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Columna
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El cazador

Manuel Vicent

Pasaron los años. El ingreso en el bachillerato, el pantalón largo, la universidad, el primer amor, el trabajo, la boda, los hijos, la muerte de un familiar, el éxito de la empresa y así sucesivamente hasta llegar a una edad en que el hombre volvió la vista atrás para analizar las cosas que había vivido y comprobó que su biografía no era sino una crónica de sucesos sujeta a una serie de fechas, que se habían transformado en un collar de perro en torno a su garganta. Un día supo que todo podía cambiar. Hasta entonces su vida se había contado por años, pero hubo un momento en que los años abandonaron el calendario para convertirse sólo en tiempo y su vida se abrió en varios brazos como un río cuando discurre mansamente por una tierra muelle, sin accidentes, hasta dar en el mar. El tiempo no son los años, pensó. El tiempo es un estado de ánimo, una conciencia de las cosas, un arte de vivir y de cazar. Esos humedales, ligeramente putrefactos, del final de un río son los más fecundos de todo su curso y allí se posan muchas aves azules, aunque tambien hay serpientes y caimanes en las ciénagas. El hombre se propuso erigir su vida en ese lugar entre la belleza y la muerte. Se sacudió el dogal que le apretaba el cuello hasta convertirlo en un círculo de hierro en torno a su persona donde a duras penas podía entrar un idiota, un pelmazo, un predicador desgañitado, un político imbécil o cualquier aguacil que se acercara dando órdenes perentorias. Para que los años se convirtieran sólo en tiempo necesitaba un arco con algunas flechas y sentirse libre. El paisaje de la desembocadura de un río lo forma siempre una línea difusa de agua blanda cuya bruma absorbe la franja rosada del horizonte. Así era también su memoria y dentro de ella se posaban muchas aves en sus migraciones. Decidió comenzar la cacería con el arco sin ninguna ansiedad. Puesto que su calendario no tenía fechas, su vida era ya una aventura personal y tumbado a la sombra de un árbol esperó. No tenía prisa. Finalmente tensó el arco y disparó tres flechas hacia lo alto sin apuntar a ninguna pieza determinada. Después se bajó el ala del sombrero hasta las cejas y mordiendo una brizna sintió que el tiempo discurría como un río por su conciencia y cuando el sol ya caía, vió que la primera flecha traía engarzado un pato salvaje, otra había cazado una garza de labios pintados de rojo y la tercera bajaba una carta con una cita de amor para una fecha indefinida. El tiempo consiste en que eso pueda suceder sin que el corazón se altere, pensó.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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