. Ese hálito de cursilería es, hoy por hoy, a mi juicio, el único peligro del Nuevo Price: también flotan en las intervenciones del ballet Megalithe, demasiado cercanas a las convenciones de un "restaurante-espectáculo", o los parlamentos un tanto engolados del loyal Antonio Cifo. (Al cierre de esta crónica, por cierto, leo que el Gobierno catalán "planea un protocolo" para un futuro plan integral de ayuda al circo que, entre otras medidas, "estudiaría la creación de un estable similar al Price". Bienvenido sea, pero lo veo difícil si no aumentan las partidas presupuestarias, las segundas por la cola -1,7 millones- en el apartado de artes escénicas).

A propósito de Charivari, el espectáculo del Circo Price, en Madrid

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