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Reportaje:

El Parlamento del abrigo

El frío, las incomodidades y la solemnidad del Pazo de Xelmírez marcaron la primera sesión de la Cámara autonómica, hace 25 años

El muy solemne Pazo de Xelmírez, del siglo XII, no estaba demasiado preparado para acoger un evento de semejantes características. En un ambiente solemne pero gélido y repleto de incomodidades, sentados en sillas plegables, entre estufas y embutidos en sus abrigos, los 71 diputados de la Primera Legislatura constituyeron aquel 19 de diciembre de 1981 el primer Parlamento de Galicia, pata fundamental de aquello que se llamaba autonomía, y que por entonces nadie acertaba a entender del todo en qué consistía. Hoy, 25 años, seis legislaturas y 255 leyes después, Galicia no lo duda.

La elección de Xelmírez pretendía darle gravedad a la sesión inaugural, de la que salió elegido primer presidente de la Cámara quien también había sido presidente de la preautonomía: Antonio Rosón. La carga simbólica del lugar tenía como contrapartida cierta dependencia de la Iglesia, propietaria del edificio, a la que no sólo había que pedirle la llave del palacio antes de celebrar cada sesión, sino devolvérsela al finalizar los pocos plenos que allí se celebraron. Era arzobispo de Santiago Ángel Suquía, en quien Carlos Mella, vicepresidente del primer Gobierno elegido por aquel Parlamento, vislumbraba cierta actitud condescendiente. "No es que nos diera las llaves de mala gana, pero pretendía dejarnos claro que allí los que mandaban eran ellos", recuerda.

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En el salón de fiestas

Fue el constitutivo un pleno breve, de la que diputados como Mella o el socialista Ceferino Díaz recuerdan más el frío y las incomodidades que el desarrollo de la sesión. "Como estaba junto a un capitel que sobresalía y se me clavaba en el cuello, tuve que seguir toda la sesión con la cabeza torcida", asegura Mella. En el recuento de incomodidades, Díaz recuerda cómo un joven diputado emocionado pero aterido por el gélido ambiente del palacio arzobispal. Y aunque corta, la sesión dio para alguna visita al baño, una especie de casetas con letrinas "bastante peligrosas a la hora de tirar de la cadena". Mella lo resume más gráficamente: "Aquello era un gallinero".

Molestias al margen, aquel primer día del legislativo autonómico "tenían su emoción", pero el que fuera vicepresidente de la Xunta de Xerardo Fernández Albor también recuerda lo mucho que se tuvo que trabajar para convencer a los gallegos, que poco tiempo antes habían aprobado el Estatuto en medio de una abstención de casi el 70%. En ese ambiente se generó el primer debate relevante, el de la capitalidad de Galicia. "Costó mucho trabajo llevarla a Santiago, que no sabía muy bien de qué iba la tostada, y las fuerzas vivas pensaban que aquello iba a subir los precios de los alquileres". A Coruña sí sabía lo que se jugaba, y jugó sus bazas con tanta perseverancia como poco éxito.

Nacionalistas

Las urnas habían dejado una sorprendente victoria de Alianza Popular, con 26 diputados, dos más que UCD, a la que pertenecía Rosón. Los socialistas lograron 16, por tres los nacionalistas -por aquel entonces, ANPG-UPG-PSG-, uno el POG de Camilo Nogueira y otro el PCG de Anxo Guerreiro. No había Reglamento de la Cámara. Tampoco hubo juramentos de acatar la Constitución y el Estatuto: llegarían en 1983 y darían lugar a una de las mayores crisis de la Autonomía gallega, la negativa de los nacionalistas Bautista Álvarez, Lois Diéguez y Claudio López Garrido a prestar juramento, por lo que fueron expulsados de la Cámara.

De aquellos días, el periodista Ánxel Vence recuerda el frío de Xelmírez, la improvisación de una autonomía que se inventaba a sí misma y alguna trifulca periodística a cuenta de la capitalidad, con duelos más que dialécticos entre un partidario de Santiago y su contrincante coruñés. "Después se pasó a Fonseca, más apropiado, pero también estrecho y escuálido. Apenas daba para un parlamentiño de cartón", precisa, en referencia a una expresión surgida a raíz del conflicto de los nacionalismos y el juramento.

Más que cartón, era pura piedra lo que rodeaba a aquellos 71 diputados electos que se perdían por las enrevesadas escaleras de Xelmírez antes de llegar al improvisado salón de plenos, con su pequeña tarima y su cortina para tapar el fondo de la estancia. Eran muchos siglos de historia los que les contemplaban. Tantos, que llegaron a intimidar a aquel joven Ceferino Díaz, que pasó la sesión con un único pensamiento instalado en la cabeza: "¿De verdad hemos llegado hasta aquí?"

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