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Columna
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Madrid, emblema de España

Madrid va bien, muy bien, y España va mal, muy mal. Éstas son las conclusiones a extraer de las peroraciones, declaraciones y discursos que se escucharon en la reciente presentación de las candidaturas, autonómica y municipal, de Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón.

Con un triunfalismo a prueba de confrontaciones con la realidad y digno de indignas fechas pretéritas, los candidatos compitieron en el autobombo estruendoso y en el platillazo extemporáneo entre una cacofonía horrísona subrayada por los aplausos, vítores y gritos de ánimo de sus crecidos partidarios. De árbitro y presentador de la función, oficiaba el líder de la furiosa oposición, Mariano Rajoy, que, pese a la ausencia de sus implacables jueces de línea, Acebes y Zaplana, y libre de su estrecho marcaje, insistió en el mensaje unívoco de su partido, dedicando más tiempo de su intervención a fulminar al presidente Zapatero que a resaltar los presuntos méritos de los candidatos populares.

Gallardón no habló sobre cuáles son las ventajas para los madrileños de este supuesto liderazgo global
El discurso de Esperanza abundó en la megalomanía ramplona y rampante que envolvió el acto

En la fotografía de portada de EL PAÍS de este lunes, Rajoy se sentaba, con las manos cruzadas sobre el regazo y la mirada al frente, entre sus díscolos pupilos, tal vez para evitar que se pelearan, pues en la instantánea aparecían inclinados el uno hacia el otro y gesticulantes.

"Madrid es el emblema de la España del PP", anunció Mariano a la enfervorizada audiencia, los militantes y simpatizantes del partido estaban a punto de recibir un millón de flores sobre sus crispadas espaldas, un baño de rosas, un aluvión de plácemes y felicitaciones. Pero no basta con la autocomplacencia, guiados por sus emblemáticos políticos, según Rajoy, los madrileños del PP tienen "ganas de trabajar con otras regiones para seguir engrandeciendo la nación más antigua de España".

Cuando los políticos viajan por rutas imperiales, se extravían a menudo, o hacen que se extravíen sus seguidores, porque, vamos a ver: pongamos que no habla de Madrid, que fue la última en llegar al corro autonómico y que tampoco habla de la ancestral Castilla que nada tenía que ver en este encierro.

La única explicación posible es que esa nación, "la más antigua de España", a la que tenemos que seguir "engrandeciendo" sea la mismísima España. A raíz de esta figura retórica y redundante, cualquiera pensaría que Fernando Sánchez Dragó ha empezado a intervenir en la redacción de los discursos del líder del PP.

Lo de Madrid, emblema de España, es título de un pasodoble que podría sustituir al incantable anti-himno que para la Comunidad escribió el ínclito profesor García Calvo, éste sería un pasodoble y marcial, toda una reivindicación del repudiado centralismo, afirmación de olímpico desprecio para otras comunidades, que aun siendo del PP, no son tan emblemáticas, ni sirven como ejemplo a seguir y espejo en el que reflejarse. El candidato Gallardón siguió la línea de argumentación de Rajoy. Madrid, según su discurso, está a punto de compartir posición de liderazgo mundial con Nueva York, Londres y París, con la ventaja añadida de que Madrid tiene menos paro que las dos primeras metrópolis y menos que Los Ángeles. Sobre cuáles son las ventajas para los emblemáticos ciudadanos madrileños de este presunto liderazgo global no habló Gallardón, no había tiempo entre tanta alharaca triunfal para entrar en detalles y además el público estaba impaciente y solicitaba la presencia de la estrella de la velada, la candidata Aguirre, presentada con imágenes de la monja Teresa de Calcuta y de la diva María Callas, de la primera mujer que ganó el Nobel y de la primera astronauta, imágenes que se fundían con la suya como un compendio de todas sus excelencias, privilegiado monstruo de Frankenstein, quintaesencia de virtud, de arte, ciencia y osadía. El discurso de Esperanza abundó en la megalomanía ramplona y rampante que envolvió el acto: "Madrid es líder del progreso y la solidaridad en España y en Europa" y el "modelo de desarrollo de toda España". Frente a la frialdad de Gallardón, Esperanza introdujo en su parlamento detalles de color humano, el cuento de la ancianita que sólo tardó 20 días en operarse de cataratas y la fábula de la madre trabajadora que gracias al metro pasa 50 minutos más al día con sus hijos -los días raros que no se producen averías y amotinamientos de los usuarios-.

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