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Crónica:FUERA DE CASA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Tótem y tabú

Asisto en Mallorca al rito ancestral de todos los años de sacrificar a un cerdo, animal totémico.

Mis escapadas comenzaron por culpa de un tótem. Viajé a Mallorca para asistir al sacrificio, al rito de la matanza del cerdo. La pagana fiesta tenía un espacio de una belleza difícil de mejorar, la matanza era en la propiedad de la familia Zaforteza, en su casa y jardines de Alfábia. Allí comimos el tótem, el cerdo, en una de las salas que están al lado de esa alcoba que todavía parece recordar los descansos -o lo que hiciera- de aquella reina tan buena degustadora de carnes y butifarras de todo tamaño y condición. Un rito anual que cada año celebra esta ilustrada y peculiar familia mallorquina.

No estaba en mi guión la visita a esa capilla de la impresionante catedral de Palma que ha sido transformada por Miquel Barceló. Un regalo inesperado, un aperitivo perfecto al sacrificio del animal totémico. El artista nos enseñó su obra. Una de las más impresionantes de este artista mallorquín, europeo y universal que sigue tocando la tierra aunque trabaje en espacios de la elevación, en lugares que miran al cielo.

Entre el suelo y el cielo, Barceló, con sus manos metidas en barro, con su mirada agnóstica y respetuosa, con su intervención atrevida, original, espectacular en un espacio que será de culto, que será de rezo, sí, pero que también es la obra de un artista tan libre como para trabajar en una capilla. Para romper el tabú. Barceló no es creyente. No es de la fe de Gaudí, pero ha conseguido hacer un espacio de belleza, de misterio, de tótemes y tabúes, sin dejar de dialogar con lo que le rodea en una de las más hermosas catedrales del Mediterráneo. No cree, no importa. Cree en Tintoretto, como nosotros, aunque todavía no hayamos podido ver su renacimiento en el Prado. Cree en otras cosas. En África, en los que trabajan la tierra, en los que escriben poemas como su amigo Adam Zagajewski, en la matanza de sus cerdos, en sus butifarras, en algunos pintores, en muchos libros, en algunos escritores. Y mantiene algunos mitos y algunos ritos. El futuro vendrá y allí estarán esos mares, esos peces, ese osario o ese cuerpo resucitado, casi irreal, que preside el espacio religioso creado por el agnóstico Barceló. Un artista que pasará sus próximos siglos en una catedral.

Y de la catedral de Barceló a los espacios, los laberintos, los jardines y las puertas de Iglesias. Expone Cristina Iglesias en Madrid, vuelve a las galerías después de tantos años. Su obra también -como en Barceló- está llena de referencias literarias. Sus espacios creados para lugares de medio mundo nos acercan a las palabras de Ballard, de Arthur Clark, de otros escritores que han visto el futuro, que lo han contado de manera poco complaciente. En Cristina, ese futuro es hermoso aunque inquietante. Dan ganas de pararse bajo las sombras de sus galerías. Tiene uno la intención de abrir sus puertas que deberían comunicar con asombros al otro lado de sus hojas. Dentro de unos días, en lo que ella llama "la catedral laica más importante del mundo", el Museo del Prado, el nuevo espacio creado por Rafael Moneo se abrirá con las puertas de Cristina Iglesias, con sus bronces en verde que parecen invitar a mundos fantásticos.

Sus exposiciones fueron una fiesta. Una celebración que terminó en bailes de rumba, en salsa a altas horas de la noche donde se podría ver menear algunos de los cuerpos más millonarios del país. ¡Menos mal que todavía existen millonarios, cajas, bancos o iglesias que se atreven a ser los renovados mecenas de los artistas que se atreven a romper tabúes, a señalar nuevos caminos! Es curioso, singular, cómo algunas personas, algunas instituciones muy conservadoras son los que están haciendo posible la existencia de las rupturas en el arte. Allí estaban, alrededor de la artista, gran parte de la banca, los poderes del mundo artístico, del periodismo, directores de museos, artistas y amigos de la peculiar familia Iglesias que celebraron con orquesta y bailongo la puesta en escena de las últimas obras de una de nuestras artistas más internacionales.

Digo peculiar familia porque también en las galerías y en la fiesta estaban sus hermanos. Los escritores Eduardo Iglesias y Lourdes Iglesias, que también es la responsable de un vídeo sobre la última obra de Cristina. Y, por supuesto, estaba su hermano Alberto Iglesias, el músico. El hombre cargado de premios Goya, este año ha sido su séptimo premio. No será el último, a menos que deje de trabajar. Quizá cuando se presente Alberto Iglesias deberían dar dos premios de música, el habitual para él y otro para alguno de los otros compositores de música para el cine.

Alberto, que ha terminado después de unos años una nueva obra musical, una obra que no es de encargo, que no está sometida a ninguna película, está deseando trabajar fuera del cine. Quiere decir no a otros proyectos, aunque piensa seguir diciendo a las invitaciones de Almodóvar. Tampoco se libra de la llamada de Hollywood. Es Alberto, como su hermana Cristina, uno de nuestros artistas internacionales.

Buena semana para haberla paseado con tres creadores sin tabúes.

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