Restos en medio segundo
Cuando el saque se acerca a 200 km la hora, el porcentaje de aces aumenta exponencialmente con la velocidad. Si la cosa no acaba en ace, el resto se golpea apenas medio segundo después del saque. Es una locura y el contrario se vuelve como el portero de fútbol ante un penalti, un sin saber por dónde le va a venir. Cuando los saques a 200 se hicieron frecuentes en algunos torneos y el juego del tenis corría el riesgo de desvirtuarse, la Federación Internacional (ITF) tomó cartas en el asunto. En 2002, tras un periodo experimental de dos años, se establecieron tipos de bolas diferentes que se usarían en función de las características de la cancha. En el caso de pistas rápidas, como por ejemplo hierba, o también en cualquier tipo de cancha en alturas elevadas sobre el nivel del mar, se buscaban bolas que ralentizaran el juego y se optó por un diámetro aproximadamente un 6% mayor y algo más de coeficiente de restitución (más bote). Con ello se conseguía que aumentara el tiempo que transcurría desde el saque hasta el resto, disminuyendo las posibilidades de ace. Se podrían haber tomado, eso sí, otras alternativas, que hubieran tenido efectos similares aunque no idénticos, como por ejemplo modificar la longitud de la raqueta, recortar la zona de bote del saque, eliminar la posibilidad del segundo servicio, aumentar muy poco la altura de la red o modificar la regla de falta de pie. Aunque finalmente se supeditó a las pelotas la tarea de corregir el desenfreno de las velocidades, ellas no eran las culpables de esta carrera hacia la locura.
Pero, ¿dónde empezó todo? Santana comentaba que fue con los cambios en la principal arma del tenista, la raqueta, a lo que añadía que con las de ahora él saca, casi sin esfuerzo, a más velocidad que cuando era joven y competía. Hace décadas las raquetas iniciaron una revolución tecnológica, fruto del empleo de nuevos materiales, que las volvían más ligeras y menos deformables, al tiempo que les permitían cambiar las formas y tamaños de las clásicas de madera. Los científicos, por suerte, no dejaron pasar el tren y se subieron a él al poco de haber iniciado su marcha. Así han podido analizar las repercusiones de la revolución tecnológica de las raquetas, tanto en el juego como en las lesiones de los tenistas. En 1979, cuando la ITF se disponía a poner límites a las dimensiones de las áreas del cordaje, que habían crecido hasta un 100% respecto a las de antaño, Brody, actualmente profesor emérito en Pensilvania publicaba La física de la raqueta de tenis en el American Journal of Physics. Fue sólo la primera parte de una trilogía (la tercera apareció en la misma revista en 1997) que ha resultado emblemática. Aunque hubo otras aportaciones pioneras, la de Brody podría muy bien simbolizar un primer instante de acercamiento entre tecnología y ciencia. Desde entonces, implicándose activamente la ITF, pocos deportes han aunado como el tenis el binomio de ciencia y tecnología. Se ha llegado a cambiar incluso las normas del juego a medida que se ha hecho necesario y se ha promovido el uso de tecnologías para resolver, por ejemplo, problemas de arbitraje, como en el caso de los famosos avisadores de línea (ojo de halcón). Esta semana, en el Masters de Madrid los protagonistas han sido los jugadores, actores, cómo no, en esta revolución. Por cierto, el tercer Congreso Internacional de Ciencia y Tecnología del Tenis será en septiembre del próximo año en Londres. ¿Cuántos cambios apasionantes más nos quedan por ver en el tenis?
Xavier Aguado Jódar es biomecánico de la Facultad de Ciencias del Deporte, Universidad de Castilla-La Mancha.
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