El que recibe las bofetadas
Querido amigo:
Tú en la sauna neoyorquina, yo en la sartén madrileña. Mi alma de lagarto resiste mejor el calor marrón de la meseta, por insano que sea. No me quedó muy claro si ayer me pedías algún tipo de consejo. A mí, durante años, me pasó como a ti, trabajé en aquello que me salía, no podía plantearme si el trabajo me gustaba o no. Es verdad que hace 15 años el mundo de los medios de comunicación era más inocente. Todo el país era más inocente. Haber sido guionista de las Mamachicho o escritor de Humor amarillo parece hoy haber trabajado en Barrio Sésamo. No sé si eres más desafortunado tú, trabajando con 50 años en un programa de la casquería cotilleril, que una persona recién salida de la Facultad. Al fin y al cabo tú sabes distinguir lo malo de lo bueno pero qué pasa con todo ese batallón de jóvenes que dan sus primeros pasos periodísticos en la estación del AVE esperando descubrir algún famoso al que meterle la alcachofa en la boca. ¿Qué piensan sus padres, estarán orgullosos por el mero hecho de verlos por la tele o se preguntarán para qué coño pagaron una carrera de cinco años? Esos jóvenes se curtirán como periodistas pensando que los términos "investigación", "fuentes bien informadas" o "interés público", están relacionados con el trabajo que hacen a diario, con lo cual terminarán por no encontrar diferencias entre su oficio y el de un investigador del SIDA. Mirémoslo con optimismo: ahora mismo, España, ese país atrasadísimo en materia de investigación científica, disfruta de un periodismo lleno de "investigadores". Si toda la energía que pone a diario esa juventud en rastrear los secretos ajenos la pudieran emplear en hacer algo hermoso seríamos otro país. Y que conste que una de las cosas más nobles de este mundo es entretener al público. Benditos sean los cómicos. Los cómicos, por cierto, viven atemorizados. Los cómicos, como cualquiera, tan vulnerables a esta fiebre, desprecian profundamente lo que están haciendo ciertos programas aunque no se atrevan a decirlo en voz alta. En cuanto al estereotipo de gay malévolo, estoy contigo, se ha convertido en un clásico televisivo. Sospecho que hay gente, cuyo trato con homosexuales es nulo, que pensará que todos se comportan de la misma manera. Pero lo peor es cómo a diario se alienta el rencor hacia el que ha conseguido algo en la vida, hasta el punto de extender la idea de que es justo que el famoso muerda el polvo. ¿Tiene la obligación un empleado de banco de confesarle a su director y a sus clientes que es gay? ¿Por qué ha de tenerla entonces el actor con su público? El otro día, no sé si lo leíste, se publicó un artículo del profesor Laporta sobre esa polémica asignatura de educación cívica. No podía estar más de acuerdo: ¡bienvenida sea!, pero una asignatura no cambiará nada si no hay un compromiso social de no alentar la zafiedad. Hay una película de los años treinta muy ilustrativa sobre lo que es la risa y la crueldad: El que recibe las bofetadas, se llama. Trata de un hombre que trabaja de payaso tonto en un circo, el que recibe las tortas del payaso listo. Niños y padres ríen con este primitivo espectáculo cómico. Un día el payaso está enfermo, tanto, que en una de esas bofetadas cae al suelo y ya no se levanta. El público está tan envilecido con la diversión que en ningún momento se percata de que el payaso ha muerto. Pues en esas estamos, enseñando a media España a reírse de quien está en el suelo. Pero aún me queda la duda: ¿qué haría yo si me viera en tu situación, en paro, y sin otra posibilidad de trabajo que sumarme al carro de la malevolencia? No lo sé. Ayer por cierto me escribieron antiguos compañeros de la tele que se sintieron identificados con tu carta, así que gracias por dejarme publicarla. Un beso desde este Madrid donde disfrutamos de las últimas noches solitarias.
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