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Columna
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Temporal doméstico

El tiempo está loco, loco, loco y pulveriza cualquier previsión del futuro. Andan desorientadas las plantas que no saben si brotar, ni las simientes desarrollarse para conocer el mundo durante el estío o cuando antes tocaba. Los prados norteños, que amarillean durante los calores y se escarchan con el helor de los inviernos, reverdecen con lluvias imprevistas y los propios pájaros están tan aturdidos como los humanos en la Terminal Cuatro de Barajas, equivocados los puntos cardinales. Como una alucinación he visto pasar en El Retiro a dos mariposas amarillas que parecían artificiales. Será por el malaventurado efecto invernadero o, quizás, algo más simple: que la Tierra se nos haya acatarrado, algo que, como no suele ser frecuente, nos maravilla hasta asustarnos. Yo prefiero creer esto último y que, poco a poco, entre en período de convalecencia y las cosas vuelvan a ser como queremos que sean. Ya no nos acordamos -porque no hay memoria directa ni fiable- de otras catástrofes que afectaron a este globo a la deriva, enormes glaciaciones, deshielos tumultuosos, exterminio de aquellos enormes animales, como los diplodocus y demás criaturas que han hecho rico a Spielberg.

La fecha inicial del primero de Noviembre para encender las calefacciones ha sido errónea. No ha hecho frío, aunque en Madrid lloviese como en Santiago de Compostela y luciera el sol en las playas del Cantábrico, mientras se pelan de frío en Marbella y sopla un aliento boreal en el antes templado Levante. Esta demencial imprevisión del clima produce notables trastornos domésticos, además de los que se reserva la Naturaleza en los grandes espacios.

El desorden climático repercute en nuestra vida diaria y magnifica las averías en la caldera del agua caliente o en el ascensor, se resquebrajan los tejados y en el techo de los pasillos aparecen las ominosas humedades que pronto se transformarán en goteras, para ocasionar esas imprevistas y enconadas tragedias domésticas que, por no se sabe la escondida causa, suelen producirse en los viernes por la tarde o el mismo día que comienza un puente. Es en esos momentos cuando echamos más en falta la deficiente educación que recibe la juventud. Otrora, siempre había en las casas un padre, un pariente capaz de remediar el pequeño cortocircuito, apretar las junturas de la cañería, sustituir una bombilla, reparar el reloj del comedor... Hoy, la mínima adversidad en el hogar nos encuentra incapacitados para resolverla y hace preciso acudir a las páginas amarillas, pues la antigua institución del fontanero, el electricista o el carpintero de confianza no ha sido relevada generacionalmente. El que viene, generalmente un emigrante, quizás con la dosis de voluntad que le falta en experiencia o capacidad, rara vez resuelve el problema, por incapacidad técnica.

Es muy sencillo encontrar la oferta: "Disponemos -nos dicen las publicidades- de técnicos, decoradores, escayolistas, albañiles, pintores, electricistas, fontaneros..." pero rara vez quedan satisfechas las urgentes expectativas. No faltan las organizaciones, posiblemente gerenciadas por personas de buena voluntad y sinceros deseos de resolver los problemas del prójimo pero, salvo las excepciones que ustedes quieran, el supuesto artesano suele carecer de conocimientos y no ha podido transmitírselos a otros operarios a sus órdenes. Porque, aunque parezca asombroso, lo que sobran son directores de empresa o jefes de taller con suficiente maestría. Da la impresión de que si alguien ha empleado con cierto éxito un soplete, una llana o un martillo, queda convertido en un "Paco el pocero" capaz de levantar ciudades en el desierto.

Cierta buena amiga me cuenta que se hizo preciso revisar algunas tuberías picadas, en su hogar, que amenazaban con amargarle el invierno. Se dirigió a una de las muchas empresas que la bombardean con sus reclamos y ofertas de servicios plenos. "Tuve que desplazarme, personalmente, a sus oficinas y el director general que me recibió era un presunto albañil que meses antes nos había cuarteado varias paredes y a quien no pudieron volver a ver el pelo, tras haber cobrado anticipadamente un trabajo no llevado a buen término".

Este final de otoño tan extraño que vivimos aplazó con su reciente bonanza esos problemas que suelen caer sobre nosotros por esta época. Por ahora se parece a las previsiones sanitarias que nos auguran una temporada sin gripe, a condición de que nos vacunemos. Pero muchos, en el gremio de los viejos, sabemos que no será fácil eludir algún precipitado viaje a las urgencias hospitalarias. Esperemos capear el temporal doméstico con la mejor fortuna.

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