La última huerta de Marbella
Una finca sobrevive a la especulación inmobiliaria en pleno centro urbano
"Es salteado pero constante. Cada tres meses viene alguna inmobiliaria interesada en el terreno, pero le tenemos demasiado cariño y ninguna necesidad de vender por ahora". Francisco Romero y sus hermanos poseen una insólita reliquia en pleno centro de Marbella: una huerta de 2.000 metros cuadrados con gallinas en libertad, grandes higueras de tuna como barreras, siembra de hortalizas y lustrosos árboles frutales.
La familia Romero y su inaudita finca han sobrevivido a la especulación inmobiliaria que ha campado a sus anchas en Marbella durante décadas. La ciudad ha crecido sin freno y los alrededores del casco antiguo han sido reconvertidos en pisos y casas. Todas las huertas, excepto la de los Romero, han sucumbido a las tentadoras ofertas de los constructores, que añadían ceros al cheque a medida que el mercado continuaba al alza y el Ayuntamiento favorecía un urbanismo desmedido al abrigo de las comisiones ilegales.
A pesar de que las grúas ya han transformado el entorno, en la huerta se detuvo el tiempo y la escena permanece inalterada. Tres azadas cuelgan de un limonero, se oyen las cigarras y una vieja "mulita mecánica" permanece lista para arar entre los liños. José, apodado El Ciruela, cultiva junto a los Romero la conocida como "finca de los nísperos".
La siembra varía según la temporada, pero la variedad es tremenda: tomates, berenjenas, cebollas, pimientos, pepinos, calabacines, coles... El terreno alberga rosales, limoneros, plátanos, granados, hibiscos y chumberas. Las gallinas rematan el aire rústico que se respira, a pesar de que los coches pasen por la calle contigua, disimulada por una enredadera campanilla de flores violetas.
El interés por acabar con las plantaciones junto al castillo marbellí del siglo X se remonta a hace más de 400 años. "En el siglo XVI comenzó a especularse con la zona porque tenía una buena defensa natural, al estar junto al río y en altura. Los poderosos comenzaron a parcelar los terrenos para construir", explica Francisco Javier Moreno, historiador y vocal de Cultura de la comisión gestora.
Las huertas que sobrevivieron eran muy valoradas, ya que las tierras tenían fama de ser muy fértiles y los propietarios no tenían que transportar los alimentos para venderlos en el centro.
La "finca de los nísperos" permanece hoy día junto al Parque del Arroyo La Represa, a pesar de que se redujo tras sufrir dos expropiaciones del Ayuntamiento para instalar tuberías de agua y para que una calle la atravesara.
"En los años 80 teníamos una vaqueriza con 60 cabezas. La entrada en el Mercado Común nos obligó a venderla y desprendernos del negocio familiar", apunta Romero. La reconversión del mercado lácteo les obligó a vender la leche a las empresas mayoristas y acabó con la tradición familiar. Abrieron entonces un taller para maquinaria eléctrica, como bombas de agua y taladros.
Desde los años 30, cuatro generaciones de la familia Romero se han criado en esta parcela. Ascensión, madre de Francisco, de 77 años, aún vive en la finca donde dio a luz a dos de sus hijos, pero no descarta desprenderse de ella. "Siempre han mostrado interés por la huerta. Si a mis hijos les conviene vender, ellos verán", dice.
Ascensión recuerda la radical transformación del vecindario en torno al arroyo hoy disimulado con una bóveda. La penúltima huerta sucumbió hace sólo tres años, y ahora es parte de un aparcamiento al aire libre abarrotado de coches a diario.
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