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Reportaje:VUELTA 2006 | Decimoséptima etapa

La moral y Kashechkin

Mientras Valverde buscará recuperar el ánimo, Vinokúrov da las gracias a su compatriota

Carlos Arribas

Ángela, tan feliz de costumbre, tan acostumbrada a pasear por la meta con el ramo de flores de su marido, de Alejandro Valverde, siempre triunfador, lo recibió ayer en Granada con una mueca de compasión en el rostro, pálido, apenas escondida detrás de unas enormes gafas negras. Y su Alejandro, que llegaba ciego, y no sólo por las gafas negras que también escondían su mirada, ni siquiera la vio, seguía recto, mirando a ninguna parte, hasta que ella casi se le echó encima y le frenó, y le dio un ligero achuchón en el brazo, resbaladizo de sudor, de pena. "La moral, la moral", repiten en su equipo. "La moral", dice Eusebio Unzue, su director. "Antes de pensar en recuperar tiempo, antes de saber qué podemos hacer para ganar la Vuelta, tenemos que recuperar la moral, tenemos que lograr que Alejandro se recupere del golpe". El golpe físico, la pérdida del maillot amarillo, aunque sólo sea por 9s; el golpe moral, la pérdida de la sensación de invencibilidad, el descubrimiento de la propia vulnerabilidad, el saber que hay días en los que todo puede salir mal. Y así, consciente de todo ello, declara: "No pienso ahora en ganar tiempo en La Pandera, sino en no perderlo".

La Pandera, hoy, en las afueras de Jaén, entre terrazas geométricas de olivos, es el último puerto de la Vuelta; es también el lugar donde en 2003 Alejandro Valverde, entonces un pipiolo de 23 años, descubrió que era muy bueno, mejor incluso de lo que pensaba. Ganó la etapa por delante de escaladores consumados como Heras y Sevilla. Se sintió grande. La Pandera es, para Alexander Vinokúrov, un enigma, un agujero negro, una altura en la que nunca ha estado. "Pero no me preocupa", dice, "no creo que haya allí grandes diferencias. La Vuelta se decidirá el sábado en la contrarreloj". El sábado, penúltima etapa, 27,5 kilómetros llanos contrarreloj alrededor de Rivas Vaciamadrid, territorio Vinokúrov.

¿La moral? La moral para los kazajos es otro agujero negro, un concepto desconocido porque se da por descontada. Los kazajos no dudan. Terminan una etapa tan dura como la del martes en Calar Alto, termina Kasheckin asfixiado y empapado; termina Vinokúrov harto de atacar, harto de que Valverde le responda a todos los ataques, y sólo transmiten un mensaje: "mañana atacaremos más. Y seguiremos atacando hasta que Valverde ceda". Hasta ayer mismo. "Se trata de eso", dice Vinokúrov minutos después de alcanzar el primer maillot de líder de una gran ronda en su carrera. "De atacar, de atacar, de atacar, de aislar a Valverde y de hacer la diferencia en los últimos kilómetros". No hay más táctica, no más interrogantes. Pero sí un poco de teatro.

La noche anterior al recorrido de Granada, Kashechkin hizo llegar a sus rivales el mensaje de que estaba acabado, de que su desfallecimiento en Calar Alto no se había debido ni a la lluvia, ni al frío, ni a ninguna circunstancia excepcional, sino simplemente a que estaba agotado, a que una carrera de tres semanas era demasiado para él, que no podía más. A la mañana siguiente, ayer mismo, en el puerto de Albondón -oh cómo odian los ciclistas empezar ya la etapa cuesta arriba, desde el mar hacia las Alpujarras, las montañas que cierran el horizonte-, Kashechkin, recuperado, un chico nuevo, empezó su recital de ataques. Valverde supo inmediatamente de qué iba a ir el día. Y Vinokúrov, el ciclista que pone sus piernas, su increíble fuerza, su tremenda energía, su rostro inescrutable, al servicio de los designios de Kashechkin, así lo reconoció finalmente. "Tengo que dar las gracias al equipo, todo ha salido perfecto gracias a su trabajo", dijo el líder de la Vuelta, que el sábado cumplirá 33 años. "Y en especial a Kashechkin".

Valverde, en la etapa de ayer.
Valverde, en la etapa de ayer.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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