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Reportaje:Personajes

Pactar en el desierto

Las duras condiciones del Rally Dakar exigen ayudas recíprocas como la de Gérard Tillier y su hija Anne-Charlotte, que siempre ruedan juntos

Oriol Puigdemont

En el desierto, todos pactan Un africano lo hace cuando precisa de algún servicio que no puede pagar. Un piloto del Rally Dakar, cuando las circunstancias se lo exigen. Existen pactos en los equipos y fuera de ellos. Los hay antes de que la carrera comience y otros consecuencia de ella; bien sea por haber ganado, llegado a la meta o haberse varado camino del lago Rosa.

En pactos son expertos Artur Aragonés o Marc Coma, que el martes por la noche intercambiaron las ruedas de sus KTM. El objetivo era claro: el primero conservaría los neumáticos durante el primer día de la etapa maratón [las asistencias no pueden atender a sus pilotos por la noche] para ofrecérselos al segundo al llegar al parque cerrado. La cosa funcionó y Coma se mantiene líder con casi una hora de ventaja sobre el francés Cyril Despres. A cambio, en el camión del KTM hay dos flamantes llantas reservadas para Aragonés. "Eso vale un dineral", afirma el tarraconense, encantado con el acuerdo. "Cuando les planteamos a los tres

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[Aragonés, Antonio Ramos y Miguel Puertas] la posibilidad de ceder sus ruedas a Marc, aceptaron. Pero eso depende de cada uno", asegura Jordi Arcarons, el jefe del equipo de Coma; "conociendo al piloto, ya sabes cómo va a reaccionar. Aunque ahora les podamos ayudar, lo habrían hecho sin esperar nada".

Rosa Romero abandonó el pasado año porque su mochilero, Otger Robert, tuvo una fuerte caída y volvió a casa: "Era el pacto que había alcanzado con Nani para que me dejara correr. Sin mochilero, no correría".

Mientras muchos participantes, como Rosa, deben recurrir a ententes con sus familias para obtener el salvoconducto para inscribirse, otros comparten la experiencia de la mano.

Es el caso del motociclista francés Gérard Tilliette y su hija Anne-Charlotte. Llegados a Tichit, siguen en carrera. Y lo hacen a pesar de haber roto el acuerdo que se impusieron en Lisboa: rodar juntos todo el tiempo. "El miércoles tuvimos que romper la promesa porque yo tenía el neumático trasero destrozado 30 kilómetros antes de comenzar la etapa especial", dice el padre. "Decidimos separarnos. Yo terminé la especial, desmonté la rueda trasera y pacté con un militar marroquí para que se la llevara a mi padre, que iba con la llanta", aclara ella, que, con 20 años, es la más joven de las seis mujeres inscritas.

Hipnotizado por la magia de África desde que la recorrió en su viaje de bodas al volante de un Dos Caballos, Tilliette disputa este año su quinto Dakar . Siempre en moto, la última vez fue hace 22 años, antes de que naciera Anne-Charlotte. A ella le transmitió, además de su fijación por el continente africano, su pasión. "Mi padre me ha pasado el virus", sonríe ella, consciente de los recelos que despierta su concurso en una prueba tan exigente. "Todo el mundo se sorprende. Dicen: '¿Qué hace una niña como tú corriendo el Dakar?'. En cierto modo, les entiendo porque la exigencia física es enorme y para una mujer es más difícil. Pero tengo 20 años y estoy en la mejor edad para participar", se anima la francesa, que debe batallar con la palanca de arranque cada vez que cala el motor. "Mi padre decidió que las motos

no incorporaran el eléctrico", se lamenta esta licenciada en Turismo.

Con la decisión de inscribirse tomada, el paso a seguir era el de encontrar el dinero que lo hiciera posible. Convencidos del gancho, los Tilliette fueron en busca de un patrocinador que sufragara unos gastos considerables. Y tuvieron una idea que, al menos a ellos, les pareció brillante. La Honda de Anne-Charlotte luce el dorsal 118 y la de su padre el 218. El resultado de juntar ambos dorsales es el número de teléfono de una empresa que ofrece un servicio de información en Francia. "El pacto no fructificó. Al final, decidimos subastar un Dos Caballos, una moto y la ropa interior de mi hija. La mitad del presupuesto", bromea el padre.

Anne-Charlotte Tilliette y su padre, Gérard, junto a sus motos.
Anne-Charlotte Tilliette y su padre, Gérard, junto a sus motos.

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