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Leninismo de derechas, liberalismo de izquierdas

Decía Vázquez Montalbán que, "al final, la batalla será entre ex comunistas y comunistas". Acertó a medias: es entre el leninismo de derechas y el liberalismo de izquierdas, entre una derecha liderada ideológicamente por neocons ex comunistas y una izquierda liberal, sorprendida todos los días de sus malas artes.

No es un problema nacional. Nace en EE UU, en los 70, cuando el ex trotskista Irving Bristol y otros ex comunistas consiguen fraguar un mix ideológico que integra el fundamentalismo religioso y el leninismo como práctica política. En el Gabinete de Bush se refuerza con personajes como Wolfowitz y Bolton. Se desplaza de un sitio a otro -Italia, Polonia o Francia- revolucionando el ideario liberal-conservador, que había logrado integrar, sin demasiada tensión, el discurso religioso en un todo bastante secularizado. Se abandona todo pragmatismo y se instaura una ideología blindada, leninista.

Su irrupción rompe los consensos básicos de la alternancia en democracia. Desaparece todo relativismo. El poder y el Estado son sus temas preferidos: cómo conseguirlo y cómo mantenerlo utilizando cualquier artimaña. No dudan en recurrir a la manipulación en el recuento de votos: lo hicieron en Florida (EE UU), para decidir la victoria de Bush. No importa no convencer, la cuestión es vencer. ¿A quién? Al "enemigo". Porque una visión tan blindada necesita un enemigo: la dialéctica amigo-enemigo es imprescindible para que todo cuaje.

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Los movimientos cristianos admiran en los neocons la ausencia de complejos y el haber sido capaces de elaborar una alternativa al "progresismo sesentayochista". También, la radicalidad del discurso ajeno a lo convencional. Les alejan su individualismo y su materialismo ateo pero sobrellevan esa diferencia. Admiten la figura del "ateo devoto", utilizado para designar al ex presidente del Senado italiano, Marcello Pera, colaborador y amigo del Papa. El cristianismo, como frontera de una "civilización en peligro", les proporciona otro punto de encuentro.

Esa ideología llega a España ya elaborada, anida en FAES y se refuerza por el comportamiento de los ex comunistas desprejuiciados: Jiménez Losantos, Pío Moa o Alonso de los Ríos. Otros, como Urdaci, Pilar del Castillo o Piqué, con un pasado común, resultan moderados a sus ojos. El notario Rajoy se limita a levantar acta en un equilibrio que le aleja del centro. Es maricomplejines, "típico representante de esas derechas" que resultan, en palabras del locutor de la Cope, "muy blanditos, muy buenecitos y muy funcionaritos. Tienen otras virtudes, pero la garra, evidentemente, no. Y las ideas les producen desconfianza". Para eso están ellos.

Sólo ellos conocen el carácter manipulador de la izquierda, de la que dicen sentirse decepcionados, cómo afrontar su deconstrucción a base de boicotear a unos y confundir a otros. Atacar la tibieza en las propias filas es también fundamental para atemorizar al dudoso.

Disfrutan sacando "las masas" a la calle, sueñan, incluso, con derribar así al Gobierno. Utilizan objetivos transversales que pretenden sembrar la confusión al "enemigo" (unidad de España, derecho a la vida, terrorismo, familia), temas que no se prestan al debate sino que establecen fronteras, que pueden llegar al corazón directamente. De Legionarios y Opus toman el presentarse como eficaces y modernos, dominadores de Internet y los nuevos medios digitales. La concentración de foco en los mensajes es esencial para aumentar su impacto mediático: cada batalla es "la batalla", un paso más, un eslabón más.

Mientras la derecha acepta formas organizativas leninistas, la izquierda reflexiona desde el liberalismo de izquierdas. El PSOE de Zapatero no es precisamente una izquierda experta en el juego del poder, pero, recordémoslo, también marcaron la agenda política de un líder curtido, como Felipe González, desde 1990. Este PSOE parece más "ingenuo" pero es parte de una opción política que entiende la calidad democrática como un impulso básico de las políticas progresistas. Se exige máxima coherencia entre medios y fines y concede un gran valor a no defraudar el voto recibido: está convencido que ahí reside el triunfo de la izquierda, en no decepcionar. Es "ingenuo" por atreverse a concentrar en una sola legislatura la batalla de los derechos civiles -mujer, homosexualidad, inmigración-, por su defensa de las políticas de paz en un entorno de halcones, por cumplir sus promesas sin estar pendiente del "realismo político".

Zapatero encuentra en el "laicismo" una nueva legitimación para los valores democráticos. Seguidor del republicanismo de Petit, la forma más radical de liberalismo, entiende "la libertad como no dominación". Como buen liberal, busca activar comportamientos positivos, capacitar a los ciudadanos para que ocupen el centro de la acción política.

Parece confiar en una "mano invisible" que procede de la sociedad y premia a los que lo hacen bien. Corre permanentemente riesgos de caer en el buenismo aunque, como Antonio Machado, sostiene que "ser bueno es ser valiente". Fiel a su talante, defiende el respeto al adversario pero no deja de ser audaz. Cuantos más obstáculos sortea, más odios acumula: sólo Suárez, otro reformista intrépido, sufrió tantos ataques de los mismos.

La derecha leninista tiene claro la utilización de las instituciones para sus fines y localiza allí la batalla política, en el terreno en que parece más desigual para la izquierda liberal. Ésta confía en el Estado como si fuera, por principio, neutral y le cuesta ocupar en las instituciones su cuota de poder. Más bien le obsesiona no excederse en su uso, prefiere autolimitarse. Ha puesto en marcha un estatuto de Radiotelevisión Española que la potencia como una televisión plural, pero le incapacita para su uso instrumental; se ha autolimitado en el uso de la publicidad institucional hasta el punto que los ciudadanos apenas conocen las muchas reformas implantadas; ha renunciado a ser preguntado en las sesiones de control por su propio grupo parlamentario del Congreso, algo que permitía el lucimiento de Aznar; se ha impedido el uso de la Ley de Acompañamiento, un recurso del que han abusado otros gobiernos, que permitía resolver, de una vez, diversas modificaciones legales.

La izquierda necesita reflexionar sobre el uso del poder para no caer en la ingenuidad de la indefensión. Para los grupos de presión, "poder" es la facultad de torcer en el propio beneficio la neutralidad, es la capacidad para convertir en favorables los comportamientos de cualquier organización teóricamente neutral: desde los tribunales a los medios. Para los leninistas neocons también.

La neutralidad de las instituciones y los medios sólo se garantiza como resultado de una mutua vigilancia, cuando no de una defensa numantina de todo lo equilibrado por ley, para que no se desequilibre. Este PSOE no debería olvidarlo nunca. Eso y tener mucha determinación y paciencia: "A veces llueve tanto que los cerdos quedan limpios y los hombres se embarran".

Ignacio Muro Benayas, economista, es secretario general de la Asociación Información y Conocimiento.

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