España, en mala dirección
¿Por qué no tomar el desafío del cambio climático como oportunidad para un cambio radical en el desarrollo, a fin de hacerlo sostenible? Sabemos lo que está pasando e incluso lo que va a pasar con el calentamiento del planeta como consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Después del Informe Stern nadie podrá decir que no estaba advertido: además de las tremendas consecuencias ambientales y sociales -sobre todo en los países más pobres y vulnerables, pero también en los más ricos, como mostró el Katrina en Nueva Orleans-, el cambio climático puede desencadenar un colapso económico desconocido, sólo comparable al provocado por las grandes guerras mundiales, con caídas del PIB que pueden alcanzar el 20%.
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Pero también sabemos cómo evitarlo: invirtiendo anualmente el 1% del PIB (el 0,6% para la UE según cálculos de la Agencia Europea de Medio Ambiente) en la transformación de nuestros sistemas productivos y energéticos para hacerlos más eficientes energéticamente y reducir drásticamente el uso de combustibles y carburantes fósiles. Y sin olvidar que la suma de beneficios directos e indirectos resultantes puede hacer que dichas medidas tengan coste cero y hasta beneficios.
Esta reducción no sólo es viable y hasta saludable económica y ambientalmente, sino que además habría que hacerlo aunque no hubiera el riesgo del cambio climático, tanto por los otros muchos efectos ambientales adversos que tiene su uso, como por el hecho de que se trata de materias primas muy valiosas, pero finitas.
¿Qué podemos hacer para transformar el desafío del cambio climático en oportunidad? Lo primero es reconocer y aceptar la magnitud y urgencia del desafío y adoptar medidas proporcionadas con la gravedad de los impactos. Para no entrar en una situación catastrófica debemos evitar un incremento de la temperatura media global superior a dos grados centígrados en este siglo y estabilizar los gases de invernadero en la atmósfera en una proporción de entre 450 y 550 partes por millón. Lo que implica una reducción para 2050 del 25% de las emisiones globales y del 60/80% por parte de los países industrializados, como se ha propuesto en el Consejo de Primavera de la Unión Europea. Estamos por tanto hablando de llegar hasta un factor 5 en la descarbonización de la economía para dentro de cuatro o cinco décadas. ¿Y cómo podemos conseguir esto?
Es posible imaginar un escenario de contracción y convergencia en el consumo de energía, es decir, una reducción en los países industrializados que permita un aumento convergente en los países en desarrollo, y simultáneamente la descarbonización progresiva de las economías, recurriendo fundamentalmente a las energías de fuentes renovables, cuyo potencial en España es enorme. Las energías renovables son las únicas que en el estado actual de la tecnología pueden considerarse fuentes masivas sostenibles. Ya que la posibilidad de seguir usando masivamente el carbón está aún pendiente de la viabilidad de tecnologías de carbón limpio, en particular de gasificación y captura de CO2; y la energía nuclear de fisión, dependiente de un combustible también agotable, no ha resuelto el problema de los residuos, y la investigación centrada en la fusión no dará eventuales resultados hasta dentro de unas cuantas décadas.
A diferencia de la media europea, España en estos años atrás no ha ido precisamente en la buena dirección. Sus emisiones han aumentado hasta alcanzar el 53% en relación a 1990. En gran parte porque sus consumos energéticos aumentaban por encima del PIB, mientras que en la UE disminuían sensiblemente. Sólo en 2005 parece iniciarse un ligero desacoplamiento del consumo energético por debajo del crecimiento económico.
El diferencial de eficiencia energética con la UE le cuesta a España un 1% del PIB, que gravita sobre las importaciones. Así que lo primero será mejorar la eficiencia hasta reducir el consumo energético con beneficios para una economía tan dependiente energéticamente como la nuestra. Otros países lo hacen.
El informe de la comisión sueca para la Independencia del Petróleo de julio de 2006 se propone reducir su consumo energético en 20% para 2020 y hasta en el 50% para 2050, basar su sistema energético en las energías renovables y abandonar progresivamente la nuclear, convirtiendo dichos logros en ventajas tecnológicas y de mercado que convertirían la economía sueca en una de las más dinámicas y competitivas del mundo. Los mandatarios europeos ya han planteado la reducción del 20% en el consumo energético para el 2020, logrando así mejorar la ventaja competitiva con Estados Unidos, que necesita hoy un 70% más de energía por unidad de producto que la UE-15.
Estos objetivos son viables y saludables, tanto en términos ambientales como económicos y laborales. Pero esta gestión de la demanda requiere forzosamente no sólo medidas normativas que regulen la eficiencia energética de productos, servicios y procesos industriales y de transporte, sino también de medidas fiscales, que redistribuyan los costes reales de tales productos y procesos, incluyendo las externalidades, e incentiven los cambios.
La Conferencia sobre Cambio Climático celebrada estos días en Nairobi ha adoptado acuerdos que refuerzan la decisión de Montreal de dar continuidad al proceso, estableciendo un segundo periodo de compromisos del Protocolo de Kioto después de 2012. Hacer realidad los nuevos compromisos es la única manera de responder globalmente al desafío global del cambio climático.
En Nairobi, Kofi Annan ha denunciado certeramente la falta de liderazgo político para acometer las transformaciones necesarias. Así es: hace falta voluntad política y compromiso cierto -y no sólo declarativo- por parte de los mandatarios y de los responsables políticos para reconducir la economía hacia objetivos socialmente más justos, ambientalmente más responsables y económicamente más viables. El desafío del cambio climático puede ser también una oportunidad irrepetible, en particular para España.
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