Goles de rabia y fe
El fútbol individualista y luchador de Chevantón, el fichaje más caro de la historia del Sevilla, tiene sus raíces en una infancia durísima
Un balón sin demasiado peligro aparente lo convirtió la fe de Ernesto Javier Chevantón en un golazo que aupó al Sevilla al segundo puesto de la clasificación liguera, precisamente por delante del contrario al que abatió con el acrobático tanto, el Madrid.
Chevantón es un goleador con apetito infinito, fruto de la lucha que ha tenido que ofrecer, sin más remedio, durante toda su vida. Nada le ha sido fácil. Nacido en 1980 en Juan Lacaze, una población costera de Uruguay, el ahora internacionalmente famoso delantero vivió una infancia de pobreza. Por culpa del desempleo, su padre acabó realizando todo tipo de trabajos para buscarse la vida y la de sus tres hijos, uno de los cuales fue el de repartidor de leche, una tarea en la que solía contar con la ayuda del pequeño Ernesto Javier.
Paradójicamente, su precaria situación laboral ayudó al desarrollo de la carrera futbolística de su hijo. La familia se desplazó a la capital uruguaya, donde el padre había conseguido un empleo en una fábrica textil, y en Montevideo fue donde Ernesto Javier entró en contacto, a los 12 años, con su primer club, el Danubio.
En un primer momento, lo intentó con el Rentistas, que estaba mucho más cerca de su casa -él no tenía ni un céntimo para pagarse el transporte-. Pero, cuando se presentó en el estadio, las puertas estaban cerradas y nadie salió a atender al chaval que quería que le hicieran una prueba. Así las cosas, Chevantón se ofreció al Danubio, que, tras pasar una exitosa prueba con otro conjunto de la ciudad, en la que marcó tres goles, acabó siendo su casa futbolística durante bastante tiempo.
Pero la familia, harta de pasar penurias, decidió regresar a su pueblo. El aspirante a futbolista se quedó entonces en una residencia del interior del país. Era un apartamento en el que se hospedaban varios jóvenes sin casi ningún adulto alrededor.
Tras pasar tres años en Montevideo, Ernesto Javier decidió regresar a Juan Lacaze junto a su familia. Allí se dedicó a recoger leña para ayudar a su madre hasta que el presidente del Danubio fue a convencerle de que regresara a las filas del club. Una vez en Montevideo, su vida siguió marcada por las penurias y ahorraba el dinero que le daba el club para el autobús que lo llevaba a los entrenamientos para, de vez en cuando, ir a visitar a su gente.
En el Danubio jugó desde 1997 hasta 2001. En 2000 vivió su mejor temporada en el cuadro de Montevideo y consiguió marcar 36 goles en 35 partidos. Este logro, junto al hecho de haber sido el máximo goleador del Mundial sub 20 de 1999, le llevó a figurar en la lista de varios ojeadores del calcio y, siguiendo los pasos de otros dos futbolistas criados en el Danubio, Rubén Sosa y Álvaro Recoba, acabó fichando por el Lecce. Con tan sólo 20 años, su llegada al calcio no fue como se esperaba. Y eso que fue el autor del primer gol de la temporada 2000-01, a los dos minutos de juego, al Parma, lo que le valió el regalo de mil botellas de vino. Educado, aceptó la prebenda, pero subrayó que sólo bebe agua mineral.
Chevantón marcó 12 goles en 27 partidos, lo que no le sirvió a su equipo para evitar el descenso a la Serie B. A pesar de las críticas de los seguidores del Lecce por su fútbol individualista -la fama de chupón es una de sus lacras a pesar de que esa fe en sí es fundamental en su combativo estilo de juego-, Chevantón ostenta el récord de mayor goleador del conjunto en la máxima categoría de la competición italiana: en 2003-04, con 19 tantos en 31 partidos.
Siempre se rumoreó con su fichaje por uno de los grandes de Italia. El Milan y el Juventus se interesaron por él, pero ninguno se decidió a dar el paso definitivo. Así, cuando el Mónaco apareció, no lo dudo un momento. Además, estaba el caramelo de la Liga de Campeones.
En el Mónaco, Chevantón marcó una decena de goles en cada una de las dos temporadas en las que jugó en el Principado. Junto a Javier Saviola, formó una atractiva pareja de atacantes. Pequeñitos, pero ávidos rematadores y tremendamente incómodos.
Este verano se convirtió en el fichaje más caro de la historia del Sevilla -ocho millones de euros- precisamente en sustitución de Saviola. A pesar de no haber jugado mucho a causa de una lesión de espalda, Chevantón ya ha dejado marca en el club. Para coger la forma, jugaba partidillos con los cadetes sevillistas por petición propia. Además, cada vez que sale marca. El del sábado fue su gol más importante en el Sevilla. Pero sólo hasta el momento.
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