La fuerza bruta al poder
Nueva demostración de la pareja kazaja, que complica la carrera para Valverde a falta de la contrarreloj
Háblele usted a Vinokúrov de sutilezas tácticas. Explíquele cuestiones de estrategia, de historia de ciclismo, de cómo muchas veces no ganan los más fuertes sino los más listos, de cómo el ciclismo es, desde los tiempos de Coppi y Anquetil, por lo menos, un asunto de inteligencia, de lograr en los momentos de crisis que la fuerza del enemigo juegue en su contra, a favor propio. Relátele historias de sutileza, de juego fino, de hábil manejo de las situaciones. Venga, corra, e inténtelo. Seguramente se chocará con el rostro impenetrable del kazajo, con una mirada de no entender nada, con una petición de ayuda a su compañero, el calculador Kashechkin, y, finalmente, con una afirmación contundente al tiempo que se señala sus imponentes piernas: "Ciclismo es atacar y atacar, dejémonos de bobadas". Más o menos Obélix, el bruto, arrasando con su imponente figura y su desmesurada fuerza los impresionantes despliegues militares de las legiones romanas que rodean su irredenta aldea. Pues así, reduciendo la Vuelta a un puro asunto de músculo y determinación, salió ayer el albino kazajo de La Pandera, del último puerto de la ronda española, convertido en más que probable ganador. Así y con el factor K., que finalmente no es Karpets, sino Kashechkin, el factor determinante, actuando en su bando para efectuar de forma coordinada ataques en oleadas, para acabar con la magra resistencia de Alejandro Valverde.
Kashechkin, el tremendo, ya ha anunciado que no le disgustaría nada terminar segundo
Vinokúrov salió de La Pandera, último puerto de la ronda, como más que probable ganador
El estratega Eusebio Unzue había medido, sopesado, analizado, decidido. Dos cosas. Una: la afición desestabilizadora del Saunier Duval, el equipo de Marchante y Piepoli, dos hombres con ganas de atacar en la montaña, podría jugar en su favor; dos: el objetivo no era maximalista, no se trataba de ganar por goleada, casi ni por la mínima, al equipo que la víspera le había dado un baño a Valverde, su líder, sino posibilista, de buscar un empate que consistiría en una llegada al sprint, donde, Valverde, el veloz, lograría la máxima bonificación. Un golpe psicológico, más o menos, de recuperación moral; una forma de buscarles las imposibles cosquillas, la duda, a la pareja de guerreros tártaros que llegados de las estepas del Asia central amenazan a la cultura ciclista europea, degenerada.
¡Ja!
Tan fino se hilaba que, cuando pinchó Marchante a poco más de 20 kilómetros para la meta, cuando el pelotón ya empezaba a resoplar ascendiendo hacia Los Villares, cuando el equipo de Valverde había decidido ya acelerar el ritmo para evitar escapadas, como si fuera un equipo de sprinters en un día llano, Unzue ordenó por el pinganillo a los suyos: "levantad el pie, dejad que se reintegre Marchante, que sus ataques nos van a venir bien en la cima". Tan fina, fina era la puntada que ni el propio Marchante se enteró de su vital papel táctico y cuando atacó, inevitablemente, para buscar la etapa, se revolvió airado al ver a Purito Rodríguez, el último hombre de Valverde, salir raudo a por él. Marchante después, contento de cómo le habían ido las cosas a los de Valverde, a quien incluso privó de una bonificación de 8s, dijo: "Es que han pecado de avaricia". Y Kashechkin, sumando escarnio al dolor causado, añadió: "El ritmo del Illes Balears nos ha venido muy bien, me gustó". Qué elegancia táctica. Ay.
Ay. Valverde con el látigo. A los suyos: vamos, más rápido, más rápido. Kashechkin, detrás, sonriendo bajo su bigote. La que te espera, amigo, la que te espera. Y, al poco rato, zas. Su ataque. Y Sastre, que veía peligrar su puesto en el podio, con él. Y Purito, fácil, muy fácil, a por ellos. Todo controlado, pensó. O intentó pensar. Porque inmediatamente, detrás de su rueda, alma que lleva el diablo apareció Vinokúrov, visto y no visto, al ataque de las cinco. La crisis de Valverde, simultánea. Llamativa, por lo menos. Purito, tan centrado en su labor estaba, que abrió un poco de gas y entre el griterío, los clamores del público, el ruido de las motos, del helicóptero, no se enteró de que detrás de él Valverde perdía rueda, perdía, perdía... Se quedaba. Le gritaron ¡para! ¡para! por el pinganillo. Todo parecía perdido. Por todos los lados, rivales llegados de todos los puntos, atacaban y dejaban a Valverde. ¿Alma en pena? No, por supuesto.
Prudente, más bien. Antes que reventar, respirar. "Ya hace tres años, cuando gané arriba, pasé la misma crisis en el mismo sitio", dijo el murciano. "Se trataba de superarla y comenzar a sprintar, a tirar para arriba. Y así fue. Y hasta pareció que Vinokúrov, el bruto, tremendos golpes sobre los pedales, incómodo, por primera vez sudoroso en toda la Vuelta, podría caer víctima de su propia fuerza. Pero entonces, como en las películas de indios, en el momento más necesario, le llegó la ayuda. A su lado se puso Kashechkin, el factor K., y allí se acabó todo.
Valverde está más cerca de perder el segundo puesto a manos de Kashechkin en la contrarreloj de mañana que de superar a Vinokúrov. Y Kashechkin, el tremendo, ya ha anunciado que no le disgustaría nada terminar segundo...
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