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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De humanos, perros y 'cyborgs'

Al parecer, la especie humana tardó más de cuarenta mil años en domesticar al lobo, origen de toda raza canina. Y ahora hay seres humanos que admiran con razón su forma de sociedad, responsable y solidaria, parecida a la nuestra. Tan parecida que, con ánimo franciscano más que con razón, habría que considerar al lobo como un hermano y restaurarlo plenamente en su condición de tal. Ya se ha hecho con sus descendientes, reduciéndolos a la condición de mascotas. Transformando la "vida de perro" en una vida regalada no accesible a millones de hermanos humanos y que, a fuer de fraterno-humana, resulta un sarcasmo: entre la cirugía estética, si es el caso, la peluquería, el schopping, chucherías, pastelerías, el restaurant, el perro pasa tranquilamente el día, para acabarlo... asistiendo al teatro (al Pradillo madrileño, por ejemplo); o para acabar sus días teatralmente... en una funeraria especializada (la de Brooklyn, por ejemplo). Naturalmente esto es nada más que la parodia interesada de un extremo de la locura del trato y maltrato a los animales. Pero parodia en la vida es casi todo, y así nos entendemos.

ENTRE LOBOS Y AUTÓMATAS. La causa del hombre

Víctor Gómez Pin

Espasa. Madrid, 2006

312 páginas. 20,50 euros

Valga también, en este sentido, una caricatura menos festiva de la "vida de cyborg", que no es tan regalada como la de perro, ni es tanto un sarcasmo cuanto un simulacro (autómata) de vida, pero que en cualquier caso tiene asimismo sus ventajas. En ella no se utilizan penosamente los órganos como antes (con el sudor de la frente, en este caso ni física, ni espiritual), aunque se atrofien. Mediatizado por aparatos de toda índole, el ser humano maneja a placer una serena relación (virtual) con su entorno. Desde su pequeña cápsula espacial, su apartamento, puede utilizar múltiples formas de zapping para elegir su contacto con el mundo. En Internet va encontrando todos sus afanes espirituales y desahogos básicos. Se trata de un simulacro de vida, decimos, pero el simulacro es la forma de realidad hoy (hiperrealidad, se dice).

Uno de los afanes más interesantes del digitalismo actual es precisamente ampliar la extensión sensorial del simulacro a otros sentidos que la vista y el oído. Alta fidelidad de tacto, gusto, olfato. Nariz electrónica. Piel electrónica. Vino virtual (sin tanta gracia como el de la bodega de Auerbach). Sentidos digitalizados y estímulos virtuales. Vacuidad olímpica: el hombre-cyborg resultará un escenario sin lugar, una forma en el aire, no encarnada, no substancial ni individualizada, sin determinación topológica, sin materia gloriosa, un sí mismo sin lugar en un lugar sin sí mismo, un no-lugar en lugares de nadie. El lenguaje verbal se va reduciendo al icónico. La escritura tradicional ha pasado, lo genuino de nuestro tiempo sería el informático "cortar y pegar", el pastiche, collage, bricolaje tecnológico mental

... La pena de esta vida de cyborg es que no acabe también digitalmente en la serenidad de la red: la vida será virtual, pero la muerte es real.

Todo esto no es que esté mal

ni bien, y quizá sea el futuro y la forma de vida que espera a la especie humana. Pero hay que encontrar nuevos parámetros humanos, o poshumanos, para todo esto que hoy por hoy no parece más que muecas humanoides. No se puede pensar y obrar, por ejemplo, con la moraleja tácita en las exhibiciones animalísticas de la Bardot de que aniquilar a un bebé foca es moralmente equiparable a la aniquilación de un bebé humano. Si se niega la singularidad de la condición humana en el seno de la animalidad o la artificialidad cibernética se diluyen las razones que hacían de la no-instrumentalización del ser humano el imperativo central de toda ética, dice Gómez Pin; y se le sitúa, además, tanto moral como ontológicamente, en guerra contra su propia naturaleza. El hombre es un ser único entre lobos y autómatas, al que no le basta una diferenciación específica horizontal frente a ellos, es decir, homologable a la que permite no confundir un chimpancé con un orangután, por ejemplo, o un PC con un Apple. Frente a la tendencia antihumanista de hoy: el desplazamiento del hombre como centro de referencia en favor de la animalidad y de la naturaleza, la exacerbación de la homología del pensamiento y lenguaje humanos con la inteligencia artificial y el lenguaje programado, Gómez Pin propone mesuradamente, como buen aristotélico, una militancia humanista, una vuelta a situar al ser humano en el centro de interés. Porque en ambos casos se pone en entredicho la singularidad de la condición humana: "La certeza de que el ser humano tenga una esencia propia, una naturaleza irreductible tanto a la mera condición animal cuanto a toda entidad forjada por el propio ser humano".

El ideario humanista que rei

vindica Gómez Pin "lejos de ser contrario a la exigencia de conservar y proteger la naturaleza y los animales, tiene en ello un auténtico corolario". Lejos de despreciar la tecnología, admite, como obviedad incluso, que "es expresión cabal de la esencia misma del ser humano y contribuye a su realización". Todo depende de cómo se utilice esa exigencia humanista y esa expresión esencial humana. El nivel y dignidad de la cultura de una sociedad se mide por su trato a los animales, decía Gandhi; y por el uso que haga de su poder tecnológico, añadiríamos. Pero ahí está el problema y su mensura...

El problema, en el fondo, es el del respeto a sí mismo del hombre como ser racional, que desarrolla en cada momento su esencia específica y su potencial cultural en circunstancias concretas -conscientes y cuestionables sólo por él- de técnica y ecología, de lobos y autómatas. Se trata de preservar, en esas circunstancias, la dignidad del ser humano, su naturaleza diferenciada, indisolublemente cognitiva y lingüística, sapiens et loquens. La "vida humana".

Gómez Pin es favorable a la tesis de que sólo cabe hablar de inteligencia artificial o de animal-hermano al precio de degradar hasta la caricatura el término de inteligencia y animalidad. No le parece bien erigir meras hipótesis (el ordenador inteligente, el dolor animal, por caso) en firmes premisas con peso moral y ontológico, y fundar en ellas una nueva antropología filosófica; como hacen los artificialistas en esta sociedad "religioso-tecnológica", en la que existe una sorprendente complicidad entre tecnología actual y mística natural o magia de antaño, o los naturi-animalistas, que parecen no valorar la naturaleza (incluido el reino animal) en razón de que sirva al hombre, sino al hombre en razón de que sirva a la naturaleza...

Pero está dispuesto a modificar su posición si le convencen con argumentos. Lo que interesa es la "discusión teorética" y, por tanto, la consciencia de una cuestión seria y acuciante; un ejercicio concreto, en este tema, de esa dignidad sapiente y elocuente del ser humano, de que hablábamos; como el de la modélica reivindicación, que debería ser tautológica, de una "vida humana" (ni de perro, ni de cyborg) para los humanos, que pone francamente sobre el tapete este libro, Premio Espasa de Ensayo 2006.

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